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ANIVERSARIO BERLANGA: LA ESCOPETA NACIONAL (1978)

Seguimos de aniversario con esta segunda entrega de nuestra particular serie dedicada al aniversario Berlanga. Esta semana hemos podido asistir al preestreno de un reestreno esperado por ser uno de los clásicos por antonomasia del ciclo berlanguiano y nos hemos acercado a las salas para descubrir de nuevo ese clásico de 1978 llamado La escopeta nacional. A Contracorriente films prepara el reestreno de esta película con copia digital restaurada para el próximo 18 de junio con motivo del centenario del director y en El Palomitrón queremos rendir nuestro particular homenaje sumergiéndonos en una película que con los años ha alcanzado una valoración histórica esencial para desvelar la realidad española y que sigue estando de latente actualidad.

La historia empieza cuando un empresario catalán viaja a Madrid con objeto de pagar una cacería para unos marqueses. Conocedor de los pingües beneficios que esto le reportará para impulsar su empresa de porteros electrónicos, el empresario y su secretaria y amante se personifican en la finca con objeto de conocer a la alta sociedad que rodea al marqués y así poder establecer contactos con los que poder patrocinar su producto. Sin embargo, el devenir de los acontecimientos enfrentará al catalán con una serie de situaciones que acabarán convirtiéndose en verdaderos obstáculos para alcanzar su objetivo y que le harán preguntarse si realmente su viaje ha valido la pena.

A poco que visualicemos La escopeta nacional podremos darnos cuenta de que Berlanga vuelve a repetir la estructura de muchas de sus películas que, no por repetida, acaba siendo repetitiva. Pronto el director nos dibuja un fresco coral de personajes variopintos surgidos de todas las capas bien avenidas de la sociedad que acaban siendo ridiculizadas a causa de sus instintos más básicos como son la codicia, la ambición y el placer sexual, entre muchos otros. Si tradicionalmente estos personajes eran los que urdían las principales tramas de sus películas, en este caso el foráneo catalán Jaume Canivell (José Sazatornil) es quien teje el plan maestro para llevar a buen puerto sus planes de vender porterillos electrónicos. Este plan, sin embargo, no topa con la dura realidad de un sistema que no quiere cambiar, como es el caso de Bienvenido, Mr. Marshall (1953) o Los jueves, milagro (1957), sino que se estampa contra esos vicios de una clase dominante que se niega a abandonar sus particulares diversiones y manías. Berlanga no deja títere con cabeza en esta sátira sobre aquellos que nos gobiernan y deja en el aire la pregunta certera de qué tipo de persona es realmente quien está por encima de nosotros dirigiendo nuestros destinos.

A pesar del tiempo transcurrido, la película sigue destilando una frescura que nos permite observarla con una precisa actualidad como si leyéramos las páginas de un diario en la actualidad. La corrupción y los negocios por la puerta de atrás, las ambiciones varias que jalonan todo el cuadro de personajes, la necesidad de fama de algunos de ellos o la lujuria y la obsesión por el sexo que muestran aquellos con títulos honoríficos son sólo algunos de los elementos que a día de hoy pululan por la actualidad española. Las antiguas cacerías son ahora las comidas en los restaurantes y los negocios en los palcos de los campos de futbol y el chascarrillo de “catalanes separatistas” ha cambiado de pelaje para adaptarse a otra realidad a pesar de que la España que Berlanga retrata en esta película sigue palpitando bien viva.

Un hecho curioso a destacar es el encontrarnos con desnudos y escenas eróticas o comportamientos de una moralidad dudosa que habrían supuesto la censura inmediata en pleno franquismo. La película, pues, no es sólo el retrato de un país, sino que también sirve para escenificar un momento histórico concreto para el cine español, ya muerto el dictador, cuando la gran pantalla se llenaba de desnudos y erotismo que habían sido reprimidos durante décadas de velo católico. El hecho de que el personaje interpretado por Sazatornil sea acompañado por su secretaria Mercè (Mónica Randall) o que Álvaro (Antonio Ferrandis), el ministro de industria, esté, a su vez, acompañado por su amante Vera (Bárbara Rey), actriz de cine porno y foco de todas las miradas en la cacería, son una muestra de la naturalidad con la que la sociedad española empezaba a encajar determinados cambios sociales. No hemos de olvidar tampoco el hecho de que parte de los diálogos de la trama sean en catalán, dotando a la película de una normalidad política que ya se estaba haciendo cada vez más necesaria allá en 1978.

Con guion firmado tanto por Berlanga como Rafael Azcona, la película supura un humor berlanguiano surgido de momentos absurdos entre personajes no menos absurdos. El planteamiento coral y la facilidad con la que la trama se desmadeja entre unos y otros permite acercarnos con simpatía a una película de un humor puro surgido de encuentros entre los distintos personajes que suponen la fauna y flora de la casa de los marqueses.

Si hay algo que recriminarle a la película es, quizá, un acercamiento demasiado difuso a la profundidad de otros personajes diferentes al del catalán Jaume Canivell o un acercamiento en ocasiones extremadamente plano a las figuras femeninas, señoras únicamente creadas para el lucimiento de sus cuerpos; nos queda lejana en esta película un personaje femenino igual de bien dibujado que el de Emma Penella en El verdugo (1963).

La escopeta nacional todavía daría para dos entregas más, Patrimonio Nacional (1981) y Nacional III (1982), que acabarían construyendo la llamada Trilogía Nacional, una trilogía de películas en torno a las figuras de los marqueses de Leguineche y su paso por las distintas fases históricas que España viviría durante la Transición Política española. De las tres, es esta que nos ocupa la que supondría el mayor éxito en pantalla y haría regresar al director a la primera fila de los directores españoles. El tiempo, desde luego, no la ha olvidado.

Javier Alpáñez

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