El Palomitrón

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ESPECIAL 5.º ANIVERSARIO (II): LOS MEJORES FINALES DE LA HISTORIA DEL CINE

Y como no hay principio que no tenga un fin, tras nuestra recopilación con los mejores inicios de la historia del cine (según esta humilde redacción), vamos ahora a hacer lo propio con los desenlaces. Esos que muchas veces marcan la diferencia y hacen que si son buenos recordemos para la posteridad una cinta mediocre o, que por el contrario, empañen el resultado total de un producto que podría haber dado mucho más de sí.

Los nuestros son estos. Después, una vez más, ¡os tocará a vosotros añadir el resto!

 

Luces de la ciudad (Charles Chaplin, 1931)

Chaplin no abusaba de intertítulos, por eso podría sorprender que al final de Luces de la ciudad utilice dos para un dialogo que se entiende perfectamente solo con la interpretación. Pero era importante frenar la narración. Era importante marcar bien ese “ahora ya veo”, porque significa muchas cosas. Era ciega y es la primera vez que le ve, pero en realidad siempre le ha visto. Siempre le ha sentido. La sensibilidad que el cineasta mudo desprendía con tanta facilidad se ve aquí en su momento álgido. Y es que cualquiera recuperaría la visión para ver a Charlot sonreír.

 

Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, George Cukor, Sam Wood; 1939)

¿Qué podríamos decir del final de Lo que el viento se llevó? Ese final noble y tan digno en el que Escarlata O’Hara (Vivien Leigh), la niña más mimada, la más guapa, repelente, manipuladora y caprichosa de la historia del cine, recibió su merecido castigo. Su actitud independiente, lejos de la frágil mujer sudista, capaz de controlar su destino y enfrentarse a un mundo machista, no podía quedarse impune (recordemos que hablamos de una película de 1939) y ese es el motivo de ese gran final y esa frase de Rhett Butler (Clark Gable) que ya forma parte de la historia: «Francamente, querida, eso no me importa». Pero aunque Escarlata deja pasar todas sus oportunidades para ser feliz, su carácter terco y luchador no puede rendirse y ante un desplante dramático como el que le ha hecho Rhett no puede evitar susurrar «Ya lo pensaré mañana», finalizando la escena pensando en Tara y gritando «Realmente mañana será otro día» mientras se solapa con la obra maestra musical de Max Steiner in crescendo cerrando la película de una manera lo más épica posible. Lo que el viento se llevó es una de las mejores películas del cine, e incluso ahora sigue siendo un ejemplo del arte visual y del lenguaje narrativo.

 

El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950)

La última secuencia de Sunset Boulevard (El crepúsculo de los dioses) no es solo uno de los mejores finales que nos vienen a la memoria, sino un fragmento imprescindible dentro de la historia del cine. Los años pasan, nos llegan infinitas películas, pero jamás hemos visto nada como esa mirada indescriptible de Gloria Swanson, descendiendo entre agentes de policía y periodistas la majestuosa escalera de su mansión como la legendaria estrella Norma Desmond, que consumida por la locura y el olvido de sus días como estrella del cine mudo, en el culmen de su delirio se ve al fin recompensada con el reconocimiento que ha estado anhelando desde que Hollywood le dio la espalda con la llegada del sonido al cine.

 

Centauros del desierto (John Ford, 1956) 

Ethan Edwards regresa de un viaje marcado por el odio y la venganza con Debbie en sus brazos. De fondo, una balada de Stan Jones suena. Centauros del desierto culmina con una de las escenas más tristes de la historia del cine: un John Wayne que mira al interior de un lugar del que nunca ha formado parte, se agarra el codo derecho con el brazo izquierdo (en un merecido homenaje al mítico cowboy del cine mudo Harry Carey) y desaparece sin dejar rastro. Far away, far away! Imposible no emocionarse con la figura de Ethan cada vez más lejos mientras la puerta se cierra ante nuestros ojos.

