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EL HORROR EN EL NÚCLEO FAMILIAR

*¡ATENCIÓN! Este artículo puede contener spoilers de muchas de las películas que se nombran

La idea del núcleo familiar tradicional se vuelve más anticuada con el paso del tiempo, pero sigue extremadamente arraigada en nuestra experiencia cultural. Tras cientos de miles de años de evolución social, nuestra especie ha puesto el concepto de familia en un pedestal hasta el punto en que es totalmente perturbador verlo deformado. El hogar es un supuesto santuario, un lugar al que se puede volver cuando el mundo parece algo demasiado complicado de manejar. Es ese terror primario de lo desconocido invadiendo tu vida privada lo que convierte las películas de casas encantadas e invasión del hogar en historias tan populares (y tan efectivas) dentro del género. No respires, La purga, Sinister, Un lugar tranquilo, Nunca apagues la luz, Insidious, Expediente Warren: The Conjuring, The Babadook, Hereditary, la saga Paranormal Activity

En estas cintas presenciamos un ataque en nuestro momento más vulnerable, en nuestro espacio más privado. Como si el terror se arrastrara dentro de ti, una profanación de nuestro lugar más seguro. En varias de las películas mencionadas el terror no viene solo de la casa (el lugar en sí), sino que se hace extensivo a los miembros de la familia. Como comenta Monica Michlin en su artículo La casa encantada en las narrativas de trauma del cine contemporáneo y la literatura gótica, las narrativas contemporáneas son completamente conscientes de la casa encantada como representación de la psique de los protagonistas. Esto es cierto en, por ejemplo, la obra maestra del terror de Kubrick, El resplandor, en la que el fin de la familia Torrance tiene origen tanto en el hotel Overlook como en el propio Jack, un alcohólico en recuperación que, en el aislamiento de las montañas de Colorado, cae otra vez desamparado en el hoyo de la adicción, hasta el punto de intentar matar a los miembros de su familia con un hacha.

Esto es también cierto para The Babadook, el primer largometraje de Jennifer Kent, en el que es Amelia (la madre de la familia), fruto de una depresión asociada con la violenta muerte de su marido, la que ve su psique manifestada en una siniestra entidad demoníaca que casi consigue que estrangule a su hijo. The Babadook es una cinta proveniente de Australia sobre la negación de la depresión, que representa la naturaleza etérea de la aflicción contrastándola con la extrema fisicalidad de la entidad demoníaca, en un género que históricamente ha jugado siempre con nuestras expectativas y con la ambigüedad. Sigue su artículo Minchlin diciendo que este motivo narrativo de la psique representada en el hogar se ha convertido en algo predominante en el cine posmoderno, sobre todo cuando se trata de hablar de supervivientes de un trauma (como es el caso de este exigente y maduro filme de terror psicológico). La reciente Hereditary también sigue este patrón: en este caso, es la muerte de la matriarca familiar la que activa una serie de mecanismos que corrompen el núcleo familiar de los Graham. Funcionando como metáfora de las enfermedades mentales, Ari Aster da vueltas sobre la idea de la representación mediante las miniaturas que construye Annie, llegando incluso a incluirla en la imagen que abre la película: un paneo y un zoom in que unen el mundo de los personajes con el mundo de las miniaturas. No hay duda de que es una película muy abierta a interpretaciones. La explicación que se nos entrega (que un culto al demonio ha elegido a la familia Graham como recipiente de una entidad maligna que solo puede tomar el cuerpo de un hombre) puede no ser demasiado satisfactoria, pero no es lo realmente importante de la película. El tema de la película son las relaciones del núcleo familiar, y las influencias de estas en la vida de cada miembro. Sea la entidad demoníaca o una enfermedad mental trasmitida a través de las generaciones, ambos escenarios tienen a Annie y a sus hijos Peter y Charlie marcados por una muerte inevitable solo por pertenecer a su familia: es hereditario.

Algo similar ocurre también en La bruja, de Robert Eggers, un calculado estudio de personajes (que no puede ser recomendado lo suficiente) sobre la paranoia religiosa del siglo XVII. En ella, una familia que ha sido expulsada de una comunidad puritana por los pecados del patriarca es acosada por una entidad demoníaca (que podría ser el propio Satán) invocada por una bruja que vive en un bosque cercano donde han construido su nueva casa. Pese a que La bruja sigue un camino temático bastante diferente a las anteriormente mencionadas, el miedo que provoca se remonta a una cierta inseguridad dentro del círculo familiar. Cada uno de los miembros de la familia son pecadores a su manera, lo que les conduce a la muerte: William, el padre, es egoísta y soberbio, y se ha convertido en su propio ídolo religioso (razón por la que fue expulsado de la comunidad); Caleb, el hijo, experimenta lujuria (un sentimiento impuro, incestuoso, hacia Thomasin, su hermana); Katherine, la madre, sufre de envidia (de la juventud de su hija Thomasin); los gemelos son marcados como iracundos y glotones; y el bebé que desaparece sin bautizar tiene en su cuerpo el pecado original de los hombres. En las comunidades puritanas del siglo XVII las brujas eran siempre mujeres. Esta persecución al género femenino es un tema habitual en las escrituras, en las que fue Eva quien, manipulada por el demonio, tentó a Adán con la fruta prohibida (rompiendo la conexión de los hombres con Dios y llevándolo a la perdición cuando se dio cuenta de que estaba desnudo). La caída de Thomasin a los brazos del mal en La bruja no es más que una reacción a la enseñanza de los puritanos de que todos los pecados deben ser castigados.

