CRÍTICA: CAROL

Probablemente el mayor triunfo de CAROL, o al menos el más obvio, es haber recuperado en pleno siglo XXI el alma del cine de DOUGLAS SIRK. Quizá exista algún ejemplo similar a CAROL en la propia filmografía de TODD HAYNES, o alguna película de algún otro director contemporáneo, pero apostaríamos a que ninguna se ha acercado tanto a una obra como SOLO EL CIELO LO SABE como lo hace CAROL.
CAROL consigue esconder los más profundos anhelos del alma bajo una capa de melancolía, endémica en casi todos sus personajes, que se contagia a todos los aspectos de la película. Desde ese frío y solitario invierno en Nueva York a las miradas fugaces a través de las ventanas de los vehículos, toda la película está construida en torno a un estado de ánimo. Junto a la ambientación en los años 50 y a esa historia de amor, casi prohibido, CAROL remite directamente a la obra de DOUGLAS SIRK y a los melodramas de los años 50.

No es, sin embargo, una película antigua o anticuada: CAROL es totalmente contemporánea (tanto su narrativa como su lenguaje lo son), pero es imposible, desde luego, obviar su aroma clásico, que, en el fondo, es la semilla de todas sus virtudes. La sutileza y la elegancia son las más directas y se erigen como los cimientos sobre los que se asienta el filme.
La historia de amor se desarrolla con pasión, pero esta está totalmente atenuada; solo se deja entrever en las innumerables miradas que comparten las dos protagonistas. O en el tacto. CAROL se nutre de primeros planos de las manos de sus personajes para, paralelamente, contar una historia distinta a la que estos están contando con su voz: el nerviosismo, el afecto o la rabia se intuyen con el único movimiento de las extremidades. Este segundo foco de atención no es algo novedoso, pero si un tanto excepcional. CAROL posee infinitas subcapas, mucho más allá de ser una historia romántica no especialmente original.

No obstante, puede achacársele a CAROL el hecho de que, en ciertos tramos de la película, que no son ni muy numerosos ni muy largos, la propia elegancia y sutileza de la propuesta diluya y atenúe, de algún modo, el componente dramático de la historia, y que, a veces, el conflicto (que existe y es profundo) parezca rebajado durante unos minutos hasta que la fuerza de la imagen o de la propia historia devuelve el relato al epicentro emocional, a ese triste y nevado Nueva York de los años 50.
LO MEJOR:
- Elegantísima, sutil, delicada historia de amor.
- Dos de las mejores interpretaciones del año.
- Cine totalmente ajeno al siglo XXI y, a la vez, renovador y cinematográficamente muy trascendente.
LO PEOR:
- Mantener el pulso dramático y, a la vez, la más absoluta delicadeza y sutileza no es tarea fácil.
Guillermo Martínez