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Tierra y libertad + El Palomitrón
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8 PELÍCULAS IMPERDIBLES SOBRE LA GUERRA CIVIL

Este viernes llega por fin Mientras dure la guerra, la esperada nueva película de Alejandro Amenábar, ese tipo que empezó fuerte con Tesis y que decidió no parar: Abre los ojos, Los otros, Mar adentro, Ágora… Siempre hay en su cine un personaje que sufre, siempre uno que está solo en medio de un mundo que le da la espalda. Y esta vez el elegido es don Miguel de Unamuno, que murió en la cama, en plena Guerra Civil, perdida toda esperanza en lo que estaba ocurriendo en la España que con tanta pasión había defendido, eso sí, siempre en contra del viento.

La película se estrena al fin este viernes y no llega exenta de polémica. ¡Sorpresa! Amenábar ha concedido entrevistas a casi todos los diarios importantes de este país. Entrevistas interesantes, por cierto. Cada medio ha escogido su titular, con más o menos acierto, con más o menos ganas de dar que hablar. Y claro, se consigue. A Twitter no le ha gustado alguno de esos titulares y… En fin. Ya saben.

Y es que uno de los temas recurrentes en el cine español es la guerra fratricida que asoló este país entre 1936 y 1939 (también eso le han afeado a Amenábar pero, si no nosotros, ¿quién?). En realidad lo malo ya había empezado antes. Y continuaría después, claro. Con sus crímenes, su fractura, sus persecuciones, su sed revanchista, su memoria selectiva. El dichoso relato. Esa maldita manía de apropiarse de símbolos comunes y golpear con ellos al de enfrente. Las dos Españas en las que el otro no es rival, sino enemigo. Quizá no aprendemos. Quizá, como dice Amenábar en una de sus entrevistas, juega en nuestra contra el temperamento y la pasión.

Mientras dure la guerra + El Palomitrón

De lo que posiblemente sí acostumbra a adolecer el cine que gira en torno al conflicto que dio lugar a treinta y seis años de dictadura es del maniqueísmo. Los buenos contra los malos. Y las cosas no siempre son tan sencillas: había dos bandos, y mucha gente (posiblemente, la mayoría) a la que los tiros simplemente pillaron en medio. No son pocos quienes tuvieron un abuelo en cada lado. Para el director de Mientras dure la guerra, la película no es equidistante pero sí ecuánime. A veces hace falta algo de perspectiva. Veamos: Miguel de Unamuno (a quien aquí interpreta Karra Elejalde), se posicionó a favor del golpe del 36. ¿Por qué? Porque prometía traer el orden a lo que él entendía como un estado anárquico a los pies de los soviéticos. Después vio que era otra cosa, y así se lo hizo saber a Franco. Unamuno es, en fin, otro caso difícil de comprender aquí. Un hombre culto que peleaba por lo que creía más justo en cada momento.

La secuencia sería así: en 1924 es desterrado por sus ataques hacia Alfonso XIII y Miguel Primo de Rivera; en 1931 se presenta a las elecciones municipales por la coalición entre republicanos y socialistas; en 1933 empieza a darse cuenta de que lo que creía ver no es lo que ve y decide no presentarse a la reelección; y en 1936, lo dicho, apoya a Franco. Nunca es fácil ir por libre, y menos en una situación tan crispada como aquella. De ahí se entiende la pretendida ecuanimidad de Amenábar: las cosas no siempre son blancas o negras. O rojas y azules. La historia son matices y condicionantes, y el director ha buscado entrar en las cabezas y encontrar las razones.

Demasiado celuloide dedicado a la Guerra Civil, dirán algunos. Bien, a finales de octubre llega otra: La trinchera infinita, con Antonio de la Torre y Belén Cuesta a la cabeza. Este, como tantos otros episodios de la historia, será siempre objeto de películas. Una y otra vez. Y unas serán buenas y otras no. A lo que vamos: de cara a estos dos estrenos, ¿por qué no repasar algunas grandes películas sobre la guerra civil española? Puede que usted no haya oído hablar de algunas de ellas. Veamos.

Sierra de Teruel (André Malraux, 1939)

Sierra de Teruel + El Palomitrón

Una de las películas propagandísticas más valoradas, pues parece adelantar características del neorrealismo italiano. Cuenta la historia de uno de los bombarderos de las Brigadas Internacionales derribado en Valdelinares (Teruel) el 27 de diciembre de 1936. André Malraux estaba allí, y quedó impresionado por lo que entendió como “un espectáculo de solidaridad y respeto”, lo que le llevó a escribir L’Espoir (La esperanza), el libro que da lugar a la cinta. Su objetivo era promover los valores republicanos y ganar apoyos internacionales para la causa.

