GLEIPNIR, DE TÓPICOS E IDENTIDADES SEXUALES ADOLESCENTES
Como hijo de los noventa crecí en una dimensión rodeada de tópicos. Los adoraba, no voy a mentir. Mis tardes, lejos del conocimiento de la existencia de internet hasta bien entrada mi adolescencia, pasaban ante el anime del K3 y 3XL. Era el viaje del héroe lo que ocupaba mi imaginación. Un tópico constante: la de las etapas de poder. Aún recuerdo mi emoción al ver a Inuyasha convertido en demonio por primera vez, a Urameshi en el arco final de Yū Yū Hakusho (aunque era Kurama quien atrajo siempre mi mirada) o a Ichigo superando cada situación con la adquisición de un nuevo poder. La tensión no solía ser la resolución de la situación, sino que un nuevo poder sería la base para ello.
Sin embargo, también admiraba a Sakura, a Jeanne, a Minako. Muestras totalmente diferenciadas que, por algún motivo, se decían propuestas para otro género. Es injusto utilizar al anime clásico como excusa para la absurda dicotomía que se interponía en aquellos momentos. Porque las imposiciones sociales ya venían de serie y, aunque los tópicos jugaban su parte, no deja de ser una cuestión de personalidad. Sin embargo, ahí estaban, las conversaciones incómodas de patio donde todos querían ser el personaje masculino del momento. El héroe; el más fuerte. El momento en el que tanto el medio como la propia situación hacían su magia para mostrar el único camino posible. Podías seguirlo o, por supuesto, despeñarte.
Estuve —y quizás sigo, no lo dudo— rodando años por ese acantilado.
Tópico contra tópico, hablando de identidades
Volvemos al tema principal e, insisto, es injusto analizar en retrospectiva cuando han pasado más de diez años y hemos tenido tantas oportunidades de cambio. A mi favor diré, no todas han sido aprovechadas. Sin embargo, aquí estamos, al pie del cañón hablando de ese peso inseparable y atemporal y de cómo Gleipnir no reinventa la rueda pero si utiliza estos tópicos a favor y en contra de una discusión personal que, pese a ello, considero especialmente necesaria.

Y es que Gleipnir no deja de ser un seinen disfrazado de shonen. Y aunque no soy partidario de utilizar demografías, creo que es un punto que sienta especialmente bien en un apartado como este, sirviendo como sesgo social y cultural, así como demostrativo del poder que tiene la obra de Sun Takeda para utilizar los propios tópicos del género para acabar con otros de ellos. Y es que si en las series de aquellos momentos querías conocer a sus personajes para ver su próxima demostración de poder, en este caso es todo lo contrario. Porque cada poder es, en esencia, una muestra de las debilidades de sus personajes.
Porque dentro de ese espíritu shonen en el que un alienígena intercambia poderes por monedas que representan la identidad virtual de sus congéneres radica una importante discusión que sirve las veces para mostrar las verdaderas identidades de sus personajes. Una excusa cimentada en una de las bases más claras del género que no sirve sino para destripar sus personalidades, arrancar sus máscaras y mostrar sus verdaderas formas. Las que, muchas veces, se ocultan por miedo y no por autoconsciencia.
De dominación y control
Shuichi, su protagonista, es el ejemplo más claro. Una reducción del héroe clásico en forma de adolescente. Su primera aparición, de hecho, lo enmarca como tal. Desesperado, impulsado por sus deseos sexuales más depravados. Pero más allá de eso y su desarrollo psicosexual más claro, Shuichi es una muestra perfecta de “héroe inverso” en como su forma de ganar fuerza y evolucionar no es su propio crecimiento per se, sino como este lo muestra tal y como es: una persona que necesita del control. Una persona sumisa —más allá de lo que se suele entender bajo esta connotación sexual— que alcanza su verdadero poder, no por sus manos, sino cuando se encuentra bajo el control de un carácter más fuerte que el suyo. Un personaje que se resiente sobre sí mismo, que no encuentra su propio lugar en una mentalidad que se considera fuera de lugar pero que, pese a ello, se siente a cobijo no guiando, sino siendo guiado. Incluso su transformación, más allá de la evidencia de la posibilidad de ser controlado, tiene forma de perro en relación metafórica con esas imposiciones viscerales que presenta Takeda en la obra.

Clair, en contraposición y ejerciendo la posición dominante, es la clara idea de la anti héroe. Ella es, realmente, quien ostenta el poder. No solo la fuerza de su compañero, sino también todo el peso emocional que recae sobre él. Porque su relación no es una de imposición, sino de complicidad. Es ella quien penetra —una referencia obvia que ya comentamos en su crítica—, mientras que es él quien, rompiendo con los tópicos habituales del medio, forma la parte pasiva. Pero es, de nuevo, una relación y nunca una imposición. Es una relación de necesidad, porque él solo alcanza el verdadero poder cuando ella se lo arranca y lo controla. Cuando él consigue calmar su ansiedad y su miedo. Y se entrega.
Un hecho que no solo se identifica con la relación de su dúo protagonista, sino que lo marca y expone tal y como es. La propia obra reconoce que su transformación era tal para que fuera Elena quien lo “llevase”. Porque, al fin y al cabo, las transformaciones de Gleipnir no son más que la materialización de los deseos del usuario. Y, en este caso y obviando el carácter shonen de la obra, el de Shuichi no es otro que el de derribar las paredes de su propia mentalidad que lo atenazan, incapaz de mostrarse tal y como es. Es su propia confusión la que le otorga su forma, indefinida por su capacidad de reconocerse a sí mismo e influenciada por los secretos de su pasado como perla argumental.

