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ANIVERSARIO BERLANGA: EL VERDUGO (1963)

Tras haber puesto en evidencia la inferioridad de una España atrasada en Bienvenido, Mr. Marshall (1953), retratar la mercantilización de la fe en Los jueves, milagro (1957) y antes de adentrarse en la decadencia de las clases dominantes del país con La escopeta nacional (1978), Luis García Berlanga firmó una de las obras más desasosegantes de toda su carrera en un giro en su cine que lo acabaría llevando a dirigir una película inquietante como pocas.

El verdugo (1963), coproducción hispano-italiana, supone una rara avis en el cine del director valenciano. Si bien es cierto que mantiene su maestría fotográfica hasta alcanzar cotas antes inusitadas, contiene todavía el humor socarrón español que alivia la pesada carga de lo que estamos viendo y se traza un plan para alcanzar un fin determinado como en películas anteriores, El verdugo supone un giro leve, pero perceptible, en su filmografía, puesto que la película entra en otros derroteros bien diferentes. Las pequeñas aldeas españolas de sus películas desaparecen para dar paso a las grandes urbes, las fuerzas vivas que dirigen los destinos de muchos son aquí nombres apenas esbozados, los planes que conforman el eje vertebrador de sus películas y que nunca salen adelante acaban llegando a demasiado buen puerto y las ensoñaciones del pueblo acaban convertidas en pesadillas.

José Luis (Nino Manfredi), empleado de una funeraria y hombre frustrado ante la miseria de una vida con la que no se siente cómodo, conoce al verdugo Amadeo (Pepe Isbert), cuya hija Carmen (Emma Penella) se halla desesperada por encontrar un marido con el que casarse. Los dos jóvenes no lo tienen fácil, puesto que la visión fatalista y tenebrista que destilan y su relación con la muerte hace que la sociedad los aleje de sí. Lo que en un principio era un romance entre ella y José Luis acaba derivando en una situación en la que él se verá no sólo forzado a casarse con Carmen sino también a aceptar el oficio de verdugo de su suegro.

¿Qué significa ser verdugo? ¿Es lícito arrebatar la vida a alguien en nombre del estado y de la seguridad ciudadana? ¿Cómo se puede equilibrar la vida personal de alguien con el oficio de verdugo? El verdugo, a día de hoy y a más de sesenta años de su aniversario, sigue generando nuevas dudas a cada visionado, puesto que la película va mucho más allá del mero debate sobre la pena de muerte y se convierte en un asombroso análisis de los límites de la libertad (partiendo siempre de la base de que la situación política del país era una dictadura) y de las ramificaciones tan profundas que una dictadura encontraba hasta incluso en las vidas más íntimas de las personas. Aprendemos al final cómo el peso tan grande de esta y sus brazos represores y ejecutores consiguen incluso penetrar hasta en lo más íntimo de nuestras vidas, pero no es esta la única lección de El verdugo.

Esta película nos habla también de los miedos que la propia dictadura generaba por el mero hecho de existir. El miedo a la carga social de permanecer soltera para una mujer, el miedo a no prosperar en la vida y la necesidad añadida de tomar decisiones desesperadas, el miedo a los rumores sociales, el miedo a hablar en voz alta cosas que sólo deberían decirse en voz baja, el miedo a ejecutar una vida en nombre del estado. El miedo sobrevuela toda la película en un magnífico trabajo que nos demuestra cómo una dictadura debe vivir necesariamente del miedo entre la población. La imagen de España tras el visionado total de la cinta es totalmente devastadora. Sus ciudadanos, si es que se les puede dar esa categoría a aquellos que viven bajo una dictadura, tomarán el camino fácil ante lo que es tan evidente a ojos de los demás: la indiferencia como medio para afrontar esos miedos con los que es necesario convivir, y así un país entero acaba sucumbiendo ante la indiferencia frente al horror, tal como podemos ver en la película.

El humor presente en un guion firmado a dos manos entre Luis García Berlanga y Rafael Azcona permite aligerar el poso tenebrista que la película imprime en la pantalla y convertir a la cinta en una comedia negra, negrísima. La carga de lo que se está viendo es demasiado pesada y el tradicional humor picaresco tan español aligera necesariamente una tensión que permite respirar ante un paisaje desolador.

Triunfadora en el Festival de Venecia del año 1963, en España la película no hizo mucha gracia, como ya venía siendo habitual con cada estreno del director. La ejecución de un comunista y dos anarquistas poco antes del estreno de la película tampoco le puso las cosas fáciles al régimen, especialmente cuando se multiplicaron las protestas en un mundo cada vez más hostil hacia el régimen fascista de Franco que no dudaba en llamar al dictador “El verdugo”. La ovación internacional de la película fue tal que el mismo embajador español en Italia que anteriormente hizo todo lo posible para evitar su proyección acabó presentándola como la mejor muestra para entender cómo en España se respetaban las libertades artísticas.

Y nos detendremos en la famosa escena final. Convertido en verdugo, José Luis tendrá que viajar a Mallorca para ejecutar a un reo. En su camino le ayudará su suegro al tiempo que su hija aprovechará para visitar Mallorca con su hija. La desolación de un país sin remedio se mascará en esas escenas finales donde unos pocos ejecutan al reo mientras el grueso de la población disfruta del verano en las playas abarrotadas de Mallorca adonde seguían llegando turistas nacionales y extranjeros en un 1963 que todavía tenía por delante un largo camino de dictadura.

Javier Alpáñez

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