La película contó con la ayuda de Max Aub para traducir el guion y estaba lista en julio de 1939, algo que le da un gran valor ya no sólo cinematográfico sino también histórico. Lo malo para Malraux era que la guerra ya se había perdido y la ayuda de fuera importaba ahora más bien poco. Por razones obvias, sólo pudo verse lejos de nuestras fronteras. Concretamente en París un par de veces, pero Franco presionó al entonces embajador francés en Madrid, Philippe Pétain (seguro que le suena el nombre), hasta lograr que también allí fuese censurada. Todas las copias conocidas fueron destruidas durante la Segunda Guerra Mundial y se llegó a pensar que la película se había perdido. Pero se encontró una más, etiquetada con un nombre que no era el suyo, y que gracias a ese error pudo salvarse. Se hicieron nuevas copias y se estrenó en el año 1945, presentándola como un filme francés. En España no se vio hasta 1978.

La escena final nos muestra al pueblo bajando de la montaña los cuerpos de los heridos y los muertos tras la caída del avión, en esa escena que emocionó a Malraux. Vemos a niños y ancianos levantando el puño, y una enorme hilera de gente descendiendo en comitiva del monte. De alguna forma se nos dice que ese pueblo está orgulloso de sus soldados, que al igual que lucharon los mayores lo harán los pequeños, y que cuando uno caiga vendrán más. Se puede ver, por cierto, en RTVE.

Por quién doblan las campanas (Sam Wood, 1943)

Ingrid Bergman, Gary Cooper + Por quién doblan las campanas + El Palomitrón

Adaptación de la obra de Ernest Hemingway, el americano enamorado de España (algo que acredita su estatua en Pamplona frente a la plaza de toros). Su novela más famosa, Por quién doblas las campanas, publicada tres años antes, es también una de las adaptaciones del escritor más reconocidas quizá junto a Tener y no tener (con Howard Hawks, Humphrey Bogard, Walter Brennan, Lauren Bacall, casi nada) o Adiós a las armas (con Gary Cooper en la versión de 1932 y Rock Hudson en la de 1957). Hemingway sitúa esta historia de amor en la Guerra Civil, donde participó como reportero para la North American Newspaper Alliance desde 1937.

A Robert Jordan (Gary Cooper) se le asigna la misión de volar un puente que resulta de vital importancia para los sublevados. En su camino conoce a un grupo de guerrilleros que se ocultan en las montañas, como María (Ingrid Bergman) y Pilar (Katina Paxinou, que recibió el Oscar por este papel). Jordan se enamora de María en uno de esos romances del Hollywood clásico que empieza con la primera mirada y que sólo termina en una escena memorable o en tragedia. La película, de cuyo guion mostró desconfianza el embajador español en Estados Unidos hasta conseguir su edición, nos habla del camino de alguien que sabe que su cometido es tan importante como peligroso y que puede no salir vivo, pero que tiene que hacerlo porque es una cuestión decisiva que está muy por encima de él.

Hay varios momentos donde nos encontramos con muestras de los genios que participan enesta producción: en la novela (Hemingway), en la dirección (Sam Wood, que había sustituido temporalmente a Victor Fleming en la dirección de Lo que el viento se llevó) y en el reparto (dos de los mejores actores de todos los tiempos). La habilidad de toda esta gente converge en acciones puntuales, por ejemplo en cómo se nos cuenta la historia de María en sólo un par de frases: Robert le pregunta cuánto tiempo lleva escondida en las montañas, y ella, agarrándose el cabello corto, dice: este tiempo llevo. Con pocas palabras y un gesto, nos ha contado, aunque luego se profundiza, que los franquistas debieron entrar en su pueblo, que se quitaron de en medio a unos cuantos, y que a ella la raparon. Quién sabe qué más. Pero esto no es todo: Pilar recuerda el día en que los republicanos encerraron en el ayuntamiento a los sospechosos de simpatía hacía el alzamiento militar. Una muchedumbre se congregó frente al edificio con palos. La puerta se iba abriendo y los cautivos eran empujados de uno en uno hacia la multitud, que formaba un pasillo por donde los apaleaba y se burlaba de ellos hasta lanzarlos por el precipicio. Esta es la España que encontró Hemingway.

La novela tiene muchos más matices que la película, además de un contenido más comprometido políticamente y la presencia de personajes que existieron en realidad. Pero esta es, en todo caso, una buena adaptación.

