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HOMENAJE A CARLOS SAURA: CRÍA CUERVOS (1976)

En este homenaje que le hacemos a Carlos Saura en el año de su triste fallecimiento hemos repasado los inicios neorrealistas de este poliédrico director a partir de su película inicial Los golfos (1960), posteriormente hemos visto las primeras semillas de un cine de espacios opresivos en La caza (1966), para ver por primera vez el color y a la gran figura femenina totémica en su cine, Geraldine Chaplin, en Peppermint frappé (1967) y saltar posteriormente a las obsesiones llevadas al extremo de un cine que habla sobre las clases dirigentes en Ana y los lobos (1973). En este artículo hablamos por fin de una de las películas más queridas del cine español, Cría cuervos (1976), película donde Saura es capaz de atenuar y condensar todas sus obsesiones sociales con nuevas aristas que lo reconocen como uno de los titanes de nuestro cine.

En un viejo caserón de Madrid una noche muere repentinamente el padre de una familia acomodada. Si la muerte de la madre (Geraldine Chaplin) sumió años atrás en la apatía a sus tres hijas (Mayte Sánchez, Conchita Pérez y Ana Torrent), esta muerte del padre supone un cambio total en la familia cuando la tía y la abuela se trasladan al caserón para cuidar de las tres niñas huérfanas. Si el recuerdo de un padre entre autoritario y ausente todavía mora entre las paredes, es el recuerdo de la madre el que sigue más presente pese a los años que han pasado desde su muerte. Los recuerdos de ambos progenitores se entrelazan en ese caserón de fantasmas y las tres niñas, especialmente la niña Ana, tendrán que acomodarse a esta nueva situación familiar.

Tomando los diferentes elementos presentes en su cine desde años anteriores como el ambiente opresor que encoge a sus personajes, la familia como campo de batalla de las clases acomodadas, la toxicidad emanada de la autoridad, la casa como eje central de la familia y la presencia de Geraldine Chaplin, Carlos Saura monta una película que todavía hoy en día, con la dulce voz de Jeanette cantando “Por qué te vas” como banda sonora, se recuerda como una de las mejores películas del director aragonés. Cría cuervos es la confirmación definitiva de Ana Torrent como una de las joyas jóvenes de nuestro cine en su momento tras venir de la inclasificable El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973), la aceptación de Chaplin como una actriz también española y la mirada de Saura proyectada hacia los 80 y hacia un cine más profesional, más técnico y más depurado que todavía tendría que entregarnos algunas obras maestras más.

Con una figura masculina devenida en una autoridad nociva que llevó a la locura a la madre, Saura rompe la baraja y se atreve a contar por primera vez una historia de mujeres, una historia de silencios y palabras nunca pronunciadas en la piel del recuerdo de una madre cándida siempre presente que logra la idealización desde su ausencia, una historia donde el matrimonio se ejerce como foco opresor contra la mujer y campo de esparcimiento para el hombre por encima del cuerpo de las múltiples mujeres que cruzan la película y donde las generaciones venideras de niñas se harán preguntas sin respuestas intentando comprender el papel de las mujeres en esa vida adulta hacia la que caminan. Saura se adelanta a su tiempo a esas historias de mujeres que merecen ser contadas en el cine y para las que todavía no había relatos suficientemente ambiciosos y traza una radiografía del matrimonio cruzado por un machismo desafiante que, junto a una maternidad no tan soñada por su sometimiento a la figura masculina, agotan a una mujer hasta asfixiarla y empujarla a la locura.

Y así, entre recuerdos fugaces donde el pasado aprende a convivir con un presente que parece más un pasado depurado y donde las presencias incorpóreas se hacen más presentes que las mismas personas de carne y hueso, Cría cuervos narra la historia de una familia cuya decrepitud nos recuerda los tiempos mejores que hace tiempo que quedaron atrás. Vuelve Saura a hablar de las clases dirigentes españolas, pero desde un momento que pasó para ellas en una España que vivía el primer año sin el dictador, una familia atrapada en una casa detenida en el tiempo tan vetusta como sus propias vidas que evidencia sin ambages la decrepitud de una clase social marchita.

Con las constantes intervenciones de la niña convertida en adulta que habla a cámara en la misma cara de Geraldine Chaplin haciendo a la vez el papel de madre y de hija de mayor, Saura compone una película a tres tiempos prendida a una melancolía que viaja a lo largo de los años a través del trauma y de la aceptación de una familia que no fue perfecta, y es que quizás esta sea la mejor conclusión de una película que no narra más que la aceptación de nuestras vidas tal como son, pese a todo el dolor, el trauma y los constantes golpes de la vida. Las niñas, en especial la niña Ana en la cara de una Ana Torrent que bebe mucho del cine de Erice, cruzan las escenas de la película haciéndose preguntas y finalmente aceptando que la realidad es la que es. En el Festival de Cannes de 1976 la película se alzó con el Premio del Jurado y fue nominada tanto a los Premios César de 1976 como a los Globos de Oro de 1977. El genio de Saura, Chaplin y Torrent todavía se mantiene vivo en una película sin parangón.

Javier Alpáñez

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