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ANIME / MANGA OPINIÓN REDACTORES

HABLEMOS SOBRE MANGA E INCLUSIÓN

Hasta hace poco nunca me habían preguntado sobre cómo me identifico. La razón de hacerlo viene a través de una triste discusión que azota al videojuego —permitidme desviar ligeramente la atención a un medio tan cercano. El hecho de que The Last of Us Parte II, la obra del momento, tenga como protagonista a una mujer. Lesbiana. La incapacidad para sentirse identificado en esos parámetros (en unos en los que, además, interpretas, no asumes su personalidad como propia) es tan absurda que jamás me lo habría planteado.

Pero, vamos un punto más allá. Siempre he jugado con avatares femeninos. Y en estos casos, sí represento a esos personajes. ¿La razón? Me siento más cómodo con ellas, casi como una forma de escapar de algo que no siento mío. Y, aunque lo cierto es que nunca he llegado a plantearme el cómo me identifico de una forma lógica y sincera, nunca me he sentido cómodo con mi sexo. Incluso así, sé que mi problema no es tanto mi identificación, sino la toxicidad de las imposiciones y los roles de género y como me han atenazado a lo largo de mi vida.

Hoy, quizás, me lo pregunto con todavía más insistencia. Porque hoy es ese día en el que no me importa reconocerlo abiertamente, sobre el papel y utilizando mi nombre y no un pseudónimo como fue costumbre. También es ese día en el que me disponía a listar obras LGBT+, con la débil esperanza de que una pequeña contribución aportase la misma medida de visibilidad. Pero la experiencia me dice que los listados hacen poco más que matar la curiosidad, así que es momento de hablar de manga a través de su expresión. Hablemos de inclusión.

Los roles de género y la imposición del ser

Hace poco escribía sobre cómo Gleipnir, en un espectro clásico basado en el manga seinen —público en la revista Young Magazine, principalmente enfocado a hombres— se atrevía a jugar con los roles de género. La sumisión y la dominación cobran en la obra de Sun Takeda una forma que se ajusta mucho más a la realidad de lo que acostumbra a mostrar la ficción del medio. ¿La diferencia? La parte dominante es la femenina y, no, no se trata de expresar una fantasía femdom, sino de retratar otra realidad.

Gleipnir no reinventará la rueda, pero la forma en la que destripa los roles de género es una que he visto en pocas obras que escapen al espacio independiente. Takeda ignora unos ideales que el propio medio ha fomentado a lo largo de los años. Uno donde tienes que ser fuerte y duro y donde la masculinidad es un factor imprescindible para triunfar. La imposición es una toxicidad que no permite el libre albedrío.

Ranma ½ es mi ejemplo preferido de cómo este sentimiento relacionado con la masculinidad puede hacer mella en una persona. Porque en su caso, su cambio es uno forzado que él mismo rechaza —de hecho, mantiene el pronombre masculino en su forma femenina y resulta agresivo cuando alguien se interesa por la misma— pero que también se puede identificar con el descubrimiento personal y crecimiento de un hombre transexual. Aunque eso es algo sobre lo que Paul White tiene mucho más que decir.

Sin embargo, Ranma se ve constantemente atacado por los ideales de su padre. La necesidad de separar la vida en dos vertientes según el género es la que lo insta a convertirse en una persona especialmente competitiva. Porque aunque no ponga en duda su identidad, acercarse a lo considerado como femenino se siente casi un ataque a su integridad y al punto del que pretende escapar. Quizás no con la idea de complacer los deseos de Genma, pero sí con la intención de superar la constante presión para ser “un verdadero hombre”, comportando también la idea de abandonar cualquier pretensión que pueda entenderse como “femenina”.

No es el único ejemplo clásico, por supuesto. Ya en los años ‘90 Utena marcó un cambio con la forma en la que rompía los estereotipos y dibujaba a su protagonista a través de muchos de los pretextos que identifican el espacio varonil. Sin necesidad de ir más lejos, Sailor Moon abría una importante veda con la forma en la que presentaba a Haruka, más allá de su relación con Michiru. Y si bien las considero precursoras a la hora de acabar con la pureza y las relaciones normativas que dictaba el shojo, mentiría si dijese que ambas obras no fueron un bálsamo de calma ante la discusión mental de mí yo adolescente. Un golpe que atentaba contra las implicaciones innegables que venían escritas en un contrato, el de género, que no recuerdo haber firmado.

En la misma línea encuentro la representación de Sui Ishida en Tokyo Ghoul. Una obra retorcida, donde cada negro es más oscuro que el anterior y dónde la propia transexualidad se observa desde lo turbio y el dolor que se visualiza en el pasado. El rechazo que siente Mutsuki al verse obligado a vestir de forma femenina, al sentirse amenazado y en peligro por su identidad sexual es una muestra de cómo el autor juega con estos tópicos, resaltando, quizás, la parte más oscura de la citada toxicidad. Y aprecio esa forma de mostrarlo, porque si en otros puntos el medio ha sido un punto de anclaje ante la duda, también es importante mantener consciencia sobre otros puntos de vista y, especialmente, sobre los problemas que derivan ante las acciones de la sociedad.

E insisto una vez más con una vuelta de hoja, porque en Echoes Ayumi nos habla de cómo todos, indiferentemente de nuestra condición, podemos vivir bajo el mismo techo. Y, en la misma línea, me he visto identificado numerosas veces a través del casting de Love Me for Who I Am (una de las últimas licencias de la americana Seven Seas) donde destaca la dualidad emocional de Mogumo como protagonista no binario pero donde también se narran las dificultades de otros chicos y chicas que se enfrentan a las imposiciones de género y lo que ellas representan a la hora de encontrar su propia identidad.

