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PÁJAROS DE VERANO

LOS ANTECEDENTES

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La última vez que tuvimos noticias de Ciro Guerra y Cristina Gallego, fue cuando el espléndido matrimonio colombiano obtuvo una ansiada nominación al Oscar la magnifica El abrazo de la serpiente Aquella película, descarada onda expansiva con motas de realismo mágico, nos sumergía en la Colombia olvidada: la del indigenismo menos mediático, la del fin de una era. Apenas un par de años después, el dúo que más alegrías le está dando al cine del cono sur junto a la dupla chilena que forman Pablo Larraín y Sebastián Lelio, vuelve. Y vuelve también por sus derroteros. Pájaros de verano, según reza su sinopsis oficial, narra «el violento origen del narcotráfico en Colombia». Con esa carta de presentación, que alude al concepto que tanto se ha explotado en ficciones como Narcos, la propuesta autóctona y adulta parecía un caldo primigenio para el retozar de los críticos. Mejor guion en el festival de Cannes y una de las más reivindicadas entre las que se quedaron fuera de los Oscars, Pájaros de verano llega por fin a nuestras carteleras como una de las películas más esperadas del año por la cinefilia mas acérrima.

LA PELÍCULA

De entre todos los tópicos de los que hará uso forzoso la cinefilia hispanohablante para hablar de Pájaros de verano, probablemente el más hiriente sea el del realismo mágico. Sin denostar una corriente artística y literaria tan importante a la hora de entender Latinoamérica, la película de Ciro Guerra y Cristina Gallego no es, ni pretende parecerse lo más mínimo a una novela de Juan Rulfo o García Márquez. Allá donde la violencia se normalizaba bajo un manto contextual, aquí se adorna en ridículo; allá donde el lazo sanguíneo era una bendición argumental, aquí se torna hamartía de los héroes putrefactos. En definitiva, entrar en Pájaros de verano es hacerlo bajo un manto de verdades incómodas y ficciones acomodables que se tornan tan agresivas como reveladoras. Sueños para no dormir.

Lírica aparte, Pájaros de verano se las arregla para romper el molde académico de la pornografía culpable de filmes tan recientes y tan grandes como Roma para buscar su propia identidad en un mundo de contradicciones. Al final, como en la muy recomendable Zama de Lucrecia Martel, el aroma del filme se traduce en esencia de confusión: ningún país es tan mentira como cualquier país. Aquí es Colombia, aunque la tengamos asociada a bigotes frondosos y yankees acentuados, pero también es el relato de un tiempo en el que lo colectivo y lo identitario se divorciaron para siempre. Tal y como los directores durante el rodaje, por otra parte.

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ELLOS Y ELLAS

En una película en la que los silencios son de suma importancia y el lenguaje va más allá de lo obvio, la interpretación de la matriarca encarnada por Carmiña Martínez es inmensa. Tan cruel como justa, tan odiosa como comprensiva. A su lado, la pareja formada por José Acosta y la televisiva Natalia Reyes queda ligeramente ensombrecida, aunque eso no es ni mucho menos un defecto.

LA SORPRESA

Quizás por su temática (el narcotráfico), quizás por su filia (familiar), el atrevimiento de Pájaros de verano pasa por narrar el horror sin saña. Donde Hollywood puso recortadas y torturas mafiosas, Guerra y Gallego ponen moral. Y eso duele incluso más.

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LA SECUENCIA / EL MOMENTO

Dividida en pequeños capítulos, cualquier escena sería perfecta para ilustrar la película en una pincelada, pero el baile tribal de cortejo entre los dos protagonistas es una de las escenas mejor rodadas de la década. Sin exagerar.

TE GUSTARÁ SI…

Eres capaz de obviar que se trata de una película sobre narcotráfico y te sientes cómodo en el subtexto de la hamartía del ius sanguini.

LO MEJOR

  • La dirección de Ciro Guerra y Cristina Gallego.
  • La fotografía, obra de David Gallego.
  • Su comienzo, atemporal y atípico.

LO PEOR

  • Que no vaya a llegar a las salas suficientes y haya que esperar a las plataformas de VOD.

Matías G. Rebolledo


Crítica de ‘Zama’

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