Las bicicletas son para el verano (Jaime Chávarri, 1984)

Gabino Diego + Las bicilcetas son para el verano + El Palomitrón

Basada en la obra teatral de Fernando Fernán Gómez publicada siete años antes. La historia se centra en lo que pasaba en la retaguardia durante la Guerra Civil, en los problemas de la gente en esta situación. La guerra es algo que está ahí fuera: aquí afecta el hambre, los bombardeos, las noticias que van llegando y la preocupación por las que no llegan. Vemos cómo se va gestando esa guerra inminente: el asesinato de Calvo Sotelo, los tiros y las torturas. Los crímenes de unos antes de la guerra, de los otros después, y de los dos durante. La pasividad de las potencias internacionales.

Destaca cómo se reconstruye el Madrid de la época y cómo va cambiado conforme avanza el conflicto. Antes de la guerra, las familias paseaban por la calle y se sentaban en las terrazas a tomar horchata. Después, Luis y su hijo se sientan en unos escombros para hablar del difícil porvenir con un tabaco horrible («ya, pero se fuma», dice). Ahí llega la frase que cierra de manera perfecta la película. Destaca también la gran cantidad de menciones al cine de la época (Chaplin, Dietrich, Gable…).

Tiene tres o cuatro frases que se clavan en la memoria, como cuando la amistad se pone en jaque porque está desapareciendo la poca comida que hay (“no digo que sean mala gente, sólo que tienen hambre”), o como cuando a algún personaje se le ocurre alegrarse de que al menos ya no habrá violencia («es que no ha llegado la paz, ha llegado la victoria»). Debe ser duro vivir una guerra. Pero peor debe ser perderla.

La vaquilla (Luis García Berlanga, 1985)

Alfredo Landa, José Sacristán La vaquilla + El Palomitrón

Berlanga busca un lado cómico en algo que evidentemente no lo es. Y para ello deja sus papeles principales en manos de tipos como Alfredo Landa y José Sacristán. Sabía lo que hacía. Destacan los continuos enredos y el costumbrismo, la guerra vista desde lo cotidiano: los soldados que cambian tabaco por papel de liar, las fiestas tradicionales, las relaciones cuando la novia está tras las líneas enemigas, la influencia de la religión en la zona franquista. Pero por encima de todo destaca el tono de la película. No hay drama pero sí hay tragedia. Es comedia con un trasfondo verdaderamente triste (una guerra civil, usted me dirá…) que sólo se deja ver en un par de ocasiones: la más triste de todas, cuando, al final, los dos amigos toreros se reencuentran y uno habla de cuándo verán al tercero de ellos. Entonces el otro dice: -Ya murió. -¿Lo pilló un toro? -No hijo no, el hambre.

Toda la película han sido risas y situaciones rozando lo ridículo. Y de repente, zas. Hay otras: cuando el marqués le dice a un hombre que ate al soldado («pero, ¿cómo voy a atar a mi propio hijo?», como escenificando las luchas entre familiares y amigos). En el plano final vemos a la vaquilla por la que todos se han peleado durante la película que, casi como una imagen de España, yace muerta con dos banderillas clavadas (los dos bandos) rodeada de buitres que devoran el cadáver.

¡Ay, Carmela! (Carlos Saura, 1990)

Andrés Pajares, Carmen Maura + Ay, Carmela + El Palomitrón

Es una comedia que te pone muy triste. De alguna manera es como un niño que hace una broma en un funeral porque no es capaz de entender de qué trata el asunto, mientras el resto de los allí presentes le observan con una sonrisa tierna. Los personajes de Carmen Maura, Andrés Pajares y Gabino Diego son el único toque de inocencia en un marco oscuro. Lo divertido surge durante las actuaciones de estos tres cómicos, ya que su relación con lo que les rodea es dramática todo el tiempo (detenciones, cárcel, muerte). Es, digamos, una comedia muy seria, alejada por ejemplo de la actitud de aquel esperpento llamado 1941 con el que Spielberg se propuso castigarnos.

Estos tres personajes son actores de la zona republicana que, en su viaje a Valencia, son interceptados por tropas franquistas. Para poder seguir respirando, se ven obligados a representar sus funciones ante ellos. Lo que nos llega es un quiero y no puedo, porque no hay comedia ni lado amable en una guerra. Y menos aún en una guerra civil, donde una línea trazada sobre el mapa de algún despacho te obliga a odiar al de enfrente, incluso antes de haberte planteado siquiera si tienes intención de tomar partido en la contienda.