«El sexo al que pertenezcas no es algo importante. El amor es amor al fin y al cabo.»

«Es solo una fase», el medio a través de la fantasía homosexual

Pero si las imposiciones explícitas son un factor determinante a la hora de encasillar al medio y marcar caminos de exclusión, también lo son las que se presentan de forma implícita. Porque si géneros como el BL o GL se consideran como obras principalmente románticas, ¿porque necesitamos de términos propios? ¿No sería más lógico agruparlas en las diferentes demografías apropiadas para ello?

La respuesta es simple y deriva de la aún débil aceptación de los conceptos LGBT+ en la sociedad japonesa pero de la que, nos guste o no, también resultamos partícipes. El hecho de realizar estas separaciones no es más que una forma de construir reductos seguros para sus seguidores y también una forma de plantar un enorme cartel para que quienes rehúsan de la inclusión —los mismos que lloran por no poder identificarse en un videojuego con una protagonista femenina lesbiana— puedan esquivarlo sin miedo. Y no diré que estos géneros sean un error per se, pero el ideario tras su concepto es uno exclusivo y que no se presta a la normalización, sino todo lo contrario.

Bloom into You es, quizás, mi ejemplo favorito en este supuesto. No tanto en cómo estructura su relación entre Yu y Touko (aunque la recomiendo encarecidamente), sino en cómo Sayaka, uno de sus personajes principales, aborda la idea de la homosexualidad. En una discusión propia que le atenaza durante toda su adolescencia —y que se aborda de forma maravillosa en su novela ligera— y que acaba por resumirse en el negativo pensamiento de que su condición y su forma de amar «es solo una fase».

Y esta es una forma representativa de abordar el problema principal que se establece en el Yuri y el Yaoi: que son historias homosexuales escritas, principalmente, para personas heterosexuales. El propio término de “fujoshi” deriva de ese mismo concepto y no es difícil identificar los tropos y estereotipos que derivan de ellas. ¿Quiere decir ello que debamos obviarlas? No, por supuesto que no. All of Humanity is Yuri Except For Me es una obra que destila estas ideas y, sin embargo, a mí me arropa con calidez. Y Ore ga… Yuri!? es incluso peor en este mismo sentido y la considero un guilty pleasure pero no por ello voy a negar que disfruté entre sus líneas. En Color Recipe Harada expone el lado más perturbador del erotismo a través de factores psicológicos y la considero como una obra que no hay que dejar pasar.

Pero eso no niega que, en gran parte, estos géneros sean producto del morbo y la fantasía. Y, en ese sentido, estos conceptos priman sobre la propia narrativa de la obra en un formato que en lugar de fomentar la visibilización, la arrincona en un lado y le ofrece una falsa seguridad. Pero no hay que levantar mucho la vista para cruzarse con Kabi Nagata y la forma en la que explora su sexualidad y su propia identidad a través de Mi experiencia lesbiana con la soledad. Y en Sombras sobre Shimanami, por ejemplo, Yuhki Kamatani nos habla de cómo debemos luchar contra los estándares y no rendirnos a esa muerte en vida que representa la imposición y el miedo.

Y, vale, hablamos de obras muy concretas, pero podemos hacerlo en líneas más generales. No.6, Heartstopper o Puedo oír el sol atraviesan estos estereotipos y en la ternura de Historias de Amor se descubre un mensaje de inclusión que deja de lado la fantasía y nos habla de cómo la sexualidad jamás debería ser una barrera para nadie. Porque la búsqueda de un factor común para todos es, además de una utopía vacía y sin sentido, una comodidad para quien no quiere aceptar realidades ajenas. «Pero… ¿qué narices es normal?».

Quien sea no cambia nada

En el momento de hablar sobre La tierra de las gemas, me sorprendí agradeciendo la utilización del lenguaje inclusivo en su traducción. Y lo hice como una persona que se siente cómoda ante cualquier pronombre, pero entiendo que es no es algo que se pueda generalizar. Quizás tú, quién lea estas líneas, no sientas esa comodidad ante uno u otro tipo de pronombre. Y por ese motivo, la llegada de la obra a nuestro país sienta un precedente que va algo más allá del arte de Haruko Ichikawa a la hora de narrar e ilustrar su mundo.

Hablamos de inclusión. De olvidar los prejuicios y tirar barreras abajo. Porque al final del día todos somos personas y, sinceramente, quien sea no cambia nada. Podría escribir este texto de forma anónima, utilizando otro tipo de pronombres o haciéndolo de forma neutra. Y eso no cambiaría nada.

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Hablamos de inclusión porque aún en estos momentos vivimos actos en su contra. Porque celebramos un día como hoy pero no olvidamos, ni deberíamos —independientemente si te sientes, o no, parte del colectivo— olvidar la lucha que representa. E incluso así, el manga es un medio marcado por la toxicidad y la exclusión. La idea del avatar y la proyección en la fantasía se ha convertido en algo tan propio del medio que las tantas de las veces, la inclusión se entiende como una polarización. Como algo político. Como si este espacio estuviese diseñado por y para un tipo concreto de persona y no hubiesen cientos de miles de voces, cada una distinta del resto.

Y es un permiso triste, porque es precisamente el compartir un espacio mútuo como este el que debería aunarnos y permitirnos disfrutar juntos. Con todo, considero que llegar al final de estas líneas no solo es dar forma a un grito de silencio —un favor personal, no lo negaré—, sino también la confirmación y existencia de obras que rompen con estos factores. No es un listado al uso pero espero que las obras aquí citadas puedan aportar un pequeño grano de arena a la visibilidad. También, lo reconozco, es una puerta abierta a que compartáis con nosotros esas obras que puedan haber influenciado vuestro desarrollo personal. Una forma de compartir la inclusión y el medio que nos une.

Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.