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«TENGO UN AUDÍMETRO EN CASA»: HABLAMOS CON UNA USUARIA

7:55 de la mañana. Los despachos de cualquier cadena y productora el día posterior a un gran estreno televisivo son un hervidero de nervios, tensión, emoción y acongoje. Están a punto de conocerse los datos de audiencia proporcionados por Kantar, la empresa propietaria de los audímetros en España. La noche anterior, Sarah (nombre ficticio, pues los usuarios están obligados a no revelarse públicamente) se encuentra sentada frente al televisor con su familia, representando aproximadamente a unas 9000 personas y formando parte de ese grupo selecto de elegidos que deciden qué programas son exitosos y cuáles un fracaso. Es el poder que otorga tener un audímetro.

El halo de confidencialidad que rodea a este artilugio contribuye a alimentar la leyenda sobre su falta de eficacia o incluso su no existencia. Pero la verdad es que los aparatos existen, son aceptados tanto por los operadores televisivos como por los anunciantes y hemos conseguido contactar con esta usuaria para preguntarle cómo es vivir con un audímetro en casa.

Cómo funciona un audímetro

Audímetro - El Palomitrón
Imagen: LisÊckart / Flickr

El audímetro llega a tu vida como una enciclopedia en los 90 o un testigo de Jehová ayer, hoy y siempre. Sarah y su pareja se encontraron en el portal de su bloque de pisos a un comercial de Kantar buscando usuarios que cumplieran con un determinado perfil socioeconómico. Tras hacerles una serie de preguntas, les indicó que su unidad familiar cumplía los requisitos y les propuso instalarles el aparato en casa. Actualmente se calcula que puede haber en torno a los 4800 audímetros repartidos por toda España. «Nosotros cumplíamos el perfil por estar en ese momento en una situación económica determinada, pero la verdad es que no nos han pedido que les avisemos si esta situación se ve alterada. Lo único que tenemos que notificar a Kantar es un cambio de domicilio, la compra de un nuevo televisor o la suscripción a alguna plataforma de pago».

La empresa envía un técnico al hogar para realizar la instalación del audímetro, tras varias llamadas de verificación de datos e instrucciones de uso. «El funcionamiento del mando es muy sencillo. Tiene un botón con tu nombre, que tienes que pulsar si estás viendo la tele. Además, hay una serie de botones para registrar si tienes invitados en casa en los que tienes que indicar si son hombres o mujeres y en qué rango de edad se encuentran. Por lo demás, solo hay que notificar ausencias en el domicilio por vacaciones o porque alguien se vaya a vivir a otra parte». 

Cuando los usuarios encienden la televisión, marcan quién está presente en ese momento y el audímetro registra cualquier cambio de canal. Si alguien se incorpora a mitad de un visionado, lo vuelven a registrar con el mando del audímetro. 

«El regalo más caro es una pluma de Montblanc»

Kantar Media - El Palomitrón

Ya sabemos que las plataformas de streaming no facilitan datos de audiencia, pero Kantar sí registra su consumo: «Nos han llamado alguna vez desde que tenemos el audímetro para preguntarnos si todo iba bien tras varios días sin encender la tele o para instalarnos el audímetro en nuestros dispositivos móviles, algo que nos beneficia porque ganamos más puntos». 

La retribución que se les da a los usuarios es en especie. Por cada trimestre de registro, acumulan unos 7500 puntos que pueden canjear por regalos de un catálogo: «Nos van mandando sobres con el registro de puntos y los regalos disponibles en ese momento. Tú solicitas qué regalo quieres y te lo mandan por correo. Una sandwichera cuesta 9.400 puntos; un exprimidor, 10.100; una cafetera Nespresso ya son 33.800 puntos. Lo más caro es una pluma estilográfica de Montblanc, que vale 99.500 puntos». 

«He dejado de ver Telecinco»

Sálvame - El Palomitrón

Los usuarios no pueden tener el audímetro en casa durante toda la vida. Pasados unos cinco años, Kantar retira el aparato, que pasará a otro domicilio. Durante ese tiempo, sus registros son fundamentales para decidir qué programas son los más vistos por la audiencia y, por tanto, los más atractivos para los anunciantes. 

Tal responsabilidad hace que Sarah se lo piense dos veces antes de ver determinados contenidos: «Mi pareja estuvo calculando a qué porcentaje de la audiencia representábamos, y creemos que estamos en el cero y pico. Es verdad que yo antes por las tardes me ponía Sálvame, y ahora ya no lo hago (risas). Ya no veo Telecinco, porque como tengo el poder… Realmente no lo he sustituido por nada en concreto, simplemente veo menos la televisión». 

Sarah no consulta las audiencias diarias y cree que la fiabilidad de los resultados puede ser similar a la de cualquier estadística: «Hay gente que cree que cuando un programa alcanza los 7 millones de espectadores, realmente han sido 7 millones de personas quienes han enviado desde su televisor la señal a Kantar. Mi propia familia no sabía de la existencia de los audímetros. Sobre si es fiable o no… pues no deja de ser una encuesta, pero si a las televisiones y a los anunciantes les sirve, será por algo».

Y tanto que les sirve, al menos de momento. Está por ver la caducidad de este modelo de medición de audiencias con el progresivo trasvase de espectadores de la televisión en abierto al streaming. A modo de ejemplo: el pasado lunes la serie Brigada Costa del Sol lideró el prime time con apenas 1.3 millones de espectadores. Ese mismo día, HBO España colgaba un nuevo episodio de Big little lies, y solo tres días antes Netflix añadía a su católogo la temporada completa de El caso Alcasser. ¿Cuántos espectadores eligieron esas dos opciones para entretenerse la noche del lunes? Pregunta que los audímetros no alcanzan a responder. 

Fon López

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He crecido viendo a Pamela Anderson correr a cámara lenta por la arena de California, a una Carmen Maura transexual pidiendo que le rieguen en mitad de la calle, a Raquel Meroño haciendo de adolescente con 30 años, a Divine comiendo excrementos y a las gemelas Olsen como icono de adorabilidad. Mezcla este combo de referencias culturales en una coctelera y te harás una idea de por qué estoy aquí. O todo lo contrario.