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EL SENTIMIENTO ACOGEDOR DE MISS KOBAYASHI’S DRAGON MAID

La objetividad que nos lleva a ver una u otra obra reside en los propios desidios de un usuario. Incluso dentro de los mismos existen infinidad de variaciones. En lo personal, sé que me dirigiré a Dororo o The Promised Neverland cuando me encuentre en búsqueda de acción y tensión, de un desarrollo narrativo. Pero es inevitable caer en los brazos de That Time I Got Reincarnated as a Slime o Kaguya-sama para disfrutar de la distensión.

Más allá de ello sé que es Kabi Nagata con Mi experiencia lesbiana con la soledad a quien necesito para poner los pies en el suelo mientras que Horimiya y sus pequeños detalles son mis preferidos a la hora de hacer viajes en tren. Pero hay obras que, por una u otra cuestión, por un valor tan arbitrario como resulta el simple hecho de “estar ahí cuando lo necesitamos”, consiguen convertirse en algo más especial. Miss Kobayashi’s Dragon Maid es precisamente una de ellas. Una obra que ha salido de algún lugar para arroparme y demostrarme como de reparadora puede resultar.

Aprende de mí, yo aprenderé de ti

La simbiosis emocional no es precisamente un elemento desconocido. De hecho, siguiendo con el tono personal al que he acostumbrado ya estas líneas, reconoceré que The Ancient Magus’ Bride no solo es mi obra preferida sino que también parte de un concepto similar. El entendimiento entre Elias y Chise es el mecanismo encargado de mover los engranajes de la obra. Una relación que va mucho más allá de la estricta relación amorosa y que se torna en algo mucho más trivial.

 

Es el entendimiento mutuo. El aprender a caminar juntos lo que hace que el desarrollo introspectivo de la misma se convierta en la magia de Kore Yamazaki. Son sus respectivos temores y cadenas emocionales —él, un hechicero incapaz de entender los sentimientos humanos; ella, una joven apartada de la sociedad y arrastrada a un mundo ajeno— los que los unen de una forma más tierna de la que pueda entenderse sin adentrarse en su mundo para ayudarles a evolucionar como personajes. Pero también como personas.

Miss Kobayashi’s Dragon Maid traza un arco muy similar. Pero lo hace desde un punto muy diferente. La premisa sigue residiendo en la misma metáfora, «el hogar se encuentra donde está el corazón», pero su introspección evita los tonos folklóricos y el desarrollo más apegado al sentimiento shonen del medio para tratar su evolución intrínsecamente a través de las relaciones personales y las situaciones cotidianas.

Una trama tan descabellada como la relación entre Kobayashi, una oficinista corriente y Tohru, una dragona que decide retirarse al mundo humano es la que da pie a una escena especialmente reconfortante, repleta de humor y situaciones fuera de lugar que oculta tras de sí un importante componente introspectivo al que ya se ha hecho referencia antes. Al aprender y avanzar cogidos de la mano.

La forma de las relaciones

El concepto de Miss Kobayashi’s Dragon Maid adapta una forma confusa, que casi se podría entender como un Isekai invertido, siendo el elemento mágico el que aparece en el mundo real. No es nuevo, pero la obra juega con la idea hasta hacerla suya y la moldea para, de nuevo, adaptar su propia forma. Una en la que no todo reside en cómo Tohru descubre este nuevo mundo, sino en cómo se relaciona con él.

Su enfoque principal, la relación entre ambas protagonistas, rompe con todos los estereotipos del medio. Al fin y al cabo hay un interés romántico de por medio pero la forma en la que se trata atenta contra un principio poco avistado en la narrativa japonesa. Y es que el romanticismo no solo es unilateral —Tohru hacia Kobayashi, pero nunca a la inversa— sino que además se entiende antes como una relación de respeto y cariño que no como una romántica per se. No obstante, el mejor atributo de la obra es que no se centra en mostrarlo de forma activa, sino que se permite dejarlo permear a través de sus vivencias.

Los modelos no dejan de ser clásicos. Kobayashi, la mujer que vive atrapada en su propia burbuja, con su propia monotonía y sus propias convicciones frente a Tohru que no solo resulta ser un ser de otro mundo sino que además se presenta como un personaje extremadamente activo, enérgico y sorprendentemente sensitivo. Así la obra explora el choque entre ambos caracteres, sacando a relucir las luces y sombras de ambos y permitiendo esa simbiosis emocional que resulta tan reparadora.

La esencia natural y orgánica de Tohru casi se identifica con el pensamiento de Rousseau y el mito del buen salvaje, proponiendo la existencia de un ser ajeno a la sociedad que resulta prácticamente puro e inocente. Pero sin necesidad de recurrir a argumentos filosóficos y reflexiones fuera de lo corriente, Miss Kobayashi’s Dragon Maid se remite a la simple idea de que la dragona se enamore de la chica por el simple hecho de sentirlo. Sin pretextos o convicciones sobre el amor y sus restricciones.

La ternura más reparadora

Así es la dicotomía entre una y otra la que adorna la obra con su ternura y su efecto reparador. Y lo mejor es que lo hace a través de pequeñas escenas, de reflexiones de almohada y situaciones particulares, explorando sus relaciones y características sin extrapolar su narrativa más allá de lo necesario.

Su magia se da en momentos como en el que Tohru recuerda un momento doloroso pero Kobayashi le asegura que todo está bien si ya no duele. En el que se entiende que uno no siempre se convierte en adulto por decisión propia, sino porque es imposible seguir siendo un niño. Pero incluso más allá de eso, se entiende en la simple complicidad de la necesidad de sentir cariño. En cómo la mujer empieza a comprenderse a sí misma al darse cuenta de que nunca ha sabida como encontrarlo o entregarlo.

Pequeños detalles como la sonrisa de Tohru cuando Kobayashi le da la mano por primera vez que, de nuevo, no se estancan en la esencia romántica clásica, sino que se tratan como simples hechos aislados. Pequeñas muestras de amor que no pretenden reducir el sentimiento a su formato literario, sino entenderse como lo que son, puro afecto por el calor que genera alguien en nosotros. Sin importar condiciones, sin importar de donde provengan, siempre y cuando sean reales y sanos.

Miss Kobayashi’s Dragon Maid es una obra sentida. Pero también una obra pensada para hacer sentir. Para emocionar, para calmar, para hacer reír. En el momento de escribir estas líneas apenas me he adentrado en el tercer volumen de su manga. Tan solo he visto dos capítulos de su anime — y espero volver a escribir sobre ella cuando la haya completado. Pero incluso así la relación entre Tohru y Kobayashi, más allá de la que se plantea entre el resto de sus actores y actrices, ha conseguido arroparme. Quizás solo sea, de nuevo, el hecho de “haber aparecido cuando más la necesitaba”. Pero me ha hecho sentirme mejor. Y eso es todo lo que necesito para apreciarla ahora mismo.

Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.