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Crítica final de la tercera temporada de Shingeki no Kyojin
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SHINGEKI NO KYOJIN: ALAS DE ROTA LIBERTAD

Eternos ignorantes encerrados en una jaula para pájaros. Sempiternos olvidados de un mundo cruel que les teme tanto como les odia. Los habitantes del muro siempre han sido lo que creían temer. Abandonados por su estirpe, traicionados por su rey en pos de una silenciosa y esperanzadora paz que no se remite más que al más simple juego del gato y el ratón. ¿De qué sirve vivir si se nos priva de libertad?

¿De qué sirve buscar si se nos niega la verdad? Isayama ha jugado con ella durante todo este tiempo. Tres temporadas, 59 capítulos que han mantenido una verdad oculta, ejerciendo las veces de muralla. Del más férreo muro que ha mantenido alejados de una triste y dura realidad a miles de habitantes tras una inmensa muralla que, sin saber, también nos ha acogido a nosotros, espectadores y espectadoras de una tragicomedia de dimensiones tan épicas como oscuras. Pero, ¿que nos queda tras la verdad?

Lo que oculta la verdad

Es difícil remitirse ahora a los inicios de la tercera temporada de Shingeki no Kyojin. Una que abría con ese mausoleo de calma, mientras las olas del mar besaban a nuestros protagonistas en un cálido sueño que parecía sacado de la más imaginativa mente. Del más esperanzado soñador. Unas que, como todos sabíamos, se cumplen al final de la, seguramente, más impactante entrega de la obra. Unas que, quizás, no han sido tan cálidas como esperamos en ese momento.

Cuánto ha pasado. Cuánto ha cambiado. Es difícil, aunque no imposible, echar la vista atrás y observar el titánico trabajo con el que se despide Wit Studio, dejando el testigo a aquellos que se enfrenten al trabajo de Isayama en una última y definitiva entrega. Aún resuena, no olvidemos, aquél grito de guerra. Aquel grito por la libertad, que servía de guía en un silencio mortal, lejos del hombre, lejos de toda vida ajena a las aberraciones que existen tras los muros.

Un grito que se ha apagado frente a la verdad. Como una llama ante un vendaval. Cuanto creíamos saber ha resultado falso. Una mentira. Un engaño con pretensiones de paz que se ha llevado consigo la vida de cientos y cientos de actores y actrices que ahora yacen en el olvido de un campo de batalla que irrumpía una injusticia casi divina. El poder del hombre contra Dios. Los humanos contra los titanes. Con la burda ironía del destino, que revelaba una estirpe compartida entre ambos; presa y cazador.

Así lo entendíamos en sus primeros compases. En la lucha por reconquistar el Muro María. En esa impresionante escena que daba inicio a la que sería la más cruenta guerra entre ambos bandos, con los tonos de Shiroyuki Sawano irrumpiendo ante las decenas de destellos que iluminaban el principio del fin. El de una batalla que estigmatizaría a ambos lados por igual.

Aquello que queda tras el campo de batalla

Un último atisbo de heroicidad. Un grito que alcanzaba su punto más agudo mientras moría en las gargantas de todos los que perdían la vida ante el titan bestia. De una carga suicida con Erwin —y la esperanza de la humanidad— a la cabeza. De la explosión de un desesperado Bertolt, que se aferraba a su identidad como Guerrero de Marley para ejecutar a sus hermanos y hermanas ante uno de los golpes del destino más duros que el maestro Isayama ha esgrimido en la narrativa de una obra que tiende a mostrar el lado más oscuro de su fantasía. Hacia  la muerte marcharon. Para no volver.

Y aquello que quedaba tras el campo de batalla no eran más que pérdidas. Una victoria pírrica para la humanidad. La pérdida de aquellos cuantos querían. El sacrificio de Erwin y el sacrificio de Armin junto a los testigos de una decisión que ponía en jaque el destino de cuantos luchaban por salvar su mundo, su pequeño mundo. Un Eren devastado por el dolor. Una Mikasa que mostraba, de nuevo, su lado más maternal. Y un Levi que revivía la ácida muerte de Kenny ante un Erwin que se enfrentaba a su final bajo la apariencia de un demonio capaz de sacrificar a cientos de los suyos por un deseo egoísta: conocer la verdad.

La verdadera recompensa de toda la sangre derramada. La verdad. La llave a todos los secretos que se han mantenido ocultos durante cinco años. El giro argumental que se convierte en columna vertebral y pulmón de la obra al mismo tiempo, demostrando la capacidad de su autor para tambalear los cimientos de su propio mundo y que pone punto y final a la dictadura de su propia invención. A los titanes tal y como los conocíamos.

La verdad de Grisha Jaeger. Aquello que se oculta bajo el sótano de una pequeña casa en Shiganshina, hábitat de la catástrofe y guardiana de un secreto capaz de revolucionar, no solo su mundo, sino también nuestra visión de una de las obras más sonadas de la última década. Una verdad tan hiriente como podíamos esperar de las manos y el ingenio que las teje.

Un fin que, lejos de ser un cierre, supone un nuevo comienzo. Un secreto. Una revelación que cambia por completo todas las bases de su mundo e impone un nuevo miedo a sus espaldas. Sobre sus alas, incapaces de abrirse. La idea de que los titanes no son su único enemigo. Es el mundo entero.

Alas de rota libertad

Y es así como llegamos al fin. Destino único de una aventura que nunca ha hablado de héroes y heroínas. Donde nadie puede presumir de poder salvar el mundo. El poder de los titanes es una maldición. Aquellos con la sangre de Ymir, deudores de una angustiosa estirpe con una cuenta atrás sobre sus propias cabezas. Hemos abandonado las murallas, pero nos hemos expuesto al más terrible de todos los males. La cruda y dura realidad.

Asesinados por compañeros. Devorados por compatriotas. Ese ha sido, hasta ahora, el destino de la gente de las murallas. De aquellos que abandonaron la guerra y se encerraron tras un escudo de roca durante un centenar de años, a la sombra de la ignorancia. Mientras que aquellos que intentaban desplegar las alas eran, irónicamente, arrasados por quiénes luchaban por abandonar sendas murallas al otro lado del mundo.

Alas de rota libertad es todo lo que han ganado Eren, Mikasa, Armin y el resto. Bajo la sombra de Grisha, Eren, Erwin o Diana, son ellos quienes se encuentran bajo el más pesado de todos los pesos. El de una revelación que sirve de llave, que atraviesa las murallas de un paraíso eterno que les acorralaba y les arroja ahora a un lugar tan frío y hostil como el que creían encontrar tras la figura de los titanes.

«¿Creéis que… Si acabamos con todos los enemigos del otro lado, ¿podremos ser libres?»

Ahora que los sueños se rompen y las alas se abren al fin solo queda esperar. Esperar por un ciclo que nunca ha terminado. Cientos de años después el conflicto sigue moviendo la balanza y, ahora sí, nuestros protagonistas son conscientes de ello. Con un grito de libertad ahogado en las voces de aquellos que jamás abandonaron el campo de batalla y una nueva realidad reinando sobre sus destinos observan el cielo. Un cielo más azul que nunca, bañados por la prístina brisa del mar ante el escenario de un patíbulo que ha dado muerte —o conversión y esclavitud eterna— a tantos de los suyos. Si la libertad realmente existe, ¿cuál será su precio?

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Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.