El Palomitrón

Tu espacio de cine y series españolas

Crítica de la segunda temporada de That Time I Got Reincarnated as a Slime
ANIME / MANGA CRÍTICAS REDACTORES

LA SEGUNDA TEMPORADA DE THAT TIME I GOT REINCARNATED AS A SLIME ME TRANSMITE CALMA

Afrontar una temporada en la que se dan cita That Time I Got Reincarnated as a Slime y So I’m a Spider, So What? es increíblemente difícil. Seguramente es lo último en lo que puedas pensar al hablar, precisamente, de isekai, pero también los considero dos de los puntos más remarcables que ha tenido por buena fe ofrecernos el género durante los últimos años — no nos olvidemos, por supuesto, de My Next Life as a Villainess: All Routes Lead to Doom! o Ascendance of a Bookworm.

Y es que si todas estas obras tienen algo en común es una capacidad intrínseca de cambiar, de poner un pie en terreno desconocido para abandonar lo común e instigar esa necesidad de abrazar la originalidad. ¿De qué nos sirve seguir explorando un camino que ya conocemos sobremanera?

El caso es que, como decía, es una temporada difícil. Porque si Re:Zero o Mushoku Tensei también ocupan espacios en la parrilla para plantear la representación del marginado en el marco del género —además de Urasekai Picnic, que también está haciendo sus propios cambios a través de su narrativaestas dos obras se plantan con todo su peso para mostrar esa versión distendida y envuelta en dulzura que, lo creamos o no, tanto necesita el género.

No todes reencarnamos en héroes

Podríamos hablar sobre como Slime es, al fin y al cabo, la antítesis del isekai. Una deconstrucción a medias que toma tanto parte de sus engranajes como rompe los muros que lo han contenido durante tanto tiempo. Pero, al mismo tiempo, la serie también se propone como algo más que ese cambio de conceptos y proposiciones. Tras toda esa parafernalia al final lo que queda es todo un remanso de paz.

Al fin y al cabo, si la reencarnación es una parte casi indivisible del género, la de Mikami no es una precisamente violenta. Tampoco dura. Solo es un oficinista treintañero que vive su vida de la mejor forma posible, dejando este mundo sin más reproche que los archivos ocultos de su ordenador privado. Y es ese detalle el que ofrece un trasfondo a la obra que le permite nacer de la dulzura y no de la resilencia. El hecho de que Rimuru sea un slime no es solo parte de una figura sarcástica, sino también representativo del hecho de su simplicidad y todo lo que ella conlleva.

No cuesta demasiado imaginar That Time I Got Reincarnated as a Slime en otro formato. La obra nos ha dado tensiones, dramas, combates y situaciones tan propias de la fantasía clásica como el hecho de enfrentarse a un ejército de orcos liderados por lo que suele considerarse como un “rey demonio”. Pero, con todo ello, su carácter es diferente. El foco no está puesto en como terminará la batalla; todos sabemos que ganará Rimuru. La verdadera atención la tiene, precisamente, el saber que esa victoria llevará a un nuevo estrato de paz y calma.

Un remanso de calma

La segunda temporada de la serie no empieza, precisamente, con la más interesante de sus propuestas. De hecho, lo más remarcable de sus primeras tomas es ver a su protagonista vestir ropas temáticas y demostrar sus raíces tras dar un discurso de cinco palabras. Pero, de nuevo, es ahí donde reside su mayor capacidad. No tanto en como le da la vuelta al género para proponer algo nuevo, sino en cómo consigue hacer de la fantasía algo amable y acogedor.

Por supuesto, también hay acción y la llegada de la delegación de Yuurazania es todo un subidón a la altura de lo ya visto en la serie pero es ese momento en el que Rimuru para un ataque capaz de destruir el bosque lo que aporta más a la escena. No porque se trate de un enfrentamiento, sino porque es resultado de uno de esos “calentones” tan absurdos que nos suele dejar el shonen. La demostración de fuerza está ahí, pero toma un nuevo valor que no sólo empodera a su protagonista, también tiene el poder de sacar alguna que otra sonrisa.

Al fin y al cabo, la idea de Rimuru está muy lejos de salvar el mundo, convertirse en el mejor de los guerreros o trazar una mística venganza contra un poder superior. E incluso contando con esos tres términos de por medio, su ideal no es otro que construir un reino que sirva de puente entre razas y culturas. Una utopía que deja de lado la violencia y la hace partícipe en su escenario solo para servir a un fin mayor, las tantas de las veces con cierta redención por en medio.

En solo tres capítulos That Time I Got Reincarnated as a Slime me ha hecho reír en más ocasiones de las que me gustaría reconocer. Desde las declaraciones de Benimaru hasta la escena de Shuna al final de su última aparición —pese a que parece que Japón sigue reticente a aceptar que el humor de “bar y compañía” sigue siendo sexista por mucho que tu protagonista sea un slime. Y no necesito más. Lo cierto es que la segunda temporada de That Time I Got Reincarnated as a Slime transmite paz y, en momentos tan duros y fríos como este, es todo lo que se le puede pedir a la obra. Que la ficción sea también un abrazo es un logro a apreciar

Casi a modo de posdata, es evidente que la serie se encamina a un nuevo arco marcado por otra de las jugadas de los reyes demonio. Es evidente, de nuevo, que la tensión ser partidaria de su desarrollo. Pero también hay que recordar que uno de sus personajes más poderosos hasta ahora es una chica que desafía cualquier precepto propio del género. Y esa dulzura es la que la engrandece, que su muestra de acción solo sean pequeñas ondas en una fantasía que brilla por su calma y no por su movimiento.

Banner inferior temporada anime invierno 2021 - El Palomitrón

Óscar Martínez

¿Te gusta nuestro contenido? Apóyanos a través de este banner y ayúdanos a seguir creciendo.


Banner KoFi 2020 - El Palomitrón

¡No olvides dejar aquí tu comentario!

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.