LOGAN

Logan se desmarca de la tónica habitual eligiendo un sendero mucho más adulto de lo que podíamos esperar, y esta sorprendente visión (cultivada normalmente con torpeza y superficialidad) quizá sea el aspecto definitivo para que el espectador hastiado de tanto pijama y tanta licra salga del cine bastante contento y satisfecho. Porque aunque Logan no contente a todos los públicos, aquellos que aún disfrutan viviendo una y otra vez las mismas tramas factorizadas o los exigentes lectores de cómic (la cinta incorpora lo mínimo e indispensable de la historia de Mark Millar), sí va a resultar muy disfrutable para todos los que conecten con el nihilismo que domina el tono de la película, y que rompe con todo lo visto ahora sobre Lobezno y los X-Men, una franquicia que ha terminado rendida (y vendida) ante la figura de Jennifer Lawrence.

La aparición en escena de una niña mutante funciona como detonante para que Lobezno, una vez más, se enfrente a un pasado que lleva décadas intentando enterrar sin éxito. Un pasado que es juez y verdugo de un personaje atormentado y condenado a vivir en continua penitencia, presa de los remordimientos y de la desazón por la pérdida de sus seres queridos y casi todo aquello por lo que un día luchó, incluida su inmortalidad, regalo envenenado que nunca pidió, ni aceptó, ni disfrutó.
Y el tono adulto de Logan no solo reside en esta humanización descarnada del héroe, que deambula sin esperanza durante toda la cinta, también habita en los estallidos viscerales de violencia, que se adueñan de la pantalla desencadenados con furia por la ira y por la exasperación, y sin rastro de la heroica responsabilidad con la que este género acostumbra a justificar (o maquillar) la violencia como instrumento de pacificación.
James Mangold recurre a John Mathieson para dotar a Logan de una insólita fuerza visual y se detiene en los conflictos internos de sus personajes y en el progresivo fortalecimiento de sus lazos para conducir a muy buen puerto sus 135 minutos y salvar con buena nota las secuencias de transición, parada obligatoria en el viaje de redención al que se ve empujado Logan. Hay muy poco que discutir en la eficaz dirección de Logan y mucho que alabar y aplaudir, desde el espíritu viñetero que respiran sus planos hasta sus duras e intensas escenas de acción, rodadas como Dios manda y muy poco o nada recomendables para los espectadores más jóvenes, un punto que hay que tener muy en cuenta para no acudir al cine alegremente con los niños y tener que abandonar la sala en tropel con gesto desencajado.
Hugh Jackman firma de lejos su mejor interpretación en la saga mutante aprovechando el tono oscuro del filme y los trabajos (también magníficos) de Patrick Stewart y Dafne Keen, una joven actriz británico-española que vuelve a interpretar a un personaje obligado a madurar precozmente (la vimos dando vida a «Ani» en Refugiados). A diferencia de Logan, y gracias a su corta edad, el personaje de esta última aún no se plantea las consecuencias de sus actos, y su básica escala de valores se limita a diferenciar entre los buenos y los malos sin que le afecte lo más mínimo las dudas o los cuestionamientos propios de estadios de mayor madurez. Una bomba de relojería espoleada por su propia inocencia y su falta de sociabilidad.
Una cinta que convence y se beneficia de la búsqueda de su propia identidad, instalándose visual y narrativamente en cotas más cercanas a géneros como el western. Una cinta conclusiva que no necesita segundas partes ni un conocimiento extenso del universo X-Men para ser disfrutada, y que guarda en su decadencia una de sus mejores bazas.
LO MEJOR:
- Renuncia a la monotonía y el artificio habituales del género de superhéroes.
- Su fotografía y ritmo, aspectos decisivos para lidiar con sus 135 minutos.
- Las escenas de acción, estallidos de violencia bien rodados y en los que (para variar) el espectador se entera de qué está pasando en la pantalla.
LO PEOR:
- Aunque no resulten insufribles, sus 135 minutos son eso: 135 minutos.
- Que se acuda al cine en busca de más de lo mismo.
Alfonso Caro