MASHLE: ACABAR CON EL CLASISMO A HOSTIAS
Tatsuya Endô saltaba al estrellato en 2019 con Spy x Family, la encantadora, ocurrente y gratificante comedia que reunía a una familia tan disfuncional en concepto, como cálida en lo emocional. La unión entre un padre espía, una madre asesina y una pequeña con poderes telequinéticos terminaría de explotar con el lanzamiento de unos primeros volúmenes que batieron récords en Japón. Con el éxito llegaron también los premios, y cierta tendencia editorial fraguada por la propia Shûeisha en pos de emular este increíble hit. Desde entonces, en las páginas de la Weekly Shônen Jump han desfilado una serie de títulos cuya intención era precisamente esa: emular. Y mientras unos pocos aún perduran en el exigente magazine japonés, otros tantos no han tenido tanta suerte. Mashle: Magic and Muscles no es el caso de estos últimos, pues el trabajo de Hajime Kômoto ha demostrado a lo largo de su publicación que su universo y narrativa funcionan y cumplen con creces. Mashle irrumpe con la fuerza de un huracán, con el brío de aquel capaz de romper con el orden y reírse de sí mismo sin tapujo alguno, con total sinceridad.
Porque ante todo, Mashle es un título sincero. Una obra que emplea la parodia dentro de un constructo narrativo influenciado por los tropos y elementos del género de la fantasía, así como de la demografía a la que pertenece. Sus reminiscencias a la literatura fantástica mainstream como la saga Harry Potter son más que claras, del mismo modo que lo son sus similitudes narrativas con One Punch Man. Mashle bebe de diversos referentes muy específicos para hacer uso de una reiterada burla que, lejos de suponer un lastre o un recurso forzado, potencia su espontaneidad y ayuda a confeccionar momentos de genuina inspiración dentro de un género tan complicado como es el de la comedia. Y esto, sin duda, es lo que la convierte en una de las mejores y más prometedoras nuevas series de la revista.
Mashle se ambienta en un universo donde la magia existe y forma parte de la cotidianidad de la vida humana. Considerada un regalo divino entregado por el propio Dios, ésta es también un activo de gran valor en términos sociopolíticos, pues la condición mágica del individuo determina su estatus dentro de una sociedad profundamente clasista. Pero tal y como ocurre en la realidad, no todo el mundo nace con una «flor en el culo», y oculto en las profundidades de un bosque alejado de la gran ciudad vive un joven sin una brizna de magia, pero con un increíble poder físico. Mash Vandead no tiene una marca de nacimiento en su rostro —todo aquel con poder mágico manifiesta una al nacer—, pero es el atleta perfecto. Sus capacidades físicas son sobrehumanas, como también lo es su adicción a los profiteroles de crema; una que, por cierto, pondrá patas arriba la tranquilidad de su vida y la de su padre adoptivo. Porque tras saltarse la prohibición de visitar la ciudad —lugar donde todo el mundo posee magia—, Mash se verá envuelto en los maquiavélicos planes de un inspector de policía de moral baja e inexistente ética profesional. Así, Mash deberá ingresar en una escuela de magia y competir por el título de «divinidad suprema», galardón que recibe el estudiante que alcanza el grado más elevado de excelencia.
Similar al título de «beastar» de Beastars, la excelente obra de Paru Itagaki, la condecoración del alumno o alumna implica una contribución directa en la sociedad, el estatus de la nobleza y una beca de mil millones. Una cantidad indecente de dinero capaz de suplir las carencias y la frustración imperante en la anodina vida de un inspector de policía con poco talento. Hajime Kômoto emplea el recurso del marginado y el diferente para llevarlo a un entorno hostil, un lugar donde no solo debe hacerse pasar por estudiante de magia (sin poseerla), sino también destacar, ser el mejor. Pero a diferencia de tantas obras del género, Mash no debe aprender nuevas habilidades o poderes en su trayecto, porque su nivel de fuerza está lo suficientemente roto como para acabar con cualquier truco de magia. Él debe aprender a camuflarse, a mentir y a idearselas para aparentar ser alguien que no es. Tal y como ocurre con Saitama en One Punch Man, su figura representa la hipérbole de la fuerza, lo imbatible, y es en su relación con el resto de personajes y la interacción con su mundo donde la serie brilla con más fuerza.