 

Con faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959)

De principio a fin, Con faldas y a lo loco es una de las mejores comedias que se han hecho en la historia del cine. Tony Curtis y Marilyn Monroe están en un absoluto estado de gracia durante toda la cinta, pero lo de Jack Lemmon es harina de otro costal. Y es que él es uno de los responsables de que del cine de Billy Wilder hayan salido muchas escenas que perdurarán en la memoria del cinéfilo para la eternidad, pero, de entre todas, muy probablemente el final de Con faldas y a lo loco sea el más memorable. No creemos que haya absolutamente ninguna persona que haya visto la cinta y no haya almacenado en su cajón de agradables recuerdos la frase final que pronuncia Joe E. Brown y la posterior desesperación que tan bien sabía expresar Jack Lemmon. Esperad, ¿que no habéis visto Con faldas y a lo loco? Bueno, nadie es perfecto

 

Punto límite (Sidney Lumet, 1964)

Punto límite plantea cómo la tensión vivida durante la Guerra Fría acaba desbordando al Ministerio de Defensa, a la CIA, al Ejército y al propio presidente de los Estados Unidos (descomunal Henry Fonda). La causa: un grupo de pilotos de la aviación estadounidense es enviado por error de un programa informático a atacar Moscú con bombas de destrucción masiva. Para reducir tensiones y prevenir posibles represalias que acaben con la vida en la Tierra, el presidente norteamericano se compromete con los rusos a destruir Nueva York si los cazas llegan a su destino. Pero llegan de verdad. Moscú arde en llamaradas nucleares. Nueva York queda arrasada. La inocente felicidad, las ilusiones, los bailes, las conversaciones callejeras, la fe, los niños, los perros, los cines, las palomas… todo queda arrasado en los pocos segundos que comprende una tenebrosa cuenta atrás. El mundo entero queda hecho añicos por culpa de las ansias bélicas del hombre. No puede imaginarse un final más desolador para una época convulsa marcada por el miedo. Lumet buscaba concienciar de las posibles consecuencias de la carrera nuclear… y vaya si lo consiguió.

 

2001: Una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968)

Poco se puede decir que no se haya dicho ya. El final de 2001: Una odisea en el espacio puso la guinda a un último cuarto de filme ya lo suficientemente abstracto tras esa alucinación sinestésica previa al cierre definitivo. La última escena de la película y el espacio donde se desarrolla, con un intimidante monolito levantándose frente a la cama del protagonista, despertó toda clase de teorías que intentaban explicar la película y que aún siguen sin respuesta. Ese último pasaje, con los límites espacio-temporales totalmente desbordados, descolocó a muchos y lo seguirá haciendo. Porque ese es uno de los mejores atributos del final de la película de Kubrick, la capacidad para sorprender en una película que hasta entonces había sido (entre otras muchas cosas) ordenada, simétrica y profundamente contemplativa.

 

Hasta que llegó su hora (Sergio Leone, 1968)

Visionar sin prisa las casi tres horas de metraje con las que Leone firmó su mejor obra tiene como regalo esta secuencia de cierre, que en los tiempos que corren no está de más recuperar y reivindicar. Por un lado, el director se rinde al progreso, que avanza imparable sobre raíles para civilizar el salvaje Oeste. Sin el ferrocarril, su conquista habría sido, si no inviable, mucho más lenta y complicada. La llegada del tren a Sweetwater supone un doble colofón: el de una historia (casi fastasmagórica) de cuentas pendientes y el del proceso de aprendizaje al que se somete Jill (Claudia Cardinale), que la coloca por encima de todos los personajes de la cinta y la convierte en uno de los personajes feministas más potentes de la historia del cine. Porque gracias a las lecciones que extrae de cada uno de los personajes (especialmente de Cheyenne) aprende a sobrevivir en un mundo de hombres, y aprende también a gestionar su propio futuro. El plano que cierra la cinta es soberbio por todas las lecturas que encierra, con un vitalismo intrínseco difícil de igualar que solo podrá saborear al máximo nivel el espectador que haya asistido a esta ambiciosa (y definitiva en su subgénero) ópera de violencia.

