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REGRESO A ARREBATO, DE IVÁN ZULUETA

El próximo 21 de enero FlixOlé estrenará una versión remasterizada de Arrebato (Iván Zulueta, 1979). En El Palomitrón no hemos querido dejar pasar la oportunidad de redescubrir este clásico hermético del cine español y sus múltiples aristas que pronto verá nuevamente la luz en la plataforma y lo haremos recorriendo una película que pronto será disfrutable en nuestros hogares, una película retorcida y fascinante a partes iguales, lisérgica en su planteamiento y, sobre todo, una oda inmensa al cine y al trabajo que se esconde detrás de toda película. Si bien hace años hicimos una aproximación a este clásico español con motivo de una edición especial del mismo, en esta ocasión nos detendremos en un análisis aproximado de un filme inclasificable.

El argumento de la película es sencillo. José Sirgado (Eusebio Poncela) es un director de cine bloqueado en sus relaciones personales tanto con su pareja Ana (Cecilia Roth) como con el cine. Sobrepasado por las múltiples adicciones al trabajo que requiere el cine, su pareja y la heroína, pronto recibe un paquete enviado por un conocido apenas atisbado en un momento de su vida, Pedro (Will More). A partir del momento en que abra el paquete, ese paquete lo cambiará todo y distorsionará su vida hasta el punto de volverla irreconocible.

Si bien son tres los personajes en torno a los cuales gira la trama, el gran personaje de la película es el propio cine desde los mismos inicios de la película. Retratado en el montaje que llevan a cabo al inicio del filme, vaporizado en los múltiples carteles dispersos a lo largo y ancho de la película (Camada Negra, Viridiana, La maldición del hombre lobo, Quo Vadis, Bambi y un largo etcétera), manifestado en las conversaciones que se desenvuelven minuto sí y minuto también entre los personajes, canal de relación que tienen entre ellos y sin el cual sus vínculos no existirían y referenciado personajes clásicos del cine como Betty Boop que llega a encarnar la propia Cecilia Roth, el cine es el gran protagonista de una película convertida en una oda total al séptimo arte, un trabajo de ingeniaría narrativa que se acaba convirtiendo en un grandísimo homenaje al trabajo de rodar y experimentar un arte que actúa como una ola gigantesca ante la cual uno sólo cabe rendirse.

Después de un primer visionado, Arrebato es una película que todavía queda inclasificable para nuestras actuales expectativas y quizá nos vemos anegados por unos planteamientos demasiado llevados al extremo. Quizá ubicada en un contexto de películas que difícilmente hoy llegarían tan al límite, como es el ejemplo de la polémica El Diputado (Eloy de la Iglesia, 1978) o la explícita El crimen de Cuenca (Pilar Miró, 1980), en el caso español, o la estadounidense lejana en el tiempo El viaje (Roger Corman, 1967), película esta que quizá más se acerca al escenario lisérgico de Zulueta, o por propuestas de metacine como La noche americana (Truffaut, 1973), lo cierto es que un primer visionado no basta para entender una película cuyos límites son porosos y, por ende, difusos. Con un guion también del propio Zulueta, Arrebato, segunda cinta del director, camina a oscuras entre una década de claroscuros hacia lo que posteriormente serían los ochenta y el gris plomizo del cine de la democracia. Su relativo olvido es quizá lo que la mantiene a flote en la mente de unos espectadores que no apostaron todo lo necesario por ella.

No basta, pues, con un primer visionado debido a que la película es también una puerta a la mente del director, un baño de cine y metacine, como hemos dicho, pero también de inseguridades relacionales y profesionales, de personajes surgidos de los no lugares de la mente, de emociones llevadas al extremo y de paranoias ficticias y obsesiones reales que no hacen más que añadir capas a una obra inclasificable que nos lleva a un mundo experimental como puede ser aquel de la primera película de Lynch, Cabeza Borradora (1977), con la que comparte generación. No por nada la presencia de las drogas tiene tanto peso en esta película. Zulueta era también un fan confeso del cine de terror y en este segundo largo realizó un ejercicio de horror focalizado en la figura del vampiro, pero no un vampiro al uso, sino concebido desde el efecto vampirizador que ejerce el no muerto sobre el resto de vivos.

Sí es cierto, quizá, que esta película que nos ocupa no es apta para todos los públicos, no tanto por su aproximación al cine desde el cine ni por su carácter pretendidamente transgresor cercano al aislamiento social y de la droga, sino por una duración que a todas luces es excesiva en una película que pretende epatar al espectador con un trasfondo de enorme profundidad. La película puede llegar a hacerse tediosa excepto para aquellos que se consideren bien entrenados en productos nicho del séptimo arte.

Arrebato es una de esas películas difíciles de realizar hoy en día en España, no tanto por su propuesta de hacer cine sobre cine como bien ya se hizo recientemente en Los abrazos rotos (Almodóvar, 2009) o Los ilusos (Jonás Trueba, 2013), sino por toda la carga extasiada que supone el corazón mismo de la película sin el cual esta no podría tener sentido. El efecto vampirizador no es para todos los gustos. Quizá, ni tan siquiera para todas las épocas.

Javier Alpáñez

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