ESPECIAL 5.º ANIVERSARIO (I): LAS MEJORES APERTURAS DE LA HISTORIA DEL CINE
Si tuviéramos que colocar en una estantería (la más vistosa de nuestro salón) nuestras películas favoritas, probablemente todos tendríamos claro que hay cierto número de títulos que la ocuparían indiscutiblemente. Pero ¿y si os pidiéramos que eligierais vuestro inicio y final preferidos de la historia del cine? Parece que la cosa se complica, ¿no?
A nosotros, que nos gusta complicarnos (y más si con dicha complicación celebramos que lleváis cinco años ayudándonos a crecer), se nos ha ocurrido estrujarnos el cerebro para escoger el mejor inicio y el mejor final según cada uno de los miembros de nuestra redacción. Por supuesto no ha sido cosa fácil y muchos tan magistrales como los que nombramos se han tenido que quedar por el camino. Pero para eso estáis vosotros, ¡para añadir los vuestros en los comentarios!
¿Vamos allá?
¡Qué bello es vivir! (Frank Capra, 1946)
Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961)
No está entre las mejores películas de la historia del cine, lo que no quita para que no ocupe los primeros puestos en los rankings de las más icónicas. Los días rojos de los que hablaba Holly Golightly se evaporan nada más sonar los acordes de Moon River y visualizar a la majestuosa Audrey Hepburn, croissant y café en mano, enfrente del escaparate de Tiffany’s en una desierta Quinta Avenida. Soñar es algo parecido a eso.
El baile de los vampiros (Roman Polanski, 1967)
Pese a la opinión popular, esta es de las películas que más nos han gustado dentro de la filmografía del director polaco. Su intro nos encanta porque realmente resulta muy llamativa. Dejando a un lado el gusto romántico por la costumbre de introducir los créditos al inicio de las películas y cerrarlas con el clásico The End, los créditos iniciales de El baile de los vampiros son originales donde los haya. Convertir al león de Metro Goldwyn Mayer en un vampiro y, a raíz de que la sangre brota de su colmillo, comenzar los títulos de créditos sobre ese fondo lunar y con el vuelo de murciélagos envolviendo las letras es algo que siempre consigue dejarnos embobados frente al televisor. No sabemos si es porque el cariz que rodea a esta película es de absoluta nostalgia, pero lo cierto es que pocos inicios hay que nos gusten más que este.
La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971)
Si elaborásemos una lista de cine de impacto, La naranja mecánica estaría sin duda en las primeras posiciones. Son muchas las escenas icónicas que es imposible sacar de la retina tras su visionado, entre ellas su magistral comienzo. Mientras suenan los acordes de la música que compuso Henry Purcell para los funerales de la Reina María (con un importante efecto psicodélico a golpe de sintetizador), la pantalla se llena de rojo como preludio del tono que va a presidir toda la cinta. A continuación, un zoom out de la extraña e inquietante mirada de Alex (Malcolm McDowell), que junto a sus drugos, bebe algo tan aparentemente inocente como leche. El plano general del Korova Milk Bar y la narración en off son la carta de presentación perfecta para la locura, el peculiar vocabulario, el erotismo, las drogas y la violencia que nos esperan en adelante.
Harold y Maude (Hal Ashby, 1971)
Harold y Maude, a pesar de que se haya convertido en todo un clásico y un filme de culto, no es una película demasiado conocida por el público general. No tuvo el éxito esperado y resultó un rotundo fracaso de taquilla. Su comienzo va a definir muy bien el espíritu de toda la película, donde se mezcla la belleza de la música de Cat Stevens con un humor negro muy peculiar. Su primera escena nos muestra lo que podría ser una especie de ritual de suicidio del joven protagonista, Harold (Bud Cort). Una secuencia que puede dejar descolocado a más de uno si no se la espera, ya que no es la mejor situación para un comienzo; sin embargo, no tardará mucho en provocar una sonrisa. Es una gran muestra de cómo tratar la muerte y el suicidio, y de desmitificarla de forma inocente y divertida con un humor que marcará el tono de la narración y que se irá tornando en positivismo y vitalidad.
