THAT TIME I GOT REINCARNATED AS A SLIME, «NO SOY UN SLIME MALO»
Cuando un género se vuelve popular es fácil caer en recurrencias. No es un trato exclusivo del manga y el anime, ocurre en todos los medios. La popularización de los nuevos estilos musicales “para jóvenes” —sintiéndome demasiado mayor a los 24 años—, la propagación de novelas románticas basadas en términos sexuales que difícilmente comprenden o la creciente extensión del mercado Battle Royale del videojuego son grandes ejemplos de ello.
No es algo negativo per se, sino una muestra de cómo el mercado se adapta a las nuevas corrientes y se aprovecha de ello para mantener la eficiencia económica pero no siempre la coherencia o, al menos, la exigencia de aquellas personas más adentradas en dichas culturas. Con todo, la permeabilidad de estos géneros siempre traen algo especial con ello, el romanticismo de aquellas obras que consiguen romper la corriente y sobresalir.
No solo es un cambio de concepto
Decir que That Time I Got Reincarnated as a Slime reformula el Isekai sería llover sobre mojado. La obra de Fuse no se centra tanto en deconstruir el género, sino que se adapta a sus propias ataduras para lograr una nueva visión de un estilo tan recursivo como usual en el medio.
El cambio de concepto en el isekai se ha popularizado tanto durante los últimos años que casi ha conseguido crear ramificaciones dentro de esta propia subcategoría. I Reincarnated into an Otome Game as a Villainess With Only Destruction Flags… o I’m a Villainous Daughter, so I’m going to keep the Last Boss son dos grandes ejemplos de estos cambios y como el isekai ha conseguido incluso adaptar incluso el género Otome con gran acierto, logrando nuevas metas tan curiosas como fascinantes.
No son los únicos ejemplos, por supuesto. Y la próxima llegada de Do You Love Your Mom and Her Two-Hit Multi-Target Attacks? o la gloriosa Sí, soy una araña, ¿qué pasa? sirven como reafirmación de la necesidad del género por sacar la cabeza y tomar aire en busca de nuevas corrientes que oxigenicen un tortuoso espacio repleto de obras clónicas. Pero, partiendo de este mismo punto nos encontramos con la fórmula de Fuse y su capacidad para hacer de That Time I Got Reincarnated as a Slime una obra brillante sin necesidad de entrar en paradigmas especiales.
Y es que la serie repite todos y cada uno de los conceptos básicos del género en esta suerte de deconstrucción que casi parece abrazar la sátira pero para sorpresa de todos, se toma en serio sus propias líneas. No solo encontramos esa secuencia de la muerte de su protagonista y su oscuro legado o la aparición de un dragón tsundere en sus primeros compases sino que su mismo protagonista ejerce el equivalente a un chiste.
Pero insisto, porqué That Time I Got Reincarnated as a Slime se toma enserio a sí misma en todo momento. Es una fórmula en la que se dan la mano la fantasía de poder que caracteriza a los blockbuster como Sword Art Online u Overlord pero que comprende a aquellos que apuestan por líneas más calmadas y extensas como Hai to Gensou no Grimgar o Log Horizon.
Consigue reducir la épica de la batalla contra el Demonio de Ojos Azules —la única falla es no tener la composición de Yuki Kajiura para darle forma— en pequeños fragmentos que se reparten a lo largo de la obra con un sabor totalmente diferente. Porque aunque esa escena de Sword Art Online marcase un punto de inflexión en el género, Rimuru consigue ejecutar la misma fuerza sin necesidad de caer en un término tan naive e individualista como el que mostraba esa narrativa adolescente que Kawahara mutaría en Progressive.
Es un formato que toma prestado ciertos valores de ONE. La duda no se construye sobre si ganará o no Rimuru. Lo hace a través del cuándo dará el golpe final — apoyándose, además, en la particularidad de su personaje principal. Pero incluso así el enfoque nunca es el fin de la batalla, sino el fin ético y moral que tiene tras de sí.
«No soy un slime malo»
Y es que al fin y al cabo, el metajuego narrativo que mueve a la obra es el como mueve sus piezas en este tablero que todos conocemos pero con un tipo de jugadas totalmente característico. El hecho de que Rimuru se centre en salvar al pueblo goblin y en como sus personajes crecen a su alrededor. Es la constante vital de That Time I Got Reincarnated as a Slime que, sin entrar en demasiadas cuestiones políticas, consigue diseñar una suerte de utopía fantástica donde se persigue al rechazo y al racismo en un segundo plano sin desviarse de esa propuesta inicial y abrazando un estilo especialmente enternecedor.
Es un romanticismo que se genera en torno a la dualidad de la relación entre humanos y monstruos de Dragon Quest con esa mítica «no soy un slime malo». En la idea de perseguir unos ideales casi inexistentes en el medio y que buscan destacar una armonía de ternura y cariño sobre un género demasiado atrapado en las escalas de grises.
Porque incluso en el factor romántico la obra consigue destacar un pequeño destello. En un trato simple pero tierno sobre lo fugaz y efímero que puede ser el amor pero con un tono tan tierno y optimista que se convierte en el canal para seguir avanzando en su trama. Porque, a veces, no todas las despedidas tienen porqué suponer un fin.
Creo que he dado demasiadas vueltas para decir que leáis That Time I Got Reincarnated as a Slime. Pero, de verdad, leed That Time I Got Reincarnated as a Slime. El objetivo de este artículo ha variado en gran medida a lo largo de su elaboración a medida que mutaba hacia una recomendación que huye de los spoilers por lo que esto es solo una pequeña introducción a una obra que parte de un puerto conocido pero que conlleva un viaje inolvidable.
La aventura de Rimuru y compañía no deja de ser una aventura en si misma. Y, de nuevo, no olvida los factores que hacen al isekai destacar como lo hace en el medio. Pero los reformula de tal manera que cambia su concepto hasta el punto de convertirse en una obra tan cálida como interesante. Una repleta de lecciones morales y de la pequeña promesa de ofrecer algo tan clásico como diferente.
Óscar Martínez
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