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SURCOS, A 70 AÑOS DE SU ESTRENO

Este año 2021 se cumplen 70 años del estreno de una cinta que acabaría convertida en un clásico del cine español, pero que, sin embargo, permanece ligeramente oculta tras las glorias de Berlanga, Bardem o Saura. En ese lejano año 1951 las ruinas del desastre de la segunda Gran Guerra todavía humeaban en Europa y España vivía una férrea disciplina bajo un régimen fascista cortado por una santa, cristiana y carpetovetónica visión de la existencia. Surcos, la película que nos ocupa, nació, pues, como una película castrada por una negra visión de la existencia y una censura de bisturí que obligaría a sus creadores a escribir un guion que podía, quizás, levantar las vergüenzas del régimen, pero siempre bajo la mirada complaciente de este.

Este guion original es una potente historia dramática escrita por Eugenio Montes y Natividad Zaro, pero salpimentada por el genio de Gonzalo Torrente Ballester, que aplica una nueva pátina sobre todo el relato posteriormente filmado por el director José Antonio Nieves Conde. En la película se narra cómo la familia Pérez abandona el pueblo y viaja hasta Madrid, donde se hospedarán en casa de unos conocidos mientras se buscan la vida y luchan por sobrevivir dejando atrás la dura vida del campo. Lo que, sin embargo, desconocen, es que la vida de la ciudad es quizá más dura todavía que la propia vida del campo y que en su lucha por salir adelante acabarán conociendo a ladrones, mentirosos y egoístas que acabarán por desmembrar a una familia unida únicamente por el amor a la tierra. Sin una tierra a la que aferrarse, la familia perderá el norte y, en última instancia, a ellos mismos y al propio objetivo que buscaban cargando todas sus maletas en el tren en busca de algo mejor en la capital.

La ingente película que nos ocupa a día de hoy puede ser leída desde tres perspectivas distintas. En primer lugar, Surcos no sólo relata la historia de una familia en busca de una vida mejor, sino que también es una crítica mordaz a la política de la tierra de un régimen que se erigió como salvador de una España auténtica personificada en el campo, pero que acabó olvidando esa misma tierra en cuanto se aposentó en el poder. La película no sólo relata la vida bulliciosa y contaminada de la capital, sino las vicisitudes de toda una generación que abandonó el maltratado campo español para buscarse la vida en la ciudad, un relato importante de nuestra historia al que la dictadura no supo darle un buen final y que a día de hoy todavía colea en los debates públicos con el adjetivo de la España vaciada. Aquí es donde la película toma una dimensión universal y se encadena con una actualidad que todavía se puede vivir en carne viva en los debates sobre nuestra política actual.

José Antonio Nieves Conde fue el encargado de dirigir una obra que rebosa realismo en todas sus imágenes. Las largas caminatas de muchos de sus personajes por las calles de la abigarrada capital nos recuerdan, de hecho, al neorrealismo italiano tan imperante a mediados de siglo XX en la vecina Italia. No en vano, la conversación entre dos personajes en un momento dado de la película sobre la cinta neorrealista que van a ver al cine hace un guiño a este cine italiano al que Surcos tanto debe. Desde los cafés y tertulias hasta las bulliciosas corralas madrileñas, pasando por el día a día de la capital en sus parques y plazas, Surcos no es sólo un canto a la miseria de todos aquellos que se atrevieron a soñar una vida mejor, sino un grandísimo fresco costumbrista de un Madrid ya exiliado de nuestra memoria y anclado en un tiempo perdido de la dictadura fascista mientras bebe de esa corriente cinematográfica italiana que tan buenos directores ha dado.

Surcos no se encontraría solo en ese afán por contar aquella tremenda realidad. Carlos Saura estrenaría años más tarde su primera película, Los golfos (1960), en un contexto de profunda depresión social y también con un marcado acento italiano que a ratos recuerda a la extrovertida Mamma Roma (1962), de Pasolini; Juan Antonio Bardem también acuciaría a una censura que se vería implacable con este titán del cine, en especial tras el estreno de Muerte de un ciclista (1955); Berlanga pronto empezaría su estrafalario y genial recorrido por la absurdez de lo español con Bienvenido Mr. Marshall (1953) y Los jueves, milagro (1957) y; finalmente, las posteriores El pisito (1958) y El cochecito (1960), de Ferreri y Azcona, no harían sino acentuar esa tremenda mirada que el cine proyectaba sobre una realidad española bastante encajonada en la miseria. El hecho de contar, además, con nombre poco conocidos de la cinematografía española como pueden ser Luis Peña o Maruja Asquerino no hace sino acrecentar esa sensación de realismo crudo que impregna todas sus imágenes.

