HOMENAJE A CARLOS SAURA: LOS GOLFOS (1960)
Más de sesenta años separan nuestra actualidad del primer largometraje de Carlos Saura. Más de sesenta años en los cuales no sólo el cine, sino la propia España que dio a luz a esta película han cambiado y, con ella, el cine de un creador inigualable que dijo una vez que la imaginación es más veloz que la luz y del que desgraciadamente nos despedimos el pasado febrero cuando falleció a los 91 años de edad. Carlos Saura se fue, pero permanece entre nosotros el recuerdo de un genio enorme que alumbró en demasiadas ocasiones las tinieblas de un cine patrio que muchas veces se vio socavado por los ecos de una dictadura terrible de la que tanto bebió. En El Palomitrón homenajeamos a Carlos Saura durante las próximas semanas con una serie de artículos que nos servirán para alumbrar a este genio del cine español en el año de su fallecimiento y empezaremos esta serie con su primera película, Los golfos (1960).
En el Madrid de inicios de los años 60 la pobreza y la carestía se asoman a cualquier plaza o calle donde todo español lucha por sobrevivir. Un grupo de amigos son supervivientes de un Madrid devastado. Su forma de vida para salir adelante es el robo, su entretenimiento es el toreo y su sueño se encarna en la maestría de uno de ellos para torear y sacar de la ruina a todos sus amigos. Puestas sus esperanzas en el único que puede sacarles de ese agujero de miseria, los amigos harán todo lo posible para conseguir el dinero necesario para que su amigo salga al ruedo, aunque eso suponga poner en peligro su propia integridad.
Los golfos es puro neorrealismo. Nacido en Italia tras la devastadora Segunda Guerra Mundial, el neorrealismo dio una patada a la propaganda fascista que había envenenado la mente de los italianos durante casi tres décadas y se volcó en las ruinas de la guerra, en la miseria de los italianos, en las calles largas e interminables devastadas por el conflicto y, en definitiva, en un país que empezaba a crecer tras superar la larga sombra del Duce. Saura no fue nunca ajeno a las corrientes cinematográficas de fuera de España y su primera película es el mejor ejemplo de la influencia de un neorrealismo bastante tardío fuera de las fronteras italianas.
A golpe de guitarra española como banda sonora, por la capital devastada de Los golfos los pillos y trúhanes pasean y sus calles todavía huelen a metralla y pólvora. Pese a que ya hubo una brevísima incursión del neorrealismo en Surcos (Nieves Conde, 1951), el Madrid neorrealista de Los golfos es la espectacularidad de un Madrid agreste, de grandes avenidas que no llevan a ninguna parte, de bloques de pisos entre campos marchitos y de paseos interminables entre ruinas de la mano de seis amigos que recuerdan bastante a los buscavidas surgidos del corazón del cine italiano como Umberto D. (Vittorio de Sica, 1952) o La Strada (Fellini, 1954), entre otros muchos ejemplos. Tras varios años intentando montar una película con las sucesivas prohibiciones del régimen, del primer largometraje de Saura nos sorprende cómo un director español es capaz de emular al cine italiano de posguerra en un Madrid igual de devastado que la Italia de después del fascismo.
Pese a que compitió en el Festival de Cannes el mismo año 1960, aunque la Palma de Oro recaería en la italiana La Dolce Vita, de Fellini, el franquismo no vio con muy buenos ojos esta película, que fue recortada numerosas veces hasta su estreno final en salas españolas dos años más tarde. Por aquel entonces Franco pudo comprobar que la oposición no sólo estaba en las calles de un país en blanco y negro que ansiaba el color, sino en un mundo de la cultura, especialmente el cine, que se alejaba de las comedias simplonas de la dictadura para retratar las vergüenzas del régimen de forma escandalosa: a Juan Antonio Bardem con su Muerte de un ciclista (1955) y Calle Mayor (1956), Marco Ferreri con El pisito (1958) o Berlanga con Los jueves, milagro (1957) y El verdugo (1963) se sumaba ahora un Carlos Saura con Los golfos (1960) que, aunque nunca entraría de forma abierta contra el régimen, utilizaría sus contradicciones para levantar sus futuras películas.
Los golfos es el aburrimiento, la miseria, el hastío y la fascinación de una clase obrera embrutecida por sus condiciones de vida y de trabajo y por el gran trauma de haber perdido una guerra. Más que de una película narrativa sobre unos hechos concretos, Los golfos es el estado de ánimo no sólo de la capital, sino de un país entero ante el aparato represor y burocrático de la dictadura, de una sociedad que todavía atisbaba el fin de la dictadura demasiado lejano. Quizás sea esta una de las películas semilla de cine quinqui que décadas más tarde explotaría en España, pero de lo que no hay duda alguna es de que fue una revolución visual y cinematográfica para una España todavía anclada en el pasado.
Javier Alpáñez