Cabaret (Bob Fosse, 1972)
Cabaret arranca dando la bienvenida al espectador. Willkommen, dice, deja tus problemas fuera porque dentro de estas cuatro paredes la vida es maravillosa. Lo dice Joel Grey, el mejor maestro de ceremonias de la historia del cine, y nosotros nos relajamos, nos reímos incluso, porque aún no sabemos nada de la trágica e hipnótica Sally Bowles ni de lo que realmente se cuece ahí fuera, que es el auge del nazismo. El Kit Kat Club es un escape de la realidad y una forma de vida, del mismo modo que la película Cabaret es un refugio para los cinéfilos. Un arranque que invita, más que ningún otro, a ponerse cómodo.
El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972)
La catedral del cine sobre la mafia aglutina decenas de motivos para estar en el Olimpo del cine, y su primera secuencia es sin duda uno de ellos. «Creo en América». Con esta afirmación, Bonassera arranca un discurso que en sus primeros compases se focaliza en la justificación de lo que va pedir a continuación: justicia al margen de la ley. Vendetta ante la inoperancia de la maquinaria legal. Historia de nuestra vida, de nuestra civilización.
Con un plano sostenido que gradualmente abre el encuadre, Coppola integra a Vito Corleone en la escena y le da voz cuando la petición ha sido escuchada. Una mano que escucha y entiende es la primera imagen de un mafioso temible, que en su respuesta expone de manera excepcional un código de honor exquisitamente comprimido. Cercano y natural (Marlon Brando incluyó sobre la marcha al gato con el que juega en la secuencia), el personaje de Don Vito rezuma poder con su discurso sosegado, carente de emociones, con sus gestos, y con su mirada taciturna.
El sanatorio de la clepsidra (Wojciech J. Has, 1973)
Dispuesto a romper tabúes y a subvertir lo hasta entonces considerado como convencional, Wojciech Jerzy Has elaboró con El sanatorio de la clepsidra una de las obras cumbre del cine surrealista moderno. Se trata de una cinta de fantasía con toques de terror psicológico que ahonda en la reflexión existencialista de Joseph, el protagonista: ¿Realmente existimos? ¿Es real todo aquello que hemos vivido y sentido? ¿Qué nos hace ser lo que somos? ¿Qué hay más allá de la muerte?
A través de secuencias encadenadas que se suceden de manera desordenada, caótica e inesperada, como en un sueño, Joseph intenta encontrar los porqués que expliquen su propia existencia mientras rememora experiencias del pasado que ya creía olvidadas. En el sanatorio de la clepsidra, donde se encuentra recluido mientras experimentan con su mente, el tiempo no existe: es una mera ilusión. En esta maravillosa secuencia inicial, clara referencia a los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial (no podría esperarse menos de un cineasta polaco que vivió el conflicto en sus carnes), un tren poblado por extraños personajes se dirige hacia el abismo de la locura. Comienza una de las películas más insólitas de la historia del cine.
Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979)
Ante nosotros, selva. Un sonido a nuestra izquierda, parecen aspas moviéndose a gran velocidad. Cruza por delante un helicóptero. El humo se alza desde el suelo. Y de repente, todo estalla. This is the end. Ese final, ese apocalipsis, está en la cabeza del torturado capitán Willar, que no puede separar de su cabeza la imagen del fuego, por mucho que lo tenga encima ahora sea un simple ventilador. Coppola hace que parezca fácil, pero no lo es. Esta espectacular mezcla de imágenes superpuestas y sonidos mezclados es, simplemente, uno de los mejores inicios del cine.
Terciopelo azul (David Lynch, 1986)
Las podredumbres del capitalismo son una constante en la obra de David Lynch, que acostumbra a hablarnos del bien y del mal tanto en su cine como en la maravillosa Twin Peaks. El inicio de Terciopelo azul no puede ser más consecuente con la filmografía del autor: una sociedad hipócrita viviendo el sueño americano mientras ignora la indigna realidad sobre la que se cimientan las bases de su existencia.
