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EL CINE DE TERROR POLÍTICO

¡ATENCIÓN! Este artículo puede contener spoilers de las películas nombradas

Dejó escrito Owen Gleiberman, crítico de cine de la revista Entertainment Weekly, que «algunas películas no son solo películas, sino que se acercan al vudú: canalizan corrientes de pensamiento mucho más grandes y poderosas que ellas mismas». Ya le dedicamos en el primer artículo de esta serie de terror unas líneas al cine de dicho género, que usa el medio para mandar un mensaje político. Porque sin un mensaje que trascienda al género, los zombis se convierten en entretenimiento estúpido, los fantasmas no pasan de ser más que nostálgicas y etéreas formas y los maníacos asesinos se vuelven una excusa vacía para un estallido de violencia, sangre y sexo, apelando a la morbosidad más básica del ser humano.

Es obvio que el espectador medio no selecciona una película de terror basándose en el subtexto, pero sería necio pensar que un fuerte mensaje social o político no contribuye al terror provocado por una película. Se puede hablar, por ejemplo, de la alegoría sobre la paranoia post 11S de La niebla (Frank Darabont, 2007) o El bosque (M. Night Shyamalan, 2004); la pasividad surcoreana ante el imperialismo estadounidense de The Host (Bong Joo-Ho, 2006); la declaración anti-Vietnam de La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974); la dominancia de la élite mundial, el papel de los medios y los peligros de la cultura consumista de Están vivos (John Carpenter, 1988), o el tratado sobre la represión femenina en el siglo XX en La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968). El sutil subtexto político y social de estas películas lleva el terror explosivo de estas a otra conciencia, una alegoría sobre el terror del aquí y el ahora de nuestro mundo, una capa extra de realidad que es indetectable a simple vista pero que, sin embargo, afecta a nuestra percepción de la película. Pero ¿cuáles son las obras de terror moderno que se atreven a plasmar una corriente de pensamiento, a explicar cuáles son los males de la sociedad moderna?

Se ha intentado con vehemencia desde Blumhouse encontrar la siguiente «matanza de Texas», y pese a que algunos títulos se han acercado a dejar un testimonio social de nuestro momento histórico (véase la saga de La purga, que explora las políticas de los gobiernos totalitaristas, el clasismo y las políticas del miedo pero tiene el defecto de ser tremendamente obvia), no ha sido hasta Déjame salir cuando el estudio se ha acercado a uno de los mayores temores sociopolíticos de los Estados Unidos modernos. Déjame salir es una película que incomoda no por sus imágenes o su descarga gráfica de violencia en el tercer acto, sino por lo explícita que es al contar cómo la vida es, para algunas personas, un espectáculo terrorífico de presenciar. La película de Jordan Peele se origina en una situación universal (que remite de forma inevitable a Adivina quién viene a cenar esta noche): Chris viaja a la casa de campo de los padres de Rose, su novia, a los que aún no conoce. Con este contexto (un afroamericano visitando la familia bien de su pareja), Déjame salir reflexiona sobre cómo muchos estadounidenses pensaron que la presidencia de Obama significó una era posrracial en Estados Unidos, cuando en realidad el liberalismo posrracial sigue siendo igual o mucho más terrorífico.

Déjame salir habla sobre la experiencia vital del afroamericano como un estereotipo y no como una persona ante los ojos de este liberalismo posrracial: los demás personajes se empeñan en «recordarle» sus raíces. En la película solo existen dos formas de relación entre Chris y los demás personajes: o bien es celebrado por su origen cultural, o bien es alabado por su «maquillaje genético». En ambos casos se trata no de entender a la gente, sino de coleccionarlos como trofeos, en las palabras de W. E. B Du Bois (sociólogo, historiador y activista por los derechos civiles): «Es la perspectiva blanca la que decide cómo los afroamericanos se definen, porque sobre ellos se conduce una evaluación constante». En Déjame salir, Chris es víctima de esta evaluación, que le sitúa en un rol de espectador ante la presencia de los liberalistas blancos. Esto se relaciona de forma muy íntima con el concepto del sunken place (lugar hundido) en el que le sitúa la madre de Rose a través de la hipnosis, en el que Chris es un espectador de su propia vida, y con el procedimiento coagula, en el que la conciencia afroamericana es literalmente empujada y recluida en el fondo de la mente para dar espacio al pensamiento blanco. Chris evita finalmente convertirse en un espectador más usando el algodón que rellena la silla en la que está sentado para taparse las orejas y evitar ser enviado al lugar hundido, recuperando la identidad perdida de la comunidad afroamericana al usar un símbolo de esclavitud para liberarse de la opresión de la familia Armitage.