 

La vida de Brian (Terry Jones, 1980)

“La vida es una mierda, cuando la miras bien. La vida es una risa y la muerte es el chiste…». No hay mejor filosofía que la que el final de La vida de Brian nos enseña. Efectivamente, nuestra existencia está llena de sinsabores, grandes y pequeños, pero siempre hay un motivo para cambiar el punto de vista y sonreír. Porque debemos asumir que es mejor pasar el tiempo sonriendo, bailando, cantando y viendo buenas películas y series que amargándonos por circunstancias que ni tan siquiera podemos controlar. Recuerda: “¡Mira siempre el lado luminoso de la vida!”.

 

Terciopelo azul (David Lynch, 1985)

Después de una historia bizarra sobre un secuestro, un pervertido sexual y una oreja cercenada (todo bajo las órdenes de David Lynch), la canción Mysteries of Love, de Julee Cruise, nos deja claro que estamos ante un final feliz. La oreja de Jeffrey (Kyle MacLachlan), a la que le sigue todo su cuerpo, nos presenta un agradable día soleado en una comida familiar con su novia. La nota discordante entre toda esa felicidad es el petirrojo con el que había soñado Sandy (Laura Dern), un petirrojo (para el que Lynch quiso usar uno muerto que movía con unos cables de acero) que nos recuerda que bajo la aparente normalidad y felicidad de los colores pastel subyace un mal que no somos capaces ni de advertir ni de vencer. Cuatro años después aparecía Twin Peaks, de nuevo el petirrojo y la idea del Mal. Pura simbología lynchiana

 

Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988)

La escena de los besos del extraordinario clasicazo de Giuseppe Tornatore quizás compile en tres minutos el punto de vista más auténtico, delicioso y maravilloso de lo que es la cosa esta del cine. Igual que a Totò, a algunos el séptimo arte nos marcó con su magia indeleble cuando no levantábamos ni un palmo del suelo, descubriéndolo de la mano de las entrañables lecciones de Alfredo y de las virtuosas melodías de Ennio Morricone. Imposible ver (una y otra vez) el final de Cinema Paradiso sin que nos toque hasta el corvejón. 

 

Delitos y faltas (Woody Allen, 1989)

Woody Allen cierra una de sus obras maestras con un precioso epílogo en el que escuchamos las sabias palabras del viejo profesor Levi acerca de la capacidad de elección del ser humano, una increíblemente detallada y acertada descripción de la condición humana que suena acompañada de un montaje entre momentos pasados de la película y la ceremonia de la boda de la hija de Ben: una secuencia que arroja algo de luz sobre el descorazonador desenlace de la historia ofreciéndole un tímido rayo de esperanza. Pero en un último giro sarcástico del genio neoyorquino que escribe y dirige esta maravillosa película, como hemos sabido poco antes, el autor de estas bellas palabras decidió suicidarse y dejar de intentarlo…

Léolo (Jean-Claude Lauzon, 1992)

Léolo es una obra maestra canadiense nada fácil de digerir. Es poesía en forma de cine, pero lírica que duele. Es la historia de un niño que vive en un suburbio pobre de Montreal rodeado de la locura que va apoderándose de su familia, y él, para no acabar igual, para no ser engullido por ese determinismo genético, imagina nuevos mundos y vidas diferentes. Su final podría ser uno de los más perfectos y a la vez más desasosegantes del cine. Es capaz de despertar gran variedad de sentimientos, desde soledad y claustrofobia hasta tristeza, emoción o melancolía. Porque no es solo un amargo y trágico final: es un ejemplo de maestría del mejor cine. Potentes y variados planos, fundidos a negros en los cambios de escena, la música y la profunda voz de Tom Waits junto con las poéticas palabras que van sonando hacen que el final de Léolo, al igual que el resto de la película, se fije en nuestra mente para no irse jamás después de verla.