La segunda perspectiva desde la que puede apreciarse la cinta es la crítica al régimen como enorme aparato dictatorial, pese a que su director no buscara exactamente este objetivo. Si bien esta película estaba dirigida al entretenimiento del público en una época de penurias como era la posguerra, los guionistas y el director se encargaron de colar una afilada crítica al régimen que todavía se puede leer hoy en día en clave histórica: la España de Franco no puso solución a los problemas acuciantes del campo que ya asomaban en la II República, sino que los exacerbó hasta hacerlos irrespirables. Surcos puede leerse como una lección de historia sobre las problemáticas que el régimen tuvo que encontrar y cómo estas jamás fueron solucionadas. Contada desde la microhistoria, Surcos plantea las vicisitudes de una familia en particular para hablarnos de toda una generación perdida, pero lo hace mostrando un Madrid totalmente podrido y corrompido donde las clases bajas sobreviven a golpe de robo y picaresca tomando prestada su existencia de los poderosos, los niños roban para subsistir, se corrompen las costumbres españolas católicas y el egoísmo campa a sus anchas.

Pese a ser considerado un film de interés general y contar con un 50% de subvención pública, la película, como hemos dicho, no escapó de una censura que miraba con lupa cualquier atisbo de levantamiento cultural contra la sacrosanta España católica, aunque el mensaje final no trastocara ninguna de las estructuras sociales del régimen. De hecho, la moral católica de la época se cuela en el destino final de unos personajes penados o ungidos a la santidad dependiendo de sus comportamientos más o menos inmorales, aunque, hipócritamente, juegue con esa rigidez de clases tan presente en el régimen y que tan bien se refleja en los privilegios de los siempre privilegiados. Pese a la acidez que destila un relato pensado para la crítica, queda bien presente que quien intente trastocar las estructuras básicas de clases sobre las que se levanta el régimen, será castigado. Además de todo ello, un mensaje inquietantemente conservador que lanza es que todo aquel que se atreva a marchar hacia la capital habrá de sufrir las consecuencias.

José Antonio Nieves Conde, pese a todo, no era ningún revolucionario, sino un falangista que conocía bien los mecanismos de la censura. Es de agradecer, sin embargo, que en una época en la que el cine español sufría tal asfixia artística que únicamente películas rayanas en lo estrafalario y folclórico salieran adelante, el director consiguiera hilar una película que ponía patas arriba las nociones de progreso pregonadas por la dictadura.

La tercera visión que convierte a Surcos en una historia universal es el componente profundamente humano que subyace en la historia de toda la familia Pérez, puesto que la película puede ser leída en clave universal como la historia de la migración humana. Los cantos de sirena del desarrollo personificado en el progreso y la ciudad pueden ser aplicados desde cualquier época histórica en cualquier punto de nuestra geografía mundial. Ciertas situaciones jamás pasan de largo y se repiten constantemente de forma ininterrumpida a lo largo de los siglos humanos. Surcos no es sólo un documento histórico de nuestra dictadura, sino una valiosa lección del sufrido camino de todo aquel que abandona su tierra en busca de un futuro mejor.

Convertida con el tiempo en una historia esencial de nuestro cine para entender la ola realista posterior, Surcos se erigiría como una de esas pocas películas tremebundas recordadas en el cine español hasta que la brutal El verdugo (1963) fuera estrenada años más tarde de la mano de Berlanga. No está de más regresar a nombres clásicos de nuestra historia cinematográfica para entender qué ocurrió después y descubrir también que el cine español clásico no fue una isla fascista en el corazón de Europa, sino un enjambre de ideas que nutrió un país de talento pese a las férreas restricciones de la dictadura.

Javier Alpáñez

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