Goodfellas (Martin Scorsese, 1990)
“Que yo recuerde, desde que tuve uso de razón quise ser un gánster”. La mítica frase pronunciada por Ray Liotta no sirve sino de sinopsis para una de las mejores películas de la historia. La sagrada trinidad del hampa que forma esta película junto a El Padrino y Malas calles no se podría entender sin esos golpes arrítmicos que provienen del maletero. Sin esa carretera vacía. Sin ese Pontiac Grand Prix del 68. Sin ese Joe Pesci, eterno manantial de testosterona, que descarga su ira, y sin Robert de Niro, que da el tiro de gracia. Se cierra la puerta. La banda de Tony Benett entra a todo trapo, en una simbiosis estática que nos roba los sentidos. “Para mí, ser gánster es mejor que ser el presidente de Estados Unidos”. Todo lo que vino después es historia. Sin esta escena, probablemente no existiría esa maravilla que es Fargo. Sin esta escena, probablemente no existiría esa maravilla que es Reservoir Dogs. Sin esta escena, no sabemos qué sería de nosotros.
La Bella y la Bestia (Gary Trousdale y Kirk Wise, 1991)
“Érase una vez, en un país lejano….”. Muchos son los directores que han adaptado la historia de La Bella y la Bestia a la gran pantalla, desde Jean Cocteau, en 1946, hasta Bill Condon, en 2017, por ejemplo. Pero la versión que permanecerá en la memoria de todos los que nos criamos en los 90 será la de Disney. La cinta marcó un antes y un después en muchos aspectos, no solo por ser la primera película que se dobló al español de España y la ganadora del Oscar a la Mejor banda sonora, sino por la historia en sí: ya no estamos ante una princesa que busca a su príncipe azul, sino que la protagonista es la heroína de su propia historia. La introducción, un prólogo de casi dos minutos y medio, recurre al flashback para narrar el origen de lo que vamos a ver a continuación. Una voz en off nos presenta la historia a través de vidrieras de estilo medieval, tal y como os indicábamos en este artículo sobre el arte de la película. La música acompaña a la narración, dotando de fuerza a cada una de las palabras, resaltando los momentos más importantes con sonidos fuertes y ofreciendo algunos toques más delicados en la parte “mágica” de la historia. Un comienzo que combina a la perfección lo visual y lo sonoro y que nos invita a sumergirnos en una historia irrepetible. Como bien indica la guionista Linda Woolverton: “Las lecciones de La Bella y la Bestia son intemporales: no se puede juzgar un libro por la cubierta, y la belleza está en el interior”.
El rey león (Rob Minkoff, Roger Allers; 1994)
El año 1994 Walt Disney nos hizo un gran regalo produciendo la película animada favorita de muchos y la que sin duda marcó un antes y un después. Su historia no cesa y el mundo no está listo para vivir sin El Rey León. La película en sí es perfecta pero tanto su principio como su final son un claro ejemplo de cómo se desarrolla el ciclo de la vida. Nada más y nada menos que la sabana africana bañada por el amanecer, una de las mejores bandas sonoras expuestas en la gran pantalla y todos los animales que nos podamos imaginar. ¿Qué más se puede pedir? Tan solo una cosa, que nunca deje de existir.
Trainspotting (Danny Boyle, 1996)
A ritmo de Lust for Life, de Iggy Pop, Mark Renton corre por las calles de Edimburgo huyendo de sus perseguidores. Su voz en off hace resonar uno de los eslóganes televisivos de la época: “Elige vida”. A ello le siguen la parodia de este mismo, el reflejo de una sociedad escondida que ya desde el comienzo será desenterrada. La radiografía social que significa Trainspotting tiene mucho ritmo, y sus primeros compases empiezan ya muy arriba para no decaer.
Magnolia (Paul Thomas Anderson, 1999)
No hay mejor manera de entrar en una película sobre nueve vidas enlazadas por la casualidad que en los cinco primeros minutos de Magnolia. Este sublime prólogo describe tres historias cuyo protagonista es siempre el azar y la coincidencia… aunque su narrador rehúsa creer que estos sean las únicas maneras de explicar dichos sucesos, que ocurren constantemente. Y este es solo el comienzo de una obra maestra sin concesiones, que por su personalidad es casi única, y que retrata a un grupo de seres humanos rodeados de culpabilidad y cierta autocomplacencia, pero también nos enseña lo fáciles que son de solucionar nuestros problemas, incluso los más difíciles.