 

Pesadilla antes de Navidad (Henry Selick ,1993)

Pesadilla antes de Navidad muestra la felicidad en todo su esplendor (nunca mejor dicho). Una felicidad hallada por y para el bien de todos. Consigue poner punto final a la historia y, además, consigue lo que todo espectador ansiaba: Sally y Jack juntos para siempre. Se unen bajo el son de la música y bajo una luna que consigue iluminar cualquier resquicio de oscuridad que quedase en sus corazones. Un final emotivo, bañado por una oscuridad iluminada y orquestado por una gran banda sonora.

 

Seven (David Fincher, 1995) 

Es uno de los mejores finales de la historia del cine, uno de los más perfectos, uno de los más recordados, uno de los más locos, uno de los más escalofriantes a la par que visualmente sutiles y dolorosos, y eso nos encanta (por eso es uno de nuestros finales favoritos)… ¿Qué hay en la caja? Eso nos preguntábamos todos al ver la cara del detective Somerset (Brad Pitt) cuando la abría, y es ahí cuando las palabras que va pronunciando Kevin Spacey cobran fuerza al desvelar mediante ellas lo que hay dentro y no mostrarlo con una imagen. Un suceso con un claro mensaje: de los siete pecados capitales el que reina es la ira. Un final de oro para un largometraje visionario que, pasen los años que pasen (y ya van 22), nos sigue sobrecogiendo de igual forma.

 

Gattaca (Andrew Niccol, 1997)

Esta película de Niccol, estrenada en España el 20 de marzo de 1998, nos hablaba de un futuro que ya es posible. Pese a no ser amante del género de ciencia-ficción, el trasfondo filosófico-humano de Gattaca cautiva desde el primer momento. Hay películas que pueden gustarnos mucho más en cuestiones de guion, fotografía, dirección y banda sonora. Sin embargo, el diálogo final es tan conciso, incisivo y real que merece ser recordado. 

American Beauty (Sam Mendes, 1999)

El American way of life y el conformismo llevados al extremo en una familia cualquiera en un pueblo cualquiera, y la decadencia, el deseo y el descontrol de las emociones dibujan el guion de Alan Ball, que da vida a otra de las obras maestras de Sam Mendes (Revolutionary Road). Pasada su miseria, en la cumbre del autoconocimiento, un arma asoma detrás de la cabeza de Lester Burnham (Kevin Spacey) y acaba con él. La reacción de cada individuo involucrado en sus últimos momentos se intercala con los recuerdos de su vida. Y tal y como comenzara el filme, una bolsa de plástico es grabada con una videocámara casera, en un baile imaginario producido por el viento, mientras Burnham termina con la reflexión “Cuesta seguir enfadado cuando hay tanta belleza en el mundo”.

Lost in translation (Sofia Coppola, 2003)

Por un pequeño instante parece que Sofia Coppola va a acabar con la magia que ha mantenido durante toda la película cuando Bill Murray baja de ese taxi y persigue a Scarlett Johansson. Pero no. Por primera vez, los sonidos de Tokio se desvanecen. Él le susurra a ella unas palabras al oído que nunca nos serán reveladas. Como diría Nino Bravo, “al partir, un beso y un adiós”. Por suerte, en lugar del valenciano suenan los geniales The Jesus and Mary Chain y convierten Just like honey en un himno cinematográfico para la posteridad.

 

Big Fish (Tim Burton, 2003)

“Have you ever heard a joke so many times you forgot why it’s funny? And then you hear it again and suddenly… it’s new. You remember why you loved it in the first place” (“¿Alguna vez has oído un chiste tantas veces que ya no sabes por qué tiene gracia? Y un día lo oyes otra vez y de repente… es nuevo. Entonces recuerdas por qué te gustó tanto la primera vez”). La película más personal de Tim Burton es también una de las consideradas como menos burtoniana. El final cierra magistralmente una película ya de por sí preciosa, consiguiendo darle sentido a la relación entre padre e hijo, y a todo el filme en general.

