El Palomitrón

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Jeff Daniels, Mia Farrow + La rosa púrpura de El Cairo + El Palomitrón
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LA ROSA PÚRPURA DE EL CAIRO Y LAS RESPUESTAS A LA VIDA

Hacía ya tiempo que había despegado de forma irremediable. Habían pasado ocho años desde Annie Hall y seis desde Manhattan, posiblemente sus dos obras maestras más reconocidas. Y, como haría un par de años después en Días de radio, cierto director neoyorquino decide que ha llegado la hora de homenajear a una de sus grandes pasiones: es en 1985 cuando se estrena La rosa púrpura de El Cairo.

Llevándose el BAFTA a la mejor película (superando a Amadeus y Regreso al futuro entre otras), así como al mejor guion, está influenciada por la obra de teatro Seis personajes en busca de un autor, del italiano Luigi Pirandello, la novela Niebla, de Miguel de Unamuno, y El moderno Sherlock Holmes, de Buster Keaton. Su creador acostumbra a decir de ella que es “una de sus pocas películas que se acercan a la idea que tenía en un principio”.

Hablamos, claro, de Woody Allen. Esta película supone su particular canto de amor al cine, como en su momento lo fueron El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder, Cautivos del mal de Vincente Minnelli, o La noche americana de François Truffaut. O como otras que llegarían después: Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore, o La invención de Hugo de Martin Scorsese.

Unas recurren a la épica; otras, al recuerdo de lo que una vez fue alguien; otras, al romanticismo de la ceremonia que ha supuesto para tantas generaciones sentarse delante de una pantalla grande; otras, a la sensación única de comprensión ante un personaje que sufre lo que sufrimos nosotros; y otras, a los recuerdos que se van convirtiendo en mito con el devenir de los años. Es esto último lo que ocurre aquí, mezclado con un poco de todo lo anterior. La rosa púrpura de El Cairo es bonita, es divertida y es triste.

El cine y las cartas de amor

En la carta de amor que Woody Allen le escribe a las películas, es precisamente el cine quien acude al rescate de Cecilia (Mia Farrow) en mitad de una vida desgraciada: problemas económicos derivados de la Gran Depresión, problemas en casa con su marido, problemas en el trabajo… Digamos que inconvenientes no le faltan. Todo eso va minando poco a poco su autoestima, de forma que en más de una ocasión menciona el hecho de no haberse sentido querida jamás.

En realidad hay pocos motivos por su parte para esperar que el asunto mejore. Su marido, interpretado por el recientemente fallecido Danny Aiello (el poli cabrón de Érase una vez en América, entre otras apariciones más o menos notables en grandes títulos) se niega a ir con ella al cine –y eso no es lo peor porque el tipo es un bruto, un alcohólico y un mujeriego–, por lo que Cecilia presentarse ella sola en el reciente estreno: La rosa púrpura de El Cairo. Aquí empieza la magia. Ocurre que, como acude a verla un día tras otro, el protagonista de esa película, Tom Baxter (Jeff Daniels). se enamora de Cecilia y decide por cuenta propia fugarse de la pantalla para declararle su amor, ante el asombro, no sólo de los espectadores, sino también del resto de personajes de la película que se está proyectando.

Jeff Daniels, Mia Farrow + La rosa púrpura de El Cairo + El Palomitrón

Ante esta situación, los productores y el actor que interpreta al personaje de Tom, Gil Shepherd, temen por la imagen que se pueda dar de la compañía y por la repercusión que pueda tener en la carrera de este último. El actor, me refiero, dentro de la película, porque el actor que interpreta a ese actor es, de nuevo, Jeff Daniels. Daniels debe interpretar, por un lado, a un actor de Hollywood cuya carrera está empezando y, por otro, al personaje que ese actor interpreta dentro de la película.

En realidad este papel iba a ser para Michael Keaton, cuya filmografía Woody Allen admiraba de forma particular, pero a quien terminó por ver “demasiado contemporáneo”, por lo que, según su criterio, al público le iba a costar encajarle en un papel de esa época. Así, tras diez días de rodaje, Allen y Keaton se dieron un abrazo, supongo, y cada uno siguió a lo suyo sin rencor alguno: el primero, a conseguir a un nuevo coprotagonista, y el segundo, a rodar películas memorables para nadie como Pisa a fondo o Dale y vete, antes de que afortunadamente para él (no tanto para su cuello) le llegara la ocasión de convertirse en Batman.

El telón de fondo: la Gran Depresión

Debemos destacar lo bien que funciona cómo los personajes saltan una y otra vez de la película al mundo real: interactúan, vuelven, salen de nuevo, estando fuera discuten con los que están dentro…y todo pasando del color de la realidad al blanco y negro de lo que sucede en pantalla (pese a que, irónicamente, lo que más luz desprende es precisamente la ficción, en contraposición a una situación completamente gris fuera de ella, tanto en lo económico como en lo social).