El horror sobrevuela a los actores, acostumbrados al cachondeo, como un buitre sediento de sangre. ¡Ay, Carmela! viene de la obra de teatro de José Sanchís Sinisterra, que viene a su vez de una de las canciones más bellas que se pudieron escuchar en la Guerra Civil (pero nada pueden bombas, donde sobra corazón) que fue entonada principalmente por el bando republicano, aunque también por los falangistas, pues su origen se remontaba a la Guerra de la Independencia.

Vacas (Julio Medem, 1992)

Vacas + El Palomitrón

Quien más quien menos, todos (o casi) recordamos competiciones de cortar leña en el pueblo. Hombres recios equipados con hachas dignas de Khazad-dûm que partían troncos como quien parte un mikado. Esta película gira, en parte, en torno a eso. En cierto sentido recuerda a otras como Gigante, Leyendas de pasión o Lo que el viento se llevó: películas sobre cómo sienta el paso del tiempo a una familia y las relaciones que se van dando entre sus componentes. Las historias de los padres terminan y ganan importancia las de los hijos. Y así.

En este caso todo comienza en 1875, en la Tercera Guerra Carlista. Un soldado que en realidad es aizcolari cae herido en combate, pero no como uno imaginaría que cae herido un soldado, por mucho que en su día a día fuese aizcolari. A partir de aquello, la película pasa por diferentes capítulos que son las etapas de dos familias que viven en caseríos en una época en que el deporte no era cosa de millonarios, sino de conseguir algo de dinero y, sobre todo, el reconocimiento de los tuyos. El tiempo va pasando hasta llegar, claro, hasta la Guerra Civil. Vacas tiene mucho que ver con ese último término: las guerras carlistas también fueron guerras civiles y, a su modo, también lo son los continuos conflictos entre parientes y paisanos que aparecen reflejados.

Hay una fascinación inusitada por los agujeros. Todo el tiempo son la excusa para asomarse dentro y darle a ese momento algún tipo de significado introspectivo, ya sea en el objetivo de una cámara de fotos, de los ojos de una vaca, de donde sale un ternero al llegar a este mundo, o en un extraño hueco en el interior de ese árbol que forma parte del misterio del bosque.

La película es siempre enigmática, ayudada por la sensación inhóspita que crea la música de Alberto Iglesias en ese pequeño mundo agreste que es para estos personajes el ambiente rural guipuzcoano. Un detalle más: mires donde mires siempre están pasando cosas, y las historias se cuentan sin hablar, a través de miradas. En realidad la mayoría de acontecimientos ocurren en silencio. Todo induce a pensar que en ese valle se ha sobrevivido a cualquier circunstancia sin apenas decir palabra. Como decíamos, en cada escena ocurre algo que te lleva a imaginar la historia de quienes en ella aparecen. Un ejemplo: en pleno combate se oye «no me dispares, Juan» y acto seguido un disparo. Y uno imagina a dos amigos de toda la vida a quienes la guerra ha colocado frente a frente.

El tratamiento que da Julio Medem a todo lo que hace aquí es el de un maestro. Desde su virtuosismo con la cámara hasta cómo se complementan a la perfección la acción y la música, ayudados de forma definitiva por un montaje impecable y una preciosa fotografía. Esto, y que se tratara de su primer largometraje, hace que Vacas tenga un valor particular.

Tierra y libertad (Ken Loach, 1995)

Tierra y libertad + El Palomitrón

La guerra civil española no es un tema muy recurrente en el cine más allá de nuestras fronteras. Sin embargo hay algunas excepciones, como Los niños de San Judas o Por quién doblan las campanas. Hay más, claro, y probablemente la más destacable de todas ellas sea Tierra y libertad. Dirigida por Ken Loach, que once años después vuelve a un tema similar pero en la Irlanda del IRA en El viento que agita la cebada.

La película habla de las fracturas internas dentro del bloque republicano. Un joven comunista inglés marcha a España convencido por un hombre que les cuenta todo el apoyo que tienen. Al llegar, descubre que las cosas no son tan buenas como le habían dicho.

Tiene varios momentos brillantes, como la batalla en el pueblo, o la asamblea donde se debate la colectivización de las tierras. Contemplar esa secuencia es increíble particularmente por un motivo: los actores. Cuando un actor habla en una película está evidentemente recitando un guion de memoria. Aquí no. Los personajes discuten entre ellos, se interrumpen, titubean, se repiten, se mezclan los idiomas, olvidan lo que estaban diciendo, dudan, gesticulan, hablan con incorrecciones, piden silencio. Todo esto da una gran sensación de realismo a este momento en concreto.

