SHINGEKI NO KYOJIN: EL OLEAJE DE LA FICTICIA LIBERTAD
Wit Studio alcanza el capítulo 59, y lo hace no solamente cerrando una evidente etapa dentro de la ficción, sino también una para el propio estudio, para todo el personal implicado que, desde cualquier parcela de producción, ha dejado su impronta a lo largo de seis largos años. Porque una vez aquí, todos cuentan. Es un ciclo, una época dorada que llega a su fin. El estudio nipón convierte «Al otro lado de las murallas» en la última pieza, el último fragmento necesario para dar por terminado el triunfal espectáculo. El orfebre que mira con orgullo el brillo de esa pieza de artesanía que tanto trabajo le ha llevado. La última entrega de la tercera temporada es una con cierto cariz de tranquilidad, sosiego por haber cerrado cierta etapa y proceder a abrir una nueva. Una especie de transición necesaria para lamer viejas heridas en pos de su (difícil) cicatrización, abrazar la sensación de libertad y, de paso, proceder a abrir nuevas heridas. Porque es fácil sentir el abrazo del oleaje del mar y la calidez de su brisa, sentir y palpar su libertad. Pero con lo que saben, con la historia que subyace en su contexto, no cuesta caer en la idea de buscar incansablemente una libertad total. La libertad que se les robó tiempo atrás. Como decía, proceder a abrir nuevas heridas. El ciclo interminable de la guerra.
El fin del monopolio de la verdad
«¿Nuestro enemigo es el mundo?» es la pregunta con la que abre esta entrega, el punto de partida para un debate de carácter obligatorio: ¿qué hacer con la verdad? Es una situación peliaguda, pues si la hacen pública puede cundir el pánico entre la población. Además de materializarse en una chispa capaz de prender y avivar una sublevación. Pero si la ocultan, si no la hacen libre, estarían incurriendo en los mismos ¿errores? del pasado. En aquel rey Fritz que no dudó a la hora de borrar la memoria de sus ciudadanos. De ser así, de nada serviría haberle quitado la corona al extinto rey Reiss. Estarían atentando contra los ideales de los vivos y de los que perecieron para lograr tal hazaña. La decisión final es un punto de no retorno, algo que ya se podía intuir y que augura que las cosas nunca podrían volver a ser como antaño. Es Historia Reiss, soberana actual, quien decide. Quien opta por hacer pública la historia de su pueblo. Quien se acoge a ese «La Verdad os hará libres» que reza el cristianismo.
¿El resultado? Cuanto menos, variado. Algunos creen en la veracidad de la información, otros se mofan de ella, mientras que el tercer bando opta por pensar que se trata de un acción conspiranoica del nuevo gobierno. Un clima de frustrante confusión reina dentro de las murallas. Siempre han temido, han odiado a esas enigmáticas criaturas titánicas con forma humanoide. Su objetivo era acabar con ellas, erradicarlas de la faz de la tierra en pos de su libertad. Eran los engranajes que les mantenía cautivos. Los grilletes que asfixiaban e impedían alzar el vuelo. Pero ahora todo es distinto. El mundo les odia como ellos odiaban a los que creían sus carceleros. Les considera monstruos, una estirpe maldita a la que es menester erradicar. Deudores de los pecados de sus antecesores cuya deuda solo puede pagarse con sangre, su sangre. La libertad, al fin y al cabo, es un tentativo caramelo difícil de conseguir.
La ilógica propia de los sentimientos
La ceremonia para condecorar a los supervivientes de la última y salvaje contienda cuya recompensa fue la obtención de la verdad es el escenario idóneo para que Floch —el único superviviente del ataque suicida contra el Titán Bestia— abra el debate, de nuevo, sobre qué vida valía la pena salvar. Erwin o Armin. Floch no es la única voz, la gran mayoría de quienes leyeron el informe de batalla piensan lo mismo; salvar a Erwin era la mejor opción, la opción lógica. Armin es un sempiterno deudor, y la agonía fruto del peso de dicha carga es una con un devastador efecto psicológico. La elección de salvar a Armin no fue producto de la lógica, sino de los sentimientos personales de los implicados. Incapaces de sacrificar algo que les importaba, pero demandando el sacrificio de vidas y vidas bajo sus órdenes. El discurso de Floch es uno real, sumamente válido y representativo de todos aquellos que ven su vida pasar con la inmediata rapidez de un rayo. Es la voz de los ocultos, de los que callan, de aquellos reclutas que temen y solo buscan un poco de aprecio. Son los eternos olvidados, los figurantes dentro de una obra que les sobrepasa. El mensaje de Floch es un dardo que tiene como objetivo a la gran mayoría de protagonistas, sea por una razón u otra. Golpes de realidad que solamente pueden ser contenidos por el momento de condecoración a manos de la reina. Wit Studio se sirve de una composición musical que rezuma solemnidad para aderezar una escena que manifiesta lo estéril del acto, de que no existe nada tangible con el valor suficiente como para recompensar lo perdido. Y, además, cerciorarse de la conexión entre el poder del Titán Fundador de Eren e Historia.
