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EL SER O NO SER DE VANITAS NO CARTE

Las presentaciones en un medio como el anime lo son todo. Con parrillas trimestrales repletas de nuevas candidatas y con una exponencial carrera para lograr nuevos hitos en la corriente del sakuga, la animación japonesa se ha convertido en una competición constante donde las conclusiones, las tantas de las veces, se esclarecen al principio y no siempre al final.

Vanitas no Carte no ha sido una excepción. Con una carta de presentación bañada en oro: la firma de Jun Mochizuki, la adaptación de BONES con Tomoyuki Itamura a la cabeza y el broche final con la mítica Yuki Kajiura al cargo de su banda sonora, sus primeros segundos de metraje eran, si más no, una explosiva muestra de algunos de los momentos más intensos que viviríamos en sus primeros capítulos. Eso es lo que todes esperábamos, ¿no?

¿Y si nos lo tomamos con calma?

Con los deberes hechos y la espectacularidad de sus primeros vistazos a sus espaldas, el estudio firmaba una total declaración de intenciones y nos regalaba una de las mejores direcciones que hemos encontrado en una obertura —en un opening— durante los últimos años.

Y es que si Jujutsu Kaisen hacía lo propio derrochando estilo y fuerza y la última temporada de Shingeki no Kyojin conseguía hacer del simbolismo una bandera propia, Vanitas no carte dibuja la sencillez y la plasma a la perfección entre compases que distan mucho de lo que podríamos esperar de una serie de su calibre.

No solo no hay spoilers, tampoco hay escenas de acción. Ni presentación de personajes. Ni siquiera tenemos una puesta en escena que adelante parte de la complicidad de la serie. No hay nada de eso. Solo Noé y Vanitas, el núcleo narrativo de la obra, mostrando el lado más tierno y original de la serie con una apuesta tan arriesgada como original.

Natural, pero lo justo

El hecho (atípico) de que una obra como Vanitas no Carte se atreva con una introducción que abraza el slice of life dejando de lado su potencial como obra de acción dice mucho, no solo de la misma, sino también de las personas al cargo de su producción y su relación directa con el producto con el que trabajan. Saben que los vínculos entre Vanitas y Noé son, al fin y al cabo, el verdadero potencial de la obra y no como la misma trabaja con su mundo.

Y es así también en su entrega original. Los apuntes de Vanitas —tal y como ha sido licenciada en nuestro mercado— es un estudio de personajes antes que la ficción steampunk vampírica que tiene por disfraz. Con una construcción apasionante en muchos de sus frentes, sin olvidar que Mochizuki tiene un talento innegable que va más allá del arte, es en sus personajes donde la obra brilla con toda su fuerza. En cómo se relacionan, en cómo evolucionan de la mano y en, sin restarle importancia a todo lo demás, en cómo su torpeza emocional se inmiscuye en todos los arcos de la obra para darle forma y color.

Vanitas no Carte es la historia de Noé y Vanitas. De un vampiro y un humano rompiendo los muros que separan a ambas especies y trabajando en conjunto con un fin común dejando que sus diferencias se expongan siempre por delante de ellos y afrontándolas como uno de los conceptos más arraigados en la obra. Un juego que, si bien no destaca por su originalidad, desde luego lo hace por su naturalidad. O, al menos, esa es su pretensión.

Y es que la forma en la que las relaciones protagonizan y no conjuntan el guion de Mochizuki es, a su vez, su propia maldición. Si bien la relación entre sus dos protagonistas rompe con muchos de los pretextos de su género y su conexión con las demografías japonesas, también acaba por provocar incendios que la propia serie tarda poco en apagar. Algo que se hace notar cuando tensión romántica que surge una y otra vez entre sus protagonistas brilla, precisamente, por su capacidad para convertirse únicamente en carne de fanfic.

Las relaciones lo son todo

Si la relación entre sus protagonistas es el puente principal de la obra, también lo resulta la forma en la que se relacionan con su mundo y el resto de personajes. Domi no tarda en tener presencia en la misma y Jeanne es y será un personaje clave en la evolución de la misma. El propio Roland sirve de apoyo narrativo para Noé y su particular forma de buscar una justicia azucarada a todo cuanto vive y, a falta de la presentación de nuevos actores y actrices clave que están por llegar, tenemos pequeñas piezas del pasado de ambos que establecen nuevos puntos en este rompecabezas.

Es, precisamente, la gestión de esas relaciones lo que acaba desembocando en la principal. La tensión entre Vanitas y Noé no se limita a lo sexual, sino a lo emocional y romántico. Vanitas rechaza todo cuanto entra en su alcance y busca constantemente la desgracia como excusa para seguir culpando al mundo de su tragedia personal, mientras que Noé resulta ser la única persona capaz de romper con su círculo y adentrarse en su psique con una intención reparadora.

Más allá del evidente queerbaiting que la serie esgrime en muchas de sus escenas —en sus miradas, en sus contradicciones, en sus discusiones…—, la conexión se hace notar en tantos de estos mismos fragmentos. Su complicidad nace de cómo, cada uno de ellos, gestiona sus propias emociones. De cómo ambos viven al borde del mundo, sin comprender ni ser comprendidos, pero comprendiéndose mutuamente. Aprendiendo juntos a seguir avanzando, tropezando y pelándose por el camino.

Es algo que se nota incluso más de forma inversa. En los momentos que la serie fuerza entre Vanitas y Jeanne, en como resulta un producto de la compasión y la desesperación de ella y no en la complicidad de ambos. En como Noé y Domi se encuentran unides por un lazo indivisible que no tiene que ver con la atracción, sino con la ternura propia de la infancia y la conexión de compartir una pérdida irreparable. Algo que, por otro lado, también parece tener fuerza entre Jeanne y Domi, el otro lado de la misma moneda. 

Y también son pérdidas lo que unen a Noé y Vanitas. Y desesperación. También compasión. Pero las tonalidades dentro y fuera de su relación van del rojo intenso al blanco neutro.

Inclusividad sí, pero para mañana

Vanitas no Carte no es una obra romántica per se. La relación entre Vanitas y Noé podría existir de forma paralela a sus intereses amorosos fuera de la misma, desde luego. Y habrá quien no encuentre este mismo potencial entre ambos. Pero, pregunto, ¿sería lo mismo si la relación se diera entre personajes de géneros opuestos?

El medio siempre ha dejado claro sus pretensiones. Y cuando la inclusividad tiene más de fetiche que de inclusividad, deja de ser inclusiva. Hay quien destierra la relación entre sus protagonistas —o la pretensión de la misma— al terreno del BL. Pero el hecho de que necesitemos establecer un género completamente alternativo para la existencia de relaciones homosexuales (especialmente de aquellas que no van dirigidas a un target masculino) dice mucho del medio y su supuesta evolución

Vanitas no Carte y sus relaciones existen de forma paralela a través de un hilo extremadamente fino que juega con su público a modo de marketing en un momento donde la inclusividad comienza a marcar la orden del día. Una apuesta que marca desde la forma en la que su mundo queda en segundo plano hasta la forma en la que su opening decide representar de forma exclusiva la relación entre sus protagonistas.

El ser o no ser de la serie lleva años siendo su factor principal. Uno que, ahora, se ha acrecentado a través de su anime y la apertura a nuevos públicos. Un tira y afloja constante que, lejos de tomar forma, sigue bailando sin parar, sin que parezca demasiado claro cuando va a terminar la canción. Si la representación se ha quedado en casa, quizás la sinceridad debería tener una mayor presencia.

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Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.