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HOMENAJE A CARLOS SAURA: EL DORADO (1988)

Tras habernos detenido en Los golfos (1969) en un primer artículo de esta serie para homenajear a Carlos Saura en el año de su fallecimiento, posteriormente La caza (1966), escribir un tercer artículo sobre la película Peppermint frappé (1967), un cuarto artículo dedicarlo a Ana y los lobos (1973) y, finalmente, dedicar nuestro quinto artículo al clásico Cría cuervos (1976), dedicaremos este artículo a El Dorado, película de 1988 que supondría una de las grandes superproducciones históricas del cine español de su momento y el mejor ejemplo para entender cómo el cine de Saura se abre por fin a los exteriores buscando nuevos espacios en una etapa más imaginativa que se iniciaría con Deprisa, deprisa (1981).

A partir de un cierto momento, Carlos Saura empujó su cine hacia líneas quebradas que quedaban más allá de las fronteras cinematográficas que él mismo se había impuesto. Tras asentarse en la narración fílmica en su crítica hacia las clases poderosas y espacios cada vez más opresivos con una culminación en su bella e introspectiva Cría cuervos (1976), Saura lleva su cine a otros campos. Una solvente Deprisa, deprisa (1981) demuestra el buen hacer del director para el cine quinqui tan de moda de ese momento; con Bodas de Sangre (1981) demuestra su cercanía a la música e inició la primera entrega de su trilogía flamenca; y finalmente es con El Dorado cuando Saura rueda su primera, pero no última, película histórica. Saura era un genio despierto, buscador incansable de mundos más allá de la narrativa fílmica que le permitiera abrir nuevas puertas no sólo a su cine, sino a su propia experiencia de vida, y esto quedará reflejado irremediablemente en sus películas, como esta que nos ocupa.

El Dorado narra la historia de la expedición española que se sumergió en la selva amazónica en busca del legendario reino de El Dorado y las desventuras que acabaron sufriendo cada uno de ellos. Durante la conquista española de América, 300 españoles junto a sus esclavos, guías indios y algunas familias se internan en el inexplorado río donde moran las amazonas en busca del reino de El Dorado, un reino de minas abundantes de oro donde sus avenidas y edificios son de oro y se bañan sus habitantes en dorado líquido. Comandados por Pedro de Ursúa (Lambert Wilson), la expedición se verá pronto confrontada contra sí misma a medida que pasan los días y semanas y no se atisba signo alguno del reino dorado. Será entonces cuando los hombres que acompañan al gobernador, entre ellos el terrible Lope de Aguirre (Omero Antonutti), empiezan a tramar no sólo la caída de Ursúa, sino un plan mayor para una tropa de conquistadores al servicio de un rey que nunca pisó el nuevo continente.

Heredera de su propio cine de clases sociales dominantes en la piel de los conquistadores que pueblan de demonios las vidas de todos aquellos que tienen a su cargo y, a la vez, de esos ambientes opresivos que tanto gustaron a Saura en el terreno de la inconmensurable tierra amazónica tan abierta y vasta y, a la vez, tan claustrofóbica como en su día fueron los páramos de La caza, El Dorado es una superproducción histórica de 1000 millones de pesetas en su época que bien merece un puesto honorífico en el imaginario historiográfico del cine español. No en vano, la película fue nominada a nueve Goyas, aunque al final no se llevara ninguna estatuilla.

A punto de celebrar España los fastos del quinto centenario que tan cercano estaba al estreno de la película, esta es precisamente una crítica feroz no sólo a la inmoralidad de las clases dirigentes cuyo motor impulsor de la historia es su propia ambición personal desmedida, sino también una crítica nada sutil y muy feroz al colonialismo del que se sirvieron los españoles para explotar una tierra que nunca fue suya. La esclavización de las minorías racializadas, el interés puramente económico como motor de la historia, la violencia desmedida hacia el diferente en cuerpo y pensamiento y el destrozo irracional del medio ambiente son temas que todavía pueblan nuestro imaginario contestatario en la actualidad y al que Saura se adelantó con una historia desbordante de imaginación capaz de llevar un hecho histórico como la campaña desmedida de Aguirre a la pantalla.

No pasa tampoco desapercibido el papel de la mujer en la historia en la figura de la joven mestiza Elvira (Inés Sastre), hija del temido Lope de Aguirre, y la también mestiza Inés (Gabriela Roel), amante del joven gobernador Pedro de Ursúa. Su relación con las dos figuras de autoridad no es casual y es que el cuerpo de la mujer sometido al poder está claramente visible en la película. Mientras que la joven Elvira contiene el horror de los actos de su padre y marca una frontera entre su moral y la de su padre, Inés se convierte en moneda de cambio, una mujer necesitada de su propio cuerpo que explota para mantenerse en el poder y para asegurar su supervivencia. A pesar de que se pueda imponer una visión machista en las figuras de ambas mujeres, la visión de Saura no es de aceptación, sino de crítica, y es que la autoridad masculina, como siempre hemos visto en sus películas, siempre está levantada sobre la explotación mil veces definida de la mujer.

El Dorado es inmensa, de múltiples lecturas y amplios escenarios que se abren al espectador como aquel río se abrió a los conquistadores hace más de quinientos años. Saura rodó en Costa Rica una película sobre el mismísimo germen de ese imperio español donde nunca se ponía el sol y fue capaz de hacer un retrato de nuestra historia que todavía hoy día muchos encontrarían cuestionable, puesto que enseña la ferocidad del imperialismo tal cual fue y las vergüenzas sobre las que fue levantado un imperio español que tanto quieren muchos otros ocultar para hablar únicamente de sus raquíticas glorias. Saura fue capaz de desnudar al rey y mostrarnos que el precio del imperio era demasiado caro.

Javier Alpáñez

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