Lo que mejor refleja esta película son las ya clásicas disputas internas. Cuando el inglés sale de Liverpool piensa que va a una guerra entre dos bandos. Lo que se encuentra es que el bando republicano estaba formado en realidad por el Gobierno, una coalición de partidos (Izquierda Republicana y Unión Republicana), el PSOE, el Partido Comunista, el POUM, ERC, el PNV, los sindicatos… Se encuentra con una tesitura en la que cada uno hacía la guerra por su cuenta, y cada uno trataba de ser quien la ganase. Esto es algo que, en fin, a nadie pillará por sorpresa a día de hoy. En el otro bando es cierto que había varios grupos (Falange, carlistas, monárquicos, CEDA…) pero todos parecían mucho más proclives a unirse contra el comunismo bajo el liderazgo de Franco, sobre todo a raíz de la muerte de Emilio Mola.

Franco recibía mucha ayuda de Alemania e Italia, mientras que la República recibía algo de México y la Unión Soviética. Estos últimos, por cierto, eran como el que se queja pero no hace nada: muchas ganas de mandar y de decidir cómo habían de hacerse las cosas, pero poca intención de poner recursos. De hecho, y como vemos en esta película, mediante su intervención crearon conflictos nuevos. Como con el POUM, por ejemplo, que eran trotskistas y eso a Stalin por lo que fuera no le gustaba demasiado. Nada nuevo bajo el sol.

La hora de los valientes (Antonio Mercero, 1998)

Luis Cuenca + La hora de los valientes + El Palomitrón

En un Madrid destrozado por la guerra, donde la radio clama “¡es la hora de los valientes!”, los bombardeos obligan a los celadores del Museo del Prado a empaquetar todo el arte y llevarlo a Valencia, donde se ha instalado el gobierno republicano. Manuel (Gabino Diego) encuentra un autorretrato olvidado de Goya y decide guardarlo hasta que tenga la ocasión de devolverlo a salvo. Ya lo dijo Manuel Azaña: el Museo del Prado es más importante para España que la Monarquía y la República juntas.

La guerra va avanzando, y vemos el Madrid de las persecuciones religiosas y la destrucción del arte sacro. Vemos cuadros e imágenes de santos y vírgenes ardiendo en la calle, y a los soldados celebrando que han encontrado a un cura, y que se lo llevan de paseo, a él y a quienes le ocultaban. A Manuel, como amante y estudioso del arte, la situación le entristece. Comparte reparto con Leonor Watling y Adriana Ozores, que por cierto recibió el Goya.

Vemos personajes fuertes saliendo adelante y familias en las que faltan muchos de sus miembros. En concreto, la del protagonista es una mezcla de parentesco (Manuel, el abuelo, la tía, su hijo, Carmen y la criada). Las escasas alegrías provocan que cada pequeña victoria sea enormemente celebrada, como que los soldados no hayan encontrado el cuadro, y así encuentran fuerza para seguir adelante.

La escena más hermosa de la película se produce durante la boda de Manuel y Carmen, donde la familia se ha reunido después a celebrarlo. Suenan las antiaéreas. Todos corren a ponerse a salvo, pero vuelven para intentar llevarse algo de la comida porque es un bien escaso. Todos corren, y la cámara realiza una panorámica horizontal interrumpida por la figura de los novios que se ha vuelto uno por medio de un abrazo. El abuelo también se ha quedado. Qué le va a asustar a él a estas alturas. Hace sonar el organillo. Entonces los recién casados comienzan a bailar bajo el estruendo que provocan los aviones. Se tienen, en fin, el uno al otro. Baila con ella bajo las bombas, corre de su mano por las calles de un Madrid devastado y la vida es ahora un poco menos gris.

Y casi lo vamos a dejar aquí. Hay muchos títulos, unos buenos y otros no tanto, como en todo. Podríamos haber hablado de Vida en sombras (de Llorenç Llobet-Gràcia), o de El árbol de Guernica (de Fernando Arrabal). Podríamos haber mencionado otras más recientes, como El laberinto del fauno o La voz dormida, aunque seguro que usted ya las conoce. En fin, ahí van otras recomendaciones. Si en algo coinciden todos estos títulos es en que nunca hemos sabido cómo tratarnos ni cómo resolver las diferencias sin imponer nuestra idea. Todavía estamos en ello.

Pablo Núñez Noriega

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Walter Murch tiene la teoría de que la felicidad es dedicarse a lo que te gustaba con diez años, y yo tengo un problema porque en mi caso no recuerdo con exactitud de qué se trataba. Mientras tanto, hablo por la radio y escribo en sitios. No confirmo que fuera lo que me gustaba con diez años pero tampoco lo descarto.