Sin embargo, la película termina asegurando que el terror no viene tanto de los individuos como del propio sistema: la escena más terrorífica es esa en la que Chris está arrodillado encima de Rose, con un rastro de cuerpos de gente rica y blanca amontonándose en la casa de campo detrás de él, y unas luces azules y rojas iluminan poco a poco la cara de Chris. A raíz del constante uso de violencia desmesurada contra los afroamericanos por parte de la policía, el reto para mucha gente en Estados Unidos es no sentir más miedo ante la presencia de las fuerzas de la ley. Todos sabemos lo que ocurre a continuación: quien emerge del coche no es un agente vestido de azul, sino Rod, que llega para salvar a su amigo. Chris nunca tuvo miedo por lo que era: tuvo miedo por cómo podía ser interpretado por las autoridades, por la gente que debe protegerle. Y eso es lo más terrorífico de todo.

A24 también ha estampado su sello en una de las obras más complejas del último lustro: It Follows. Porque aunque esta puede y debe ser analizada en términos de su comentario sobre la sexualidad y la identidad de género, David Robert Mitchell interpela a los millennials con un poderoso mensaje sobre la desdicha de su generación. La película cuenta la historia de Jay, una adolescente de los suburbios que después de un rollo de una noche es perseguida por una entidad implacable. La única manera de quitársela de encima es la misma que ha hecho que la siguiera: mediante el sexo. Desde la adolescencia, el sexo es inocentemente visto como el umbral de la madurez. Este lastre social es impuesto sobre todos los personajes, pero es sobre todo el arco de Paul el que sufre más este aspecto de la adolescencia, visto como un pusilánime en comparación con Greg o Hugh (ambos parejas de Jay en algún momento de la película), hombres más grandes tanto física como metafóricamente, representado en la obsesión de ambos con glorificar sus coches. Pero son la búsqueda y posterior negación de esa madurez en lo que se centra este maravilloso filme.

Desde el comienzo de la película, los personajes acosados por la entidad se encuadran como aislados de sus compañeros, pero sobre todo de sus padres. Los personajes que representan la autoridad parental (padres, policías y profesores) son relegados a los márgenes de la historia, posicionados en el fondo de los planos, solo vistos en planos generales, parcialmente visibles, o incluso fuera de foco, para acentuar la falta de preocupación de los adultos por la joven generación, e incapaces de ayudarles o incluso llegar a comprender sus problemas: Jay es acosada por una entidad que solo es visible desde su mirada. Los jóvenes de It Follows representan a una generación sobre la que se ciernen tiempos oscuros: la desaparición de la clase media, el clima cambiante a un ritmo vertiginoso, la desigualdad de ingresos y (para los jóvenes estadounidenses en concreto) un sistema universitario que obliga a endeudarse para poder estudiar y entrar en el mercado laboral… Todos estos son problemas heredados de los baby boomers, la generación de sus padres.

La estética del filme remite sin lugar a dudas al género slasher (proveniente de los setenta y los ochenta, cuya audiencia eran los adolescentes baby boomers) y el diseño de producción en interiores es deliberadamente anticuado, atrapando a Jay y sus compañeros, a la generación millennial, en un tiempo que no es el suyo. Los personajes se pasean por un Detroit en el que se encuentran con casas suburbanas abandonadas y en plena decadencia, un resultado directo del derrumbe de la clase media y el reventón de la burbuja inmobiliaria en el 2006, y los coches que conducen los millennials de It Follows o bien pertenecen a sus padres, o bien son viejos. Las casas de los protagonistas de los slasher, destruidas y abandonadas, y los muscle cars y descapotables sustituidos por viejas carracas familiares: como si los símbolos de riqueza y poder de los baby boomers ya no fueran accesibles para la generación millennial.