¿Quien quieres ser realmente?
Takeda juega con esto constantemente. Sayaka es un ejemplo de ello. El único personaje conocido hasta el momento que ha mantenido su cuerpo inalterado. Un personaje que —aunque pierde la capacidad de explorar el espacio LGTB que tan bien podría haber sentado a su concepto oscuro y visceral de la sexualidad adolescente— define su mentalidad hasta el punto de obtener un poder especialmente concreto y, al igual que Clair, definiendo su sexualidad (también remarcadamente dominante y ejerciendo esta posición como líder controladora del grupo) como un simple concepto de la obra y no a raíz de sus poderes.
Chiyoko, por ejemplo, es también parte de este juego, en forma de cliché —la clásica chica con orejas de animal— que propone otro golpe a los tópicos. Porque es ella quien interpone una relación con Shuichi a través de la ternura y cariño que falta en las acciones de Clair, dando como resultado esa penetración incómoda, casi forzada, que sin embargo gusta al chico, demostrando una vez más su carácter. Es, también, esa ternura la que facilita la conexión entre ambos, mostrando un carácter de Chiyoko ligeramente menos sumiso, más neutral que Shuichi, facilitando el hecho de frenarle. Es también el punto de inflexión que conlleva a la propia evolución de la chica, llevándola a ganar seguridad en sí misma. Con todo, su incapacidad para controlar totalmente al chico es una muestra más de la inmensa implicación emocional que conlleva una relación como esta.
Ikeuchi es el encargado de cerrar el entramado romántico/argumental de la obra. Un chico emasculado virtualmente que pone su objeto romántico en la ternura de Chiyoko, seguramente en base a su aceptación pese a su condición de debilidad y que, pese a basar su transformación en el deseo de hacer cine, solo es visto utilizar su habilidad en fines voyeurs. Una muestra de su interés por la humillación, en como no solo continúa observando a la chica penetrar a Shuichi sino en como también graba la situación completa haciendo uso de sus poderes, su deseo, cumpliendo con su propia identidad sexual. Pese a que en el anime se censura, Takeda originalmente muestra cómo el chico se empalma ante la situación, como representación final de la idea.
Así, y volviendo al punto principal, su excusa argumental sirve, precisamente, para mostrar esta “cara B”. Tópicos que descubren identidades que, si bien ahora se encuentran más normalizadas, pueden seguir resultando aberrantes en ciertos círculos. Muchas de las veces, irónicamente, siguiendo el uso de tópicos sobre las mismas.
El camino del shonen y la idea adolescente
¿Hasta qué punto juega Gleipnir con este concepto? Lo cierto es que, pese a que la obra abre puertas que siguen siendo ajenas, por norma general, a las ramas más clásicas del medio, su trayectoria parece querer abrazarse a las situaciones que definen el género. No son todas sus facetas, por supuesto. Desconocemos aún el deseo de Elena y la aparición de Subaru nos ofrece al clásico niño huérfano que invoca una versión retorcida de sus padres para luchar. Sanbe, sin ir más lejos, es el producto shonen perfecto de un alienígena que disfruta leyendo este tipo de historias en el mundo humano.
Con todo, y sin echar por tierra los logros de la obra, es un permiso triste que Gleipnir acabe por lanzarse a la acción y las demostraciones de poder teniendo en su tablero a verdaderos sociópatas que utilizan sus habilidades como muestra de su psique en vez de convertirse en el nuevo obstáculo a superar. Al final son esos mismos tópicos que parece querer combatir a los que se abraza para ofrecer lo que es, en esencia, una obra adolescente.
Y es un permiso triste, porque su factor psicológico casa más con las habilidades y la introspección personal de sus personajes que no con el factor shonen. Pero, por otro lado, agradezco que sea capaz de sostenerse en estos tópicos para hablar de identidades sexuales en un entorno tan adolescente. Sun Takeda no reinventará la rueda, pero no imagino a muchos de esos personajes que acaparaban las conversaciones de patio cediendo su poder, su control, a otra persona. Podemos ser más justos. Podemos hablar de Shinji Ikari. Podemos hablar de Utena. Pero ante un medio marcado por ciertas imposiciones, no puedo negar que la existencia de estas discusiones consigue aplacar discusiones que me acompañaron a lo largo de toda la adolescencia. Y, ahora mismo, solo eso me parece un paso a favor de la evolución del mismo.
Óscar Martínez
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