Para convertirse en bruja, debe liberarse de todo el dominio masculino de su vida, y así es como el bebé termina convertido en ungüento, Caleb atraído al bosque (con la promesa de comida) y el padre enterrado en su propia montaña de madera (un símbolo de su masculinidad). En el seno de la familia, Thomasin se encuentra aislada y es repudiada por la desaparición de su hermano, del que ella estaba al cargo. Su añoranza de la vida en la comunidad puritana es lo que la lleva a pactar con Black Phillip y unirse al aquelarre despojada de sus ropas (su antigua vida) y bañada en sangre (de su madre, el último símbolo de autoridad en su vida), la fuente de poder de las brujas. En La bruja se produce una rotura absoluta de los valores familiares, en una narrativa que se puede entender como una relectura de las tribulaciones de Adán y Eva en el Antiguo Testamento. Y la reflexión parece ser la misma que se extrae de esos libros de las escrituras: somos débiles y susceptibles al dominio del mal, y su engañosa naturaleza nos atrae hacia la más falsa de las seguridades.

Esa misma falsa seguridad es en la que se encuentra Steven, el protagonista de El sacrificio de un ciervo sagrado, al principio de su historia. La última película de Lanthimos toma prestado de Stanley Kubrick el suspense y la paranoia subyacentes de Eyes Wide Shut, y también se puede enmarcar dentro de esta clasificación de terror en el seno del núcleo familiar. El sacrificio de un ciervo sagrado es una reformulación de la tragedia griega de Eurípides Ifigenia en Áulide, en la que Agamenón, atrapado en una isla de camino a Troya por haber matado el ciervo sagrado de Artemis, debe matar a su propia hija para poder salvar cientos de vidas en la guerra. Así que son los errores del padre los que llevan a la destrucción de la familia Murphy, acosados por una justicia kármica representada físicamente en Martin, un personaje de carácter divino que castiga a Steven por el asesinato de su padre. La película también se relaciona con una visión moderna de la religión: el objetivo de Martin es la obtención de justicia sin adulterar, el ojo por ojo. El inquietante estilo de Lanthimos para los diálogos y las agarrotadas actuaciones que exige para sus películas (algo que se ha convertido ya en marca de la casa) se adaptan perfectamente al tipo de distorsión de la realidad que uno espera de una película de terror.

Por último, no querríamos despedirnos sin comentar las dos primeras películas de Trey Edward Shults, ambas muy arraigadas en el terror derivado de la destrucción del núcleo familiar. En la primera, Krisha, el personaje titular aparece en la cena de Acción de Gracias de su familia tras diez años de ausencia. Si bien la película es más cercana al drama que al terror (aunque se podría argumentar que las buenas películas de terror funcionan como dramas y viceversa), Shults hace un buen trabajo generando esa sensación de fatalidad latente y construyendo a unos personajes tridimensionales con el mínimo de exposición. Krisha es un desastre como madre, hermana y persona; una alcohólica y drogadicta que se proclama ante su familia como curada, aunque es bastante obvio para todos que sus mejores intenciones no están arraigadas en la vida real. Se abren antiguas heridas (aunque probablemente nunca llegaron a cerrarse), y una conversación en el porche o revisar el temporizador para saber cuánto tiempo le queda al pavo se convierten en catástrofes de primer nivel. Todo esto es también relevante en Llega de noche, que cuenta la historia de una familia que vive en una casa aislada en los bosques en un mundo posapocalíptico. En ella, el núcleo familiar se ve afectado por la decisión del padre sobreprotector, Paul, de dejar dominar la vida de su familia por el miedo a la infección que está diezmando a la población humana. Su gran error no es elegir convivir con unos desconocidos, sino provocar un trauma en su hijo, que es lo que en última instancia significa la destrucción de la familia. Ambas películas nos demuestran que, a veces, la retorcida y depravada naturaleza de las relaciones humanas es mucho más terrorífica que cualquier entidad demoníaca.

En el próximo y último artículo de la serie ¿Estamos en la época dorada del terror? comentaremos varias películas de directores de terror moderno que entienden el arte como una forma de activismo.

Pol Llongueras

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