ANIVERSARIO BERLANGA: ¡VIVAN LOS NOVIOS! (1970)
Llegamos con este artículo al último de los dedicados al ciclo de películas de Luis García Berlanga. De su mano hemos visto la situación de los españoles bajo la asfixiante dictadura y la bota militar de los Estados Unidos en este artículo, comprendimos las bondades e hipocresías de la religión católica en este otro, echamos un vistazo a los salones poblados por aquellos que dominan el país en la segunda crítica realizada, vimos con espanto la hipocresía de estos en esta película y con esta otra entendimos el papel de la pena de muerte y el miedo sobre la población tras triunfar en una guerra civil plasmada en esta película. Llegamos al final de esta serie de artículos con uno último dedicado a una de las llamadas películas menores del director, ¡Vivan los novios!, estrenada en 1970.
Berlanga había rodado en Argentina su última película, La boutique (1967), tras haber sufrido las iras de una censura a la que se le escapó El verdugo (1963), película que acabaría despertando la furia de un régimen al que el director se le escurría constantemente. Berlanga necesitaría unos años y una película de por medio para calmar a la censura y regresar a una España donde ya se olían vientos de cambio y donde el color en el cine, mal que le pese al director, era ya un hecho imparable. Ese color no era sólo la expresión de una nueva forma de hacer cine, sino el color de un país entero donde una Europa moderna se asomaba con expectativas de cambio y donde los propios españoles se topaban con una realidad europea a la que temían y adoraban a partes iguales.
Ese es el fondo sobre el que pivota la nueva película de Berlanga. Leonardo (José Luis López Vázquez) viaja hasta Sitges, bastión del turismo y el biquini en la costa mediterránea catalana, acompañado de su férrea y castradora madre (Teresa Gisbert) para casarse con su prometida Loli (Laly Solvedila). Lo que en un principio iban a ser unos días de asueto para madre e hijo en la perla del turismo de sol y playa se acaban convirtiendo en una pesadilla a partir del momento en que Leonardo, castellano de la vieja España del terruño de tierra y la tradición católica, queda prendado de la vida nocturna de un Sitges más europeo que español y deambula por sus calles en busca de las emociones que añora en su pueblo y que son nuevas en él. La noche previa a la boda traerá unas consecuencias terribles para el prometido que acabarán afectando a su boda y a su propio futuro cuando se quiebre la integridad que siempre le ha caracterizado. La insistencia de su prometida y de sus cuñados Pepito (José María Prada) y Carlos (Manuel Alexandre) no harán más que agriar los días del protagonista en Sitges hasta el punto en que Leo perderá toda noción de la realidad y de su propia integridad.
No es esta la primera incursión de Berlanga en el tema del turismo. Si bien en El verdugo (1963) ya vimos una aproximación del director con ese veraneo en Mallorca del que disfrutaban la hija y esposa del ejecutor mientras de puertas hacia dentro se segaba la vida de una persona, la presencia del turismo en esa España de mantilla e incienso hace ahora la posición del director evidente, ya que la película es una crítica frontal y total a todo lo que supone el turismo de sol y playa que al dictador tanto gustaba de promocionar para lavar la cara del país. La contraposición entre los personajes de Leonardo y su madre, la transparencia con la que la familia política acepta la presencia de los turistas y el Sitges de sol y playa muestran un país a dos velocidades; mientras en una parte del país se aceleraban acontecimientos sociales tan comunes en el día a día como es la presencia de una mujer en bañador, en otra parte del mismo el régimen austero de la peineta y el luto seguían bien vivos.
Quizá sea esta una de las críticas más afiladas que recibió el director cuando lo acusaron de caer en los simplismos de rodar una película de clichés basada en las suecas, el sol y playa y el cateto español seducido por la modernidad. Ni siquiera la presencia de un excelente José Luis López Vázquez, como en casi todos sus papeles, salvó la película de la quema. Vivan los novios ha pasado a la historia como una de las películas más olvidadas del valenciano. Algunos achacarían la supuesta mediocridad de la película a la distancia temporal del director con respecto a su última película o a unos tiempos que estaban cambiando y que Berlanga no supo entender, así como el hecho de ser la primera película en color del director, hecho que algunos achacaron como un lastre para un director acostumbrado a rodar en blanco y negro.
Una vez muerto el dictador y en plena ola del destape, Berlanga podría rodar escenas eróticas que siempre había tenido presentes y que, curiosamente, pueden empezar a verse en esta película en la que el verano se presta como telón de fondo a esta exhibición de cuerpos. La erotización de los cuerpos femeninos que ejercen de fondo de escenario y que pueblan las calles es la antesala del desnudo erótico de Bárbara Rey en La escopeta nacional (1978) o los desnudos masculinos en La vaquilla (198). Esta subversión de las normas ocurre también con las relaciones sociales que vemos en la película, en la que vemos más de una forma de entender la pareja y el amor bastante alejada de los estándares franquistas predominantes. Mención aparte merece un episodio como es la transferencia de género que observamos en un hombre vestido de mujer, quizá de las primeras presencias del fluir de género de una forma natural en una película española, con más mérito si cabe todavía por la presencia todavía viva del dictador. La película, pues, es una explosión de cuerpos, erotismo y libertad sexual, dentro de los rígidos controles de la censura, claro, que supone un soplo de aire fresco en una España carpetovetónica, pero que fue poco entendido por la crítica, que la recibió más bien con desdén, y para los espectadores, que sólo veían una película más de suecas. El rechazo del régimen, actitud habitual hacia la filmografía de Berlanga, dio el carpetazo final a una película demasiado orgiástica para el español de a pie.
A su favor hay que decir que Berlanga lleva el esperpento a un punto más allá al rodar una comedia más negra todavía que El verdugo, aunque no tan cargada de crítica, cuando observamos la deriva que traerá el papel de la madre de Leonardo. El personaje interpretado por López Vázquez, además, no sólo es el trasunto del español medio, bajito y con bigote típico de las películas de suecas, sino que se encuentra cargado de unas contradicciones que tiene que vivir en soledad en medio de un paraíso de luz y sexualidad y que lo convierten en el perfecto desgraciado sufridor de las películas del director valenciano igual que vimos en el personaje de Plácido en la película homónima o el protagonista de El verdugo. Después de todo, y a pesar de ser considerada una película menor, es esta una película hilvanada por el tándem Azcona–Berlanga, razón de más para darle una segunda oportunidad a una película que quizá merece más de una lectura por debajo de su supuesta superficialidad.
Javier Alpáñez