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impresiones de That Time I Got Reincarnated as a Slime
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THAT TIME I GOT REINCARNATED AS A SLIME: OXIGENANDO EL ISEKAI

El género Isekai se ha convertido en una suerte de “espacio fácil” donde los autores pueden volcar sus obras sin demasiadas contemplaciones. No es más que el resultado de la ley de oferta y demanda que se ha instaurado en el medio. Al fin y al cabo, el mercado se adapta a lo que el consumidor pide.

Y el consumidor actual en el medio pide Isekai, así como el Battle Royale se ha apoderado del videojuego. Las listas se han inundado con el género y en escasos meses convergen obras como How NOT to Summon a Demon Lord, Overlord o Sword Art Online: Alicization. Una marea que esconde pequeñas obras con mucho que decir, como la pasada Hai to Gensou no Grimgar pero también otras que hacen uso de un carisma innato para abrirse paso. That Time I Got Reincarnated as a Slime es una de ellas.

Revisando el género

No es necesario dedicar más de unos segundos a su sinopsis para entender que Slime se mueve entre la crítica y la deconstrucción. Una obra más, que se mueve entre los tópicos más clásicos de un género que presenta claros signos de agotamiento. Pero una que pretende revisar sus conceptos y lanzar algo diferente que parte del humor pero que parece tomarse en serio a sí misma.

El concepto del héroe es el primero en verse deconstruido. Satoru es un hombre de casi 40 años; virgen. Pero es feliz con una vida simple, que le permite mantenerse en los empujones del día a día sin salirse de su carril. Una forma de atentar contra el clásico “neet” o esa necesidad intrínseca de adentrarse en un mundo de fantasía.

Su muerte -la excusa propuesta para esta transmutación en el nuevo mundo- tampoco parte de un suceso épico, sino que es asesinado por un extraño y su único deseo de ultratumba es el de que el contenido de su ordenador sea eliminado —una escena que la obra no olvida al final de su primer capítulo y que borda con un humor que se lee entre líneas sin desentonar con el carácter de su narrativa.

Así 8-bit Studio demuestra su buen hacer con una composición que se mueve entre el estilo original de la obra y unas CGI simples pero funcionales que llevan al hombre a convertirse en un Slime (un limo), la criatura usualmente más débil que podemos encontrar en cualquier título RPG.

Una crítica original

Es una jugada controvertida porque las habilidades que el hombre obtiene al morir -fruto de su monólogo con la muerte como testimonio de su fallecimiento- lo convierten en un ente capaz de absorber poderes ajenos y de hacer crecer los suyos de una forma desproporcionada. Volvemos al papel del protagonista “overpowered”, como se suele decir en la jerga del videojuego, pero desde un punto totalmente crítico en el que el humor se abandera sin eclipsar a la narrativa.

Una toma de mano entre ambos componentes que se trata a fuego lento, sin la necesidad de revelar toda su mano antes de hacer la jugada, haciendo un uso de ese worldbuilding en que espectador y protagonista crecen a la par, entiendo el mundo que les rodea. Algo a lo que se suma un apartado técnico que apuesta por una paleta de colores extensa y grandes juegos de iluminación que sabe como mimetizarse con la historia que cuenta para formar un todo. El cambio de voces entre Miho Okazaki y Takuma Terashima es una gran baza al entender la transformación de su protagonista en la criatura.

Una forma de remarcar estos contrastes que chocan continuamente contra los clichés más básicos del género. Verudora, por ejemplo, hace el papel del clásico dragón encerrado tras una contienda épica. Pero lejos de ser una criatura orgullosa resulta ser un tsundere en toda regla. Ese es el nivel al que juega That Time I Got Reincarnated as a Slime. Una crítica más constructiva que destructiva que se basa en repasar los componentes de este tipo de obras para llevarlos a su terreno y escenificarlos con la gracia de Fuse.

Una aventura a la que no hay que perderle la pista

Parte de la gracia de que juegue así sus cartas es que es totalmente impredecible. No solo para el espectador, sino incluso en sus propias líneas. Es algo que se entiende mejor tras cierta escena de su tercer capítulo, cuando Rimuru se da cuenta de que desconoce las leyes del mundo en el que vive.

Una escenificación que se siente casi improvisada y que pone al frente de su argumento a nada más ni menos que un pequeño Slime. Todo un atrevimiento que fluye con toda la fuerza y originalidad que una obra de este calibre podría cargar para ofrecer una experiencia única y que atenta contra todo lo que hemos visto hasta el momento.

That Time I Got Reincarnated as a Slime es una obra perfecta para quien se haya formado en el género. Pero también es una gran propuesta para aquellos escépticos que huyen de esta avalancha de obras provocada por las novelas de Reki Kawahara y su consecuente éxito. Un título que crece de la expectación y de la duda. De una improvisación que arrastra originalidad y carisma a partes iguales con la idea de elevar una historia que surge de los conceptos más trillados pero que los arrastra con la fuerza de un huracán para convertir su propuesta en algo divertido y original.

Todo esto llega bajo la firma de Yasuhito Kikuchi, quien ha decido apostar por la obra como un proyecto principal y no como algo de segunda categoría. Un punto que explora con el uso de CGI y un afilado humor que se sustenta de su animación —ahí está la idea de aprovechar la morfología de Rimuru para mostrar sus estados de ánimo— y consigue brillar con una fuerza inesperada. Toda una sorpresa con mucha fuerza y sentido del humor que apuesta por absorber a cualquiera que se pase por sus líneas.Primeras impresiones anime otoño 2018 (inferior) - El Palomitrón

Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.