Porque a pesar de que la llegada de Mash a la escuela de magia Easton es una perpetrada bajo coacción, también es una que se antoja necesaria para destruir con sus propias manos la podredumbre clasista de los cimientos de una sociedad que persigue y erradica al débil, un modelo obcecado en la pureza de la raza superior, los títulos y la posición social. La imagen promocional del propio Mash, ataviado con la túnica de estudiante y la marca facial falsa partiendo por la mitad una varita mágica, es una representación visual tan funcional como poco sutil de la intención narrativa del autor. Mash es el agente subversivo a través del cual Hajime Kômoto no solo se ríe de los tropos más comunes de la fantasía, también lo hace de la petulancia y la vanidad características de la alta alcurnia de la sociedad, de los genéticamente superiores y los salvaguardias de un ecosistema construido y mantenido únicamente en beneficio propio; como el capitalismo, vaya.
La segregación social que ilustra Mashle no se centra únicamente en los extremos de los polos, también hay una más que explícita discriminación entre aquellos de mayor y menor rango mágico. Es un aspecto que la serie muestra a través de las relaciones entre profesores y alumnos de la alta nobleza, de los chismorreos entre familias de distinta posición social o las disputas entre los alumnos de la escuela. Un centro educativo que segmenta a sus estudiantes bajo los valores de tres casas muy diferenciadas entre sí, creando en el proceso una serie de sinergias y confrontaciones que apuntan, de nuevo, a caminos ya explorados, pero siempre bajo el desenfado tan característico que imprime el autor nipón a su narrativa.
Kômoto reinterpreta deportes con vuelo de escobas, clases de pociones con mandrágoras de por medio, esqueletos de unicornio que navegan por el subconsciente ajeno para determinar el destino de los estudiantes en la escuela o antiguos laberintos subterráneos concebidos como base clandestina de un retorcido y siniestro grupo de estudiantes con nombre de grupo de heavy metal. Son, de nuevo, situaciones que ya hemos visto alguna que otra vez, que ya conocemos y están asentadas en el imaginario colectivo, pero Mashle las retuerce con su humor, con su habilidad a la hora de afrontar y derribar la épica y la formalidad. Se estructura narrativamente tal y como hiciera cualquier shônen formulaico del género, sin embargo, es en la personalidad del propio Mash, en la forma de jugar con lo imprevisible y los contrastes de tono donde Kômoto más se acerca al trabajo de One. Contextos diferentes, pero escenarios donde practicar la sátira, la crítica y la comedia con un resultado increíblemente satisfactorio.
Todos los matices narrativos de Mashle están perfectamente plasmados a través de un apartado artístico que representa eficientemente el espíritu de la obra. Fiel a un estilo de corte simplista, sin apenas florituras, Hajime Kômoto bebe del estilo de One en One Punch Man y Mob Psycho 100 para dar lugar a escenas protagonizadas por la apatía del más fuerte, la indiferencia más absoluta frente a casi cualquier circunstancia. La simpleza del dibujo no es en ningún caso algo negativo, pues casa en todo momento con las intenciones del autor. Además, conforme avanza la serie, Kômoto también logra sorprender con unos paneles a página completa o doble plagados de detalle y de un semblante más serio; faceta que demuestra visualmente la fuerza e imprevisibilidad del propio protagonista, así como el juego de contrastes de la serie. En cuanto a dejes o marcas singulares, destaca el diseño de unos personajes muy estilizados debido al estilo de dibujo de los uniformes y las piernas: siempre rectas, delgadas y muy puntiagudas. Un estilo que indudablemente ya es marca de la casa del artista japonés.
Mashle: Muscles & Magic es, ante todo, un título ágil, dinámico y divertido de leer. Resulta complicado no hacer comparaciones, porque el propio autor bebe de unos muy claros referentes para establecer un estilo y una narrativa. Pero en ningún momento intenta ocultarlo. Porque, como decía al comienzo, la obra de marras es una que porta la sinceridad por bandera. Mashle es, a día de hoy, una obra consolidada dentro de la siempre complicada y exigente Weekly Shônen Jump, alzándose como el título —de las últimas hornadas— con mayor éxito comercial tras Chainsaw Man. Sus diversas virtudes le han conferido un excelente presente con vistas a un futuro prometedor que, de pulir sus aspectos más negativos —secundarios poco aprovechados y un plantel femenino prácticamente inexistente—, podrían hacer que habláramos de Mashle por muchos años.
Edu Allepuz
¡Fantástico post! Me encantó el blog en general, está genial.
Este manga es genial!! Me encanta!