Pero, además de inaccesibles, ya no forman parte del deseo de la nueva generación. Esto queda patente en la conversación poscoital que Jay mantiene con Hugh, en la que ella cuenta que cuando era pequeña soñaba con conducir un coche sin rumbo: para ella no es tan importante la propiedad del objeto como la libertad que otorga, una libertad que Jay no tiene por su falta de recursos y por las constricciones de sus padres. Esto también está representado en las acciones de los personajes perseguidos por la entidad. Tanto Jay como la chica que vemos en el prólogo no pueden llegar más lejos que a una casa de campo o a la playa (evocando una vez más la experiencia de la vida en los suburbios retratada por el cine estadounidense de los setenta y los ochenta), y a través tanto del diálogo como de la puesta en escena, varios personajes expresan una voluntad de volver al estado de inocencia y libertad que les otorgaba la infancia. Se encuentra, pues, la generación millennial atrapada en un estatismo perpetuo, igual que Jay en su piscina, mirando al cielo queriendo estar en otro lugar; reflejada en la gran piscina del instituto en la que acontece el enfrentamiento climático de la película, en la que la entidad (manifestada en la forma de su padre) lanza a Jay objetos que se relacionan con el consumismo y el forzado sometimiento femenino. Y es aquí donde aparece con más fuerza el mensaje de It Follows: la entidad puede ser vista como una encarnación amorfa de los problemas y las inseguridades pasadas de una generación a la siguiente, puesto que los obstáculos sin resolver de los padres se convierten en cargas para hijos mal preparados.

La película termina con Jay incapaz de vencer o destruir la amenaza: lo único que puede hacer es compartirla y encontrar fuerza en los demás compañeros de generación. It Follows sugiere que la generación millennial no puede mantenerse estática y dócil ante el mundo a su alrededor, o seguirá perdida siguiendo los pasos y los errores de las generaciones pasadas, destinada a criar una nueva generación que seguirá sin ser mucho más que un efecto secundario del sexo sin protección.

Por último, nos gustaría comentar una obra bastante polarizante que también lleva en su ADN la voluntad de hablar sobre nuestra sociedad: The Neon Demon, la última película de Nicolas Winding Refn, que sigue a Jesse por Los Ángeles en su camino para convertirse en modelo. Habitando fuera del circuito comercial, The Neon Demon es lenta, pretenciosa y confusa, pero como experiencia de terror es tan ambiciosa, inquietante y, por encima de todo, absolutamente preciosa que es casi imposible separar los ojos de la pantalla. En ella, Refn explora la mercantilización de la belleza de nuestro tiempo, cómo la especie humana ha convertido en producto de consumo las caras bonitas, y cómo esto afecta a los valores de nuestra sociedad, reflejado en la frase que uno de los personajes le suelta a Jesse: «La belleza no lo es todo: es lo único». La película nos retrata un mundo de personajes ensimismados, incapaces de conectar entre ellos, aislados en este mundo que quiere todo lo que es bonito y reluciente. Refn se mantiene fiel a su estilo autoconsciente pese al fracaso de su anterior película, Solo Dios perdona, y consigue crear una de las obras más intrigantes y entretenidas de 2016.

Este año aún queda por estrenar la nueva versión de Halloween (dirigida por David Gordon Green), y las primeras impresiones de Suspiria, el remake del clásico de Dario Argento, han alabado el gran trabajo de Luca Guadagnino, que parece dispuesto a maravillar a las audiencias. También nos llegarán más pronto que tarde (en algún momento del año que viene) la segunda parte de It y The Lighthouse, una nueva película de Robert Eggers. El cine de terror está en un magnífico estado de forma. Y que siga así durante muchos años.

Pol Llongueras

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