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HOMENAJE A CARLOS SAURA: PEPPERMINT FRAPPÉ (1967)

El cine de Carlos Saura es un cine que nació en un franquismo en blanco y negro para ir adquiriendo poco a poco color y complejidad en una España cada vez más abierta a medida que sus dirigentes se cerraban en banda. No en vano, si en los dos artículos anteriores pudimos ver los orígenes del director con una película como Los golfos (1960) y los primeros compases de un cine crítico con la burguesía española en La caza (1966), en esta ocasión abordamos la primera película en la que coinciden dos hechos que marcarán el cine de Saura durante los años venideros: la aparición del color en sus películas y la presencia de la camaleónica Geraldine Chaplin. No en vano, asistimos ahora al inicio de un período más autoral e íntimo del director de la mano de la actriz hija del mítico actor que llevará a Saura a otros espacios cinematográficos antes no explorados.

Con guion del incombustible Rafael Azcona, quien ya colaborara con Berlanga, de quien hicimos un especial en nuestra web, Peppermint frappé cuenta la historia de Julián (José Luis López Vázquez), soltero empedernido cuya existencia gris se ve repentinamente sacudida por la aparición de su amigo Pablo (Alfredo Mayo), quien le presenta a su nueva mujer, Elena (Geraldine Chaplin). En una España que ya queda colorida en esta película, pero que todavía descansa sobre un colchón militar y católico, la aparición de Elena sobrecoge a Julián, quien hará todo lo posible para estar con ella, cruzando incluso por encima de sus propios límites morales en los que fue educado en un final in crescendo en el que los tres amigos quedarán irremediablemente atrapados.

Carlos Saura nunca ocultó una crítica sutil a la clase dirigente española en sus películas que se fue afilando a medida que pasaban los años. Mientras Berlanga retrataba a esa España vividora de todos los demás con humor, Saura lo hacía desde la psicopatía, la obsesión y la enfermedad mental de una clase social a la que le fue dado todo tras ganar una guerra y que no sabía renunciar a nada. Las razones armadas de cada uno de sus personajes para actuar por cuenta propia pese al rechazo de los demás es una de las características que empezó con La caza y que se reproducirá de distinta forma en cada una de sus películas venideras. Abandonado ya todo signo del neorrealismo, Peppermint frappé sigue la estela de dicha película en la fotografía de esa burguesía, pero lo hará de forma más sutil desde la obsesión de quien no sabe entender un no, trasunto de los ganadores de una guerra que no supieron entender nunca el rumbo nuevo de un país. El retrato de ese soltero de clase alta, bien educado y formado, pero pobre en el amor que se ve en esta película tremendamente aburrido en comparación a su amigo y su amante, será un retrato que copiará Saura en películas posteriores y que representará a esa egoísta burguesía española de doble moral capaz de elogiar a Machado y la pintura vanguardista de Antonio Saura, pero que no puede cambiar y corregir su propia deriva vital.

La película no es sólo el retrato de una clase social, sino también la fotografía exacta de un momento concreto de un país que ansía mirar al exterior, pero que se tiene que conformar con una España todavía carpetovetónica. Elena en la piel de Geraldine Chaplin es una revolución para él, español bajito y soltero de ciudad de provincias acostumbrado a su rutina tediosa a la que tampoco quiere renunciar, un ser opuesto a todo lo que oliera a esa España vieja que ya atisbaba su final. Peppermint frappé es la historia de alguien de familia de bien que quiere seguir disfrutando de sus privilegios, pero también el retrato de una España ávida de estímulos exteriores que la despertaran de su larga dictadura. El enamoramiento de Julián a medida que avanza la película y las relaciones cada vez más íntimas entre los tres personajes es también el enamoramiento de España con aquello que vivía fuera de sus fronteras, pues el personaje de José Luis López Vázquez y su triste vida se mira con envidia en la de los dos amantes buscando algo fuera que no tiene dentro de sí.

En esa España ávida de estímulos exteriores, Saura retrata el erotismo desde lo prohibido hasta convertir la película en la historia de una obsesión no sólo hacia una persona, sino hacia todo su mundo. No en vano, no es difícil ver ecos de Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958) en momentos concretos de esta película cuando busca a Elena en las revistas y en su propia ayudante o de una experimentación constante que Saura portará durante muchos años como el uso de elipsis en blanco y negro con dos niños protagonistas para explicar la narración de la película. Convertida con el tiempo en una rara avis del cine español por su significancia en el cine de Saura, por su proyección sobre la mente humana, pero también sobre el latido de un país, y por una irrefrenable Geraldine Chaplin fresca, divertida, sensual y misteriosa que caminaría de la mano del director durante varios años más, Peppermint frappé permanece incólume también gracias a un José Luis López Vázquez magnífico como siempre que retrata la desesperación de ese momento en el que querer ser alguien que nada tiene que ver con uno mismo en un momento concreto de la vida.

Javier Alpáñez

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