Réquiem por un sueño (Darren Aronofsky, 2000)
Con una banda sonora (compuesta por Clint Mansell) que pasó de la historia del cine al imaginario colectivo de todos, Darren Aronofsky (Cisne negro) comienza la historia de Harry (Jared Leto), un drogadicto que necesita dinero para llevar a cabo grandes planes que harán de su vida la perfecta historia de triunfo junto a su novia Marion (Jennifer Connelly) y su mejor amigo Tyron (Marlon Wayans). La secuencia de apertura nos enseña a Harry y Tyron paseando un televisor desde un apartamento hasta una casa de empeños. Los suburbios de Brooklyn nos adentran en el surrealismo in media res de la historia de sueños y esperanzas destrozadas a finales de los noventa, llevando al límite al ser humano.
Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 2001)
La música de la FOX orquestada por los bohemios de principios del siglo XX es la primera pista de que lo que vamos a ver se escapa de la norma. Baz Luhrmann recurrió a canciones que formaban parte de la vida de todos para darle forma y sentido a Moulin Rouge. Para abrir boca y contarnos la historia de su protagonista Christian (Ewan McGregor), utilizan el Nature Boy, de Nat King Cole, interpretada aquí por Toulouse Lautrec (John Leguizamo), aunque en la banda sonora que se comercializó la cantaba David Bowie. Un travelling aéreo nos hace pasear por París hasta llegar a Montmartre, donde tras el cartel de L’amour nos narran la historia más triste jamás contada.
Amanecer de los muertos (Zack Snyder, 2004)
¿Que por qué la secuencia de apertura de Amanecer de los muertos es lo mejor que le ha pasado al terror mainstream de este siglo? El debut en el largo de Zack Snyder llegó en el mejor momento del cine zombi, previo a su sobreexposición mediática. El prólogo va directo al grano en apenas 3 minutos, sin diálogo pero con nervio y sobre todo gore, mucho gore. Snyder filma una de las cumbres de su filmografía, la huida de una mujer asediada por su marido convertido en zombi. Tras escapar se encuentra el caos absoluto: ambulancias atropellando gente, vecinos matándose entre sí, casas ardiendo… Tras semejante portento de secuencia llegan los créditos, protagonizados por el When the man comes around, de Johnny Cash y que introducen con maestría al espectador en el contexto que se ha desenvuelto la epidemia zombi (a nivel político y social) en solo un par de minutos.
El caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008)
La segunda parte de la conocida trilogía de Batman de Christopher Nolan comienza con una escena para el recuerdo. ¿Cómo presentar debidamente a uno de los villanos más icónicos del universo de los superhéroes? La respuesta la tuvo Nolan ofreciéndonos el atraco a un banco pertrechado por un grupo de hombres con máscaras de payasos. Este Joker interpretado por Heath Ledger mostró a los espectadores lo brillante que fue su actuación desde los primeros minutos del filme, demostrando una magistral locura en su papel. La trilogía de Nolan no habría sido la misma sin Heath Ledger.
Malditos bastardos (Quentin Tarantino, 2009)
Malditos bastardos es maravillosa por muchas cosas, pero si tuviéramos que destacar una de entre todas sus genialidades, nos quedaríamos sin duda con su escena inicial y ese brillante e inteligente diálogo en el que descubríamos prácticamente por primera vez las dotes de Christoph Waltz para la interpretación en general, y para ponerse en la piel de un villano alemán en particular. Precedido por un opening acompañado de una suerte de Para Elisa versionada por Morricone, el tensísimo diálogo entre Hans Landa (Waltz) y Perrier LaPadite (Denis Ménochet) llega a su punto de culminación transcurridos casi veinte minutos con una solución muy del de Tennessee. Y nos deja a Mélanie Laurent corriendo campo a través pero, sobre todo, el regusto de haber conocido a uno de los personajes más irónicos, astutos y carentes de remordimientos del cine actual cuya sonrisa falsamente histérica todavía no nos hemos podido quitar de la cabeza. Ni queremos.