Mia Farrow + La rosa púrpura de El Cairo + El Palomitrón

No olvidemos el fantástico diseño de producción que recrea la Nueva Jersey de los años 30, que a muchos recordará a la Nueva York de las películas de Martin Scorsese o Francis Ford Coppola, y que tampoco se nos pase como mínimo mencionar el hilo musical que constantemente se encarga de restar dramatismo a lo que se nos está enseñando: Woody Allen, uno de los directores más melómanos que podamos encontrar, cuenta de nuevo con la colaboración de un maestro del jazz como Dick Hyman, compositor recurrente de Allen entre los 80 y los 2000 (en películas como Zelig, Recuerdos, Broadway Danny Rose, Hannah y sus hermanas o la ya mencionada Días de radio), y donde el tema más característico de la película probablemente sea ‘Hollywood fun’ con el que Cecilia y Tom se dedican a pasárselo bien por la ciudad.

En definitiva, vemos cómo ese mundo único de las películas traspasa la pantalla y salta a la vida de carne y hueso para envolver con su magia la realidad gris de Cecilia. Ah, pero también ocurre al revés, porque a Tom le toca enfrentarse a un enorme cambio de paradigma al saltar al mundo real. En eso guarda relación con Midnight in Paris, quien la haya visto recordará esa idea que flotaba durante toda la película del sufrimiento provocado por querer estar siempre en otro sitio, en otro momento, y lo que en aquella se contaba con saltos en el tiempo, en este se lleva a cabo por medio de la dualidad entre lo real frente a lo ficticio (de hecho, uno de los productores dice “la gente quiere una vida ficticia y los personajes ficticios quieren una real”).

Siempre es divertido, cuando está bien hecho, ver cómo reacciona un personaje recién salido de su realidad cotidiana y colocándole ante un contexto completamente nuevo. En eso, vemos todos los comportamientos que Tom es incapaz de corregir debido a que, como personaje, tiene una forma de proceder previamente determinada, claro, por un guion. Aquí una muestra:

  • Tom: Si te vuelve a pegar iré a partirle la cara.
  • Cecilia: No creo que puedas, es muy grande.
  • Tom: Es parte de mi personaje, tengo que hacerlo.

Que el cine nos salve de la vida

Cecilia, que se ha sentido desgraciada toda su vida, se ve, de repente, atrapada entre dos hombres que luego pasan a ser tres: dos de ellos son el mismo, aunque no del todo (el personaje y el actor) y su marido, al que desea perder de vista por motivos más que comprensibles. Así, se enfrenta a tener que elegir entre su vida monótona y triste de siempre, casada con un hombre violento y alcohólico, o decantarse por uno de esos dos perfectos galanes de cine, cada cual con un comportamiento más complicado de asimilar por alguien de un universo como el suyo, que es el nuestro. Elige, finalmente, al actor Gil Shepherd, al considerar que debe primar lo real sobre lo perfecto, otorgando más importancia a aquello que pertenece a su mundo. Y, por supuesto, al ser real, no tarda en salir todo del revés.

Mia Farrow + La rosa púrpura de El Cairo + El Palomitrón

En los últimos instantes hay tres miradas que resumen el sentir de la película: una, la de Tom Baxter, dentro de la pantalla, de nuevo, viendo como Cecilia abandona el cine vacío agarrada del brazo de otro hombre; dos, la de Gil, tras haberse marchado y arrepentirse nada más despegar el avión (en realidad no estaba enamorado, sino que sólo quería obligar a Tom a volver a la pantalla); y tres, la de ella, que, tras hacer las maletas y despedirse de su marido, vuelve al cine y ve que allí no hay ningún galán de Hollywood con gabardina y sombrero, que nadie la está esperando.

Así pues, entra, y la sala la recibe con Sombrero de copa, en el momento en que alguien canta “heaven, I’m in heaven, and my heart beats so that I can hardly speak”. Es, lógicamente, Fred Astaire, entondando ‘Cheek to cheek’ mientras baila con Ginger Rogers. A Cecilia le cambia el gesto: está, de nuevo, en las nubes, y allí las cosas funcionan. La respuesta a la vida estará siempre en el cine.

Pablo Núñez Noriega

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Walter Murch tiene la teoría de que la felicidad es dedicarse a lo que te gustaba con diez años, y yo tengo un problema porque en mi caso no recuerdo con exactitud de qué se trataba. Mientras tanto, hablo por la radio y escribo en sitios. No confirmo que fuera lo que me gustaba con diez años pero tampoco lo descarto.