 

¡Olvídate de mí! (Michel Gondry, 2004)

Es imposible recordar la escena final de Eternal Sunshine of the Spotless Mind (por favor, hagámonos todos el favor de olvidar su título-gracieta en español) sin sentir que algo se rompe dentro de nosotros. Joel (Jim Carrey) y Clementine (Kate Winslet) descubren que su primera cita no ha sido tal, ya que mantuvieron una relación de dos años que ambos decidieron olvidar porque se había convertido en una espiral destructiva. Y, sin embargo, han vuelto a enamorarse, a descubrirse por primera vez. Saben cómo acabarán las cosas: ella se sentirá atrapada en la relación y él la acabará considerándola a ella un ser despreciable. ¿Están dispuestos realmente a volver a pasar por eso? La respuesta es brillante: no hay besos apasionados ni grandes discursos de amor, simplemente… «vale». Un «vale» que pretende decirnos: No importa lo mal que acabe. Solo déjame disfrutar cada precioso instante del tiempo que pasemos juntos. Cortesía de la maravillosa pluma de Charlie Kaufman.

Cisne negro (Darren Aronofsky, 2010)

Es innegable. Hasta aquellos que roncamos al escuchar la palabra ballet hemos caído rendidos a Cisne negro, y parte de este amor incondicional se debe a un espectacular clímax en el que por fin convergen las historias de esa Reina Cisne y Nina Sayers. ¿Estamos ante un final sorprendente? Desde luego, no. Varias secuencias atrás, una drogada Natalie Portman le explicaba al ligue de aquella noche cómo acababa la obra teatral, y no había que ser muy espabilado para descubrir por dónde irían los tiros al final de la película. El impecable y nervioso manejo de la cámara de Darren Aronofsky (acompañado de la siempre omnipresente música de Clint Mansell) nos puso el corazón en un puño para acabar apretándolo bien fuerte con un fundido a blanco en el que acaban confundiéndose los aplausos del público con los nuestros. Porque, como bien sintetiza Nina, “ha sido perfecto”.

 

Una cuestión de tiempo (Richard Curtis, 2013)

Un final que probablemente no figure entre los finales de los finales de la historia del cine. Sin embargo, sí debería encontrarse entre ellos. Una cuestión de tiempo es una obra maestra de Richard Curtis que nos enseña una de las lecciones más valiosas de la vida: la felicidad está en los pequeños detalles de cada día, no en esa permanente búsqueda de esta a través de la perfección. Una cuestión de tiempo finaliza con un maravilloso speech de su protagonista, acompañado de unas cuidadas y bellas imágenes que reflejan cada una de las palabras que escuchamos. Unas palabras que todo ser humano debería repetirse todos los días de su vida. Y así, todos seríamos un poco más felices.

 

Enemy (Denis Villeneuve, 2013)

La obra de Denis Villeneuve protagonizada por Jake Gyllenhaal está repleta de incógnitas, desde el primer minuto de la cinta hasta su último suspiro, brindándonos un final que supone una gran incógnita para el espectador. Un final no conclusivo, pero tampoco abierto. Se trata de un ending difícil de digerir tras un primer visionado, y que tiene múltiples matices e interpretaciones. Y ahí radica el encanto de este tipo de producciones: Villeneuve da total libertad al espectador para que este sea quien le dé su propio sentido a la película. 