El inexorable paso del tiempo deja su marca mientras ejerce de puente narrativo. La nieve propia del gélido invierno cae y se amontona bajo la desolación previa a la reconquista, a ese bullicio propio de la vida. La intensidad de la luz solar propia de la temporada primaveral termina por barrer cualquier resto del frío y permite la reconstrucción, el afloramiento de las plantas y la ebullición de la esperanza. Los refugiados volvían a sus casas tras un largo período de tiempo y, un año después del ataque a Trost, ya no había indicios de vida titán en el interior del Muro María. La elipsis temporal de un año muestra los síntomas de esperanza y superación de la vida humana, pero también hace acopio de la nostalgia para recordar que han pasado seis años desde el primer ataque del Titán Colosal —y, curiosamente, también seis años desde el estreno del primer capítulo de la adaptación—. La Legión tiene ahora que cumplir una misión fuera de los muros, un objetivo marcado ahora que ya no hay titanes en el horizonte. La dirección se preocupa en mostrar el efecto del paso del tiempo en el trío protagonista, enfatizando en sus rostros, en sus miradas y creando una más que curiosa contraposición entre Armin y Eren. El primero perplejo, alegre ante el escenario que le va a brindar la vida. Eren en cambio muestra un rostro frío y distante, tangibilizando el peso de esos recuerdos heredados.
Inocencia y odio
Tras cruzar una zona desértica atisban el particular patíbulo de Marley, aquel escenario propio de un fusilamiento donde condenaban a sus compatriotas. Y su lado, el mar. Esa majestuosa e infinita cantidad de agua salada con la que soñaban. Los últimos pasos de la travesía son silenciosos, imperecederos. Cualquier sonido perturbaría la paz que proporciona el sonido de la libertad, de la naturaleza; por lo que Wit Studio prescinde de cualquier melodía que pudiera perjudicar el mensaje de la bella pintura. El sonido del viento y del mar, nada más. Un escenario que brilla por la intensidad de la paleta de colores y que golpea a sus espectadores, a unos soldados atónitos ante lo que ven sus ojos. La reacción inminente es la que tendría cualquier niño cuando ve el mar por primera vez, cuando tiene ante sí algo desconocido. Se adentran en él, tocan el agua de la orilla y, como si toda esa violencia interiorizada y experimentada durante años se diluyera, se arrojan agua entre ellos.
El manifiesto de la incredulidad previa deja paso al de una inmaculada inocencia. Mikasa sonríe, Armin sonríe, y allí están los tres. Lejos del hediondo olor de la sangre y la pólvora, inhalando el que era su sueño. Un momento de pura catarsis. Sin embargo, no experimentada por igual. La inocencia y alegría de Armin, Mikasa y el resto dista de la actitud de Eren. Erguido y desafiante. Como aquel que alcanza la victoria y le sabe a poco. Como el que alcanza un sueño y no siente satisfacción. Su monólogo cierra «Al otro lado de las murallas», pero también cierra la tercera temporada de la serie y el trabajo de Wit Studio para con Shingeki no Kyojin. Su mensaje carece de la inocencia del de antaño, es más un canto a la lucha. La respuesta al interminable ciclo del odio y la venganza.
«Más allá del mar está la libertad. Toda mi vida creí que era cierto, pero no es así. Más allá del mar lo que hay son enemigos. Todo es como lo que vi en los recuerdos de mi padre. Decidme… Si matamos a todos los enemigos del otro lado, ¿podremos ser libres?»
Wit Studio se despide de su producción más aclamada tras seis largos años. El trabajo del estudio de Tokio perdurará en el tiempo por ser excelso, respetuoso para con el material original e inteligente por saber explotar todos sus puntos fuertes y potenciar los débiles. Ahora, Shingeki no Kyojin experimentará un cambio doble: uno por la parte del nuevo equipo de producción y otro en cuanto a narrativa. Ni siquiera se trata de un cambio en las reglas de su juego, es un juego totalmente nuevo. Ya no hay titanes en las trincheras, solo hombres y mujeres dispuestos a luchar por una ideología, por una historia heredada o por la libertad que creen que les pertenece. El pueblo de Ymir ha despertado tras un profundo letargo de un siglo, mientras el pueblo de Marley persiste en su lucha territorial. La (supuesta) verdad es por fin libre, y ya no hay titanes o muros que les frenen. Pero, ¿acaso acabar con Marley les brindará la paz? ¿La libertad? Eran merecedores de saber la verdad, por supuesto, pero puede que dicha verdad solo les haga más daño. Esclavos de otro dueño. O tal vez no. Lo que está claro es que la guerra es una espiral de odio con principio pero sin un fin a la vista. Dependerá de Isayama delimitar su particular Alfa y Omega.
Edu Allepuz
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