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HOMENAJE A CARLOS SAURA: LA CAZA (1966)

Si en un anterior artículo analizábamos la primera película de Carlos Saura, Los golfos, como trabajo preliminar deudor del neorrealismo en el que el director comenzará su andadura como director, con este segundo artículo nos trasladamos a una sórdida película de 1966 llamada La caza, tercer largometraje del director que nos ocupa en este año de su fallecimiento. Hereje y castigador de la burguesía, con esta película Saura consigue empezar a marcar el camino de un cine crítico con las clases dominantes a las que durante años y años retratará como los males de un país que en su cine nunca parece tener arreglo.

La caza es la historia en blanco y negro de cuatro conocidos que pasan un día de verano en el campo con el objetivo de cazar conejos. Llamarles amigos es demasiado generoso, puesto que las rencillas que sobreviven a la supuesta amistad de tres luchadores del bando franquista y el cuñado de uno de ellos son demasiado agrias como para permitir que el día se desarrolle con normalidad. Atrapados en un espacio emponzoñado donde el terco calor del verano ni siquiera permite corregir con claridad sus propios impulsos, las horas van pasando bajo el sol y las capas de sudor sobre ellos que traspasan la pantalla y la acritud tan amarga con la que se tratan los unos a los otros acabará por hacer estallar las tensiones que llevaban décadas fraguándose, poniendo de relieve, así, una amistad basada más en el recuerdo de lo que fue que en el presente que vive.

Con un guion firmado por el propio Saura y Angelino Fons y una producción a cargo de Elías Querejeta, La Caza ha acabado convertida en la rara avis no sólo de un director inmenso, sino del mismísimo cine español. Abandonado ya todo afán de neorrealismo y sólo presente este en las larguísimas tomas de las carreteras y los parajes desérticos donde se reproduce la caza, la película supone una de esas joyas queridísimas de nuestro cine patrio no sólo por la extraordinaria propuesta narrativa, sino por un asombro visual y técnico que se atreve incluso a combinar una fotografía todavía deudora del neorrealismo con voces en off, una banda sonora crecientemente tensa y el quiebre de la cuarta pared para dejar volar las reflexiones y preguntas de los personajes que hacen de la película un artefacto sencillo, pero complejo como pocos se rodaban entonces y tampoco ahora.

Dentro de la España franquista, la película fue un trabajo transgresor en lo narrativo al retratar los fantasmas de la guerra civil, presentes incluso en la figura de un esqueleto guardado bajo llave o la constante presencia del fallecido Arturo; la miseria de los de abajo y la opulencia de los señoritos. Su propio título fue recortado por la censura al considerar demasiado morboso llamar a una película La caza del conejo. En el exterior, en cambio, Ganadora de un Oso de Plata en el Festival Internacional de Berlín, la película pronto se hizo un hueco como un artefacto cinematográfico de vanguardia en una España todavía en blanco y negro y demostró con una mirada hacia el futuro que no todo está hoy día inventado, poniendo, además, el apellido Saura en la geografía cinematográfica internacional.

Con La Caza, además, Saura inaugura una constante en su cine que es la construcción de personajes diferentes y la incapacidad de comunicación de estos mientras son obligados a convivir en espacios muy reducidos. Su incapacidad manifiesta de hablar es evidente, por lo que la expresión de sus sentimientos se hará más y más difícil a medida que avancen los minutos de la trama hasta llevar a todos los personajes, y con ellos al espectador, hasta una situación límite. Aplicado este esquema a las clases dominantes que Saura tan bien conocía, el cine del director se convertirá con esta película como punto de inicio en un reflejo de la incapacidad de las clases dominantes para entenderse, pero, además, como un aviso de cómo esa incomprensión nos puede llevar al desastre como sociedad.

Ese enfrentamiento entre clases sociales está bien presente en dos clases sociales muy bien retratadas en el filme, y es que en el metraje en blanco y negro que podemos observar a medida que avanza la trama sólo hay dos clases: los de arriba y los de abajo, los señoritos y los sirvientes. El sometimiento de los desamparados a sus señores es tal que incluso uno de los cuatro amigos en un momento dado apunta a Juan, su propio criado, con la escopeta, demostración clara de cómo los conejos a abatir y sus propios sirvientes son considerados parte del mismo escalafón social, y es que el propio sentido de la caza en la película se compara en muchas ocasiones con una operación militar consistente en la caza de un hombre, la caza del ser humano, la caza de la misma mujer. No por nada hay un erotismo prohibido y encubierto que late en la película y la caza deviene también la caza de un cuerpo femenino prohibido en el cuerpo de la niña o las figuras femeninas de la revista bajo una época de una moral estricta.

La Caza es una película que, todavía a día de hoy, permanece inagotable con múltiples lecturas que se suman a las anteriores. Mirado desde una actualidad atronadora, se puede leer esta película desde una clave de género por su ambiente hipermasculinizado donde cuatro hombres son incapaces de comunicarse y expresar lo que sienten. Las constantes voces en off de los cuatro protagonistas no son más que la muestra de una masculinidad desatada, pero que esconde dudas y más dudas, miedos y sospechas bajo esa capa de hombría, sudor y caza tras esas colinas donde queda contenido el horror. El maltrato entre todos ellos es evidente, pero también se traslada a un maltrato contra los animales y contra los sirvientes, demostrando, de esta forma, que la masculinidad es algo más frágil de lo que nos hacen creer.

Javier Alpáñez

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