 

El amanecer del planeta de los simios (Matt Reeves, 2014)

La escena final de El amanecer del planeta de los simios es, sin duda, una de las escenas con más fuerza de la película. Tras despedirse de Malcolm, César comprende que, muy a su pesar, la guerra es inminente, y debe anteponer su antibelicismo a la supervivencia de su especie. “La guerra ya ha empezado, porque simios empezaron al guerra, y los humanos…. los humanos no perdonarán”. A partir de este momento, solo escuchamos la música de fondo. En el plano, iluminado por la luz de un nuevo día (que podría representar ese nuevo amanecer del título), vemos a todos los simios, que observan a su líder con admiración y respeto, pero también con curiosidad. Después, la cámara nos muestra un primer plano de César, y poco a poco se va acercando al protagonista hasta ofrecernos un plano detalle de sus ojos, que casi parecen humanos. Justo después, un fundido a negro da paso a los títulos de crédito. Un final que nos deja con ganas de más y que consigue que nos planteemos no solo qué va a suceder después, sino hasta qué punto el mensaje que transmite se puede aplicar a los conflictos del mundo en el que vivimos.

 

The voices (Marjane Satrapi, 2014)

Después de 2 horas de delirio visual, magnífica dirección y genial construcción de personaje (aunque problemática), Marjane Satrapi pone la guinda al pastel con esta secuencia celestial en la que Jerry (Ryan Reynolds) se encuentra con todos sus seres queridos muertos y con el mismísimo Jesús. A ritmo del Sing a happy song, de los O’Jays, cantan, bailan y celebran el fatídico desenlace de la historia destruyendo maliciosamente toda la lógica del relato y riéndose de la audiencia. Bravo.

 

Carol (Todd Haynes, 2015)

Si bien reciente, el cierre de Carol es una maravilla arquitectónica y una tesis doctoral sobre el uso del silencio. Una película en la que el sufrimiento y la represión son dos personajes más, y Rooney Mara y Cate Blanchett invierten la fórmula mágica para hacernos salir del cine con lágrimas de felicidad. Si los cánones mandan que el chico y la chica comiencen su historia con un cruce de miradas, Todd Haynes hace que la chica y la otra chica crucen sus caminos al final del metraje. Dos miradas eternas. Un sentimiento único, unívoco y universal. El amor es amor, más allá de las convenciones sociales, la época y el contexto histórico. Carol es, sin duda, una de las películas más elegantes que se han hecho nunca porque… ¿qué hay más elegante que el silencio? El silencio y Cate Blanchett, que apenas esboza un cuarto de sonrisa que dice que hay mil enteros de felicidad en su corazón. Y en el nuestro.

 

Your name (Makoto Shinkai, 2016)

https://youtu.be/FmWgOMUvNNw

Makoto Shinkai nos tenía acostumbrados a finales abiertos e inconclusos en muchas de sus obras anteriores. Esta vez hace algo parecido, solo que lo deja todo mucho más claro. En primer lugar, tenemos una montaña rusa de emociones en la que los dos personajes tratan de salvar al pequeño pueblo de la región de Hida. Conectan a través del tiempo para después perder esa conexión sin saber finalmente qué le ha ocurrido al otro. El tiempo y la magia onírica que les unía tienen como resultado que se olviden mutuamente, así como las vivencias compartidas. Pero en la secuencia final, unos años después de estos eventos, viviendo ambos en la ciudad de Tokio, se reconocen mutuamente viajando en trenes diferentes. Se buscan por la ciudad hasta que finalmente se encuentran y se reconocen, sin saber muy bien de qué. Un final redondo.

 

Y llegamos hasta el final, aunque en realidad quizá sea el principio, porque ahora es cuando os pedimos que compartáis con nosotros vuestros cierres favoritos, que conscientes somos de que han quedado muchos momentazos fuera de esta lista

 

¿Los vuestros?

 

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Ally McBeal fue la primera serie que vi y el personaje de Robert Downey Jr. del primero que me enamoré. A partir de ahí, periodista, cinéfila, seriéfila y una mezcla entre Bridget Jones y la niña de El exorcista en mis ratos libres. Actualmente, en busca de un pacto con el diablo que me otorgue más años de vida para ver todo lo que me queda... ¡Y poniendo orden a este sarao como buenamente puedo!