Up (Pete Docter, 2009)
En la maravillosa Up nos encontramos con unos intensos diez primeros minutos; son tan emotivos que todavía no hemos encontrado a nadie al que no le conmuevan de algún modo. Tras la escena inicial en la que Carl y Ellie se conocen siendo niños, recorremos, en poco más de tres minutos, la vida de dos personas normales y corrientes. Como cualquiera de nosotros, se enamoran, tienen ilusiones, organizan planes, alumbran sueños… pero también sufren tremendas decepciones y soportan el dolor de las esperanzas fracasadas. Vamos, que se convierte en el perfecto resumen de lo que es la vida, con todo lo prodigioso y lo funesto que la acompaña. Una obra de arte.
El señor de la guerra (Andrew Niccol, 2005)
Uno de los mejores tipos de primeras escenas de películas es aquel que encapsula en pocos minutos la temática que se desarrollará en el metraje restante. El inicio de El señor de la guerra nos presenta todas las etapas del infame proceso de fabricación de armas y a todas las personas involucradas en él desde el punto de vista de una bala. El falso plano secuencia, acompañado soberbiamente por el tema For what it’s worth, termina de forma demoledora con la bala entrando en la cabeza de un niño. El mensaje no podría ser más rotundo.
Watchmen (Zack Snyder, 2009)
El Comediante descansa en su apartamento hasta que un indeseado invitado irrumpe con violencia. Tras un violento forcejeo, el Comediante cae al vacío. Tras este prólogo llega una intro sublime. Mientras resuenan los acordes de Times they are a changin’, de Bob Dylan, se van recorriendo todos los eventos históricos relevantes de la historia reciente de Estados Unidos. Pero la gracia de esta maravilla es que estos eventos ocurren en la realidad alternativa del universo de Watchmen, donde no todo sucede tal y como lo recordamos. Un comienzo original que nos sitúa en la trama de la película con estos planos que parecen casi fotografías históricas. Una mezcla nostálgica, catastrofista y efectiva.
Drive (Nicolas Winding-Refn, 2011)
…hundred thousand streets in this city, you don’t need to know the route. You give me a time and place, I give you a five minute window. Those five minutes I’m yours. Whatever goes down I’m yours. Minute either side you’re on your own… Drive nos cogió a todos un poco por sorpresa. Aún no sabemos si fue por esa estética neo-noir absolutamente abrumadora para los ojos, si por esos títulos rosas en perfecta comunión con los rascacielos iluminados de la noche de los Ángeles o si por ese Ryan Gosling haciéndose gigante bajo la música de Kavinsky. Lo que es seguro es que los primeros compases de Drive (y de toda la película) es un ejercicio mayúsculo de estilo y forma. En un filme explosivo y eléctrico, el inicio funciona como la antesala perfecta de lo que viene después. Sin excesos y con una tensión perfectamente sostenida, la violencia alcanza cotas de elegancia como en pocas películas se ha visto. Estimulante y evocador, el principio de Drive es todo lo que se necesita una película para convertirse en un clásico instantáneo.
It follows (David Robert Mitchell, 2014)
Un comienzo de película brillante que ya nos deja prendados con ese plano secuencia de 360º, con ese movimiento de cámara horizontal que nos sigue, que nos muestra y no nos muestra a la vez y que nos resume a la perfección lo que va a ser la esencia del largometraje, donde esa chica en pijama y con tacones rojos (punto importante) corre por la calle desesperada y hace preguntarse al espectador por qué corre. Hay algo o alguien que le sigue, pero no lo sabremos hasta más adelante… En definitiva, una primera escena que se cierra con la secuencia final de la película de forma redonda. Porque It follows es un largometraje de terror elegante e inteligente que no deja nada al azar.
La La Land (Damien Chazelle, 2016)
Another day of sun! Uno de los principios que ya ponen en alerta a uno de que estamos ante un musical que quedará en nuestra retina para la eternidad. No solo por su música pegadiza o su original coreografía, que alegran el día a cualquiera, sino por su magistral puesta en escena marcándose Damien Chazelle uno de los planos secuencia más elaborados de los últimos años homenajeando a varias películas, entre ellas 8 1/2 de Fellini. Gracias a La La Land, los atascos en la carretera ya no han vuelto a ser lo mismo…
¡Y hasta aquí nuestra recopilación! Lo repetimos: nos ha costado muchísimo y todavía nos daría para hacer otros tantos especiales más, pero esperamos que al menos las aperturas escogidas os gusten tanto o más que a nosotros.
¿Las vuestras?