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¿QUIÉN PIENSA EN EL ESPECTADOR DE PROVINCIAS?

Me encantaría haber vivido el estreno en cines de El crepúsculo de los dioses, aunque probablemente hoy estaría muerto. Hay mucho espectador que venera ¿Qué fue de Baby Jane? y se enamoró de ella viéndola en una televisión analógica. Si una filmoteca o festival la recupera en pantalla grande irían de cabeza a verla, claro. Algunos tampoco disfrutamos Showgirls en el cine porque éramos menores de edad y la devorábamos meses después y a escondidas de nuestros padres, pasada la medianoche en Telecinco, fascinados por todo lo que acontecía a nuestros ojos.  Esa misma tarde podríamos haber ido a una sala a ver Matilda, Romeo y Julieta o El club de las primeras esposas.

El anuncio de Warner de simultanear todos sus grandes estrenos de cine en salas y su plataforma HBO Max en 2021 ha reabierto el debate sobre la supervivencia de los cines y qué respuesta deberían dar estos ante la pérdida de exclusividad en la primera exhibición. Sobre esto hay mucho escrito durante los últimos días, solo hay que bucear por los perfiles de periodistas culturales en redes sociales. Pero si se deben plantar o no las salas o si Cannes debe admitir películas de Netflix que no pasen por cines es una cuestión secundaria para quienes la «experiencia cinematográfica» les ha sido arrebatada mucho tiempo atrás.

Según un censo publicado por la AIMC meses antes de la pandemia, casi un 25% de los cines habían cerrado en las últimas dos décadas. Antes de la crisis provocada por el COVID-19, solo un 63% de la población vivía en un municipio con al menos una sala de cine. Eso quiere decir que al menos 4 de cada 10 españoles no tendrían fácil acceso al estreno de Adú, por citar el último título taquillero de nuestro cine antes de que todo cambiara.

Desde muy joven he vivido la gala de los Goya como un acontecimiento supongo que comparable a la final de una Champions League para un futbolero o la final del Falla para un carnavalero. Lamentablemente, tenía que disfrutar la experiencia a medias: por una parte, no tenía acceso a la mayoría de películas nominadas porque no se habían estrenado en mi ciudad (Jaén, capital de provincia y superando de largo los 100.000 habitantes). Por otro lado, durante varios años asistía atónito a los discursos de Enrique González Macho, presidente desde 2011 hasta 2015, en los que demonizaba el consumo audiovisual en internet por no ser aún una vía de explotación comercial (sin explicar por culpa de quiénes).

Yo, probablemente con el eMule echando humo en sus primeros tiempos de presidencia, no daba crédito porque a) no tenía forma legal para visualizar muchas de las series y películas que me apasionaban mientras desde el cine y la prensa me llamaban delincuente y b) era consciente, tras pasar horas y horas buscando, de que las películas nominadas (y ya no digamos otras mucho más minoritarias) no estaban disponibles en ninguna web pirata. Nada fue más efectivo para que desinstalase ese programa que la llegada de las plataformas de streaming. Netflix aterrizó en España en octubre de 2015. Filmin nació en 2007.

 

Cómo y cuándo veo las películas y quién me las cuenta

Ahora que hemos recibido a los americanos con alegría y ya dominan el consumo doméstico, se nos ponen estupendos y quieren saltarse los tres meses obligatorios de exhibición en cines antes de pasar a las plataformas. «Y a mí qué», se preguntará el que lleva quince años sin cine en su pueblo. Ese 40% de población que no tiene acceso directo a una sala sí que usa redes sociales, lee prensa especializada en digital y quiere formar parte de esa conversación global, que nace en las grandes ciudades pero a la que ya nos podemos sumar todos/as, mientras esta se produce y no tres meses después. Las grandes exhibidoras han mostrado poco interés por aquello que no pase en siete u ocho grandes capitales, no solo cerrando salas que no han sabido o podido rentabilizar sino dejando agonizar muchas de las que siguen abiertas con una inversión nula. 

Eso choca directamente con las líneas rojas que cada espectador/a se marque para rechazar un pase en salas, si es que tiene acceso a ellas: la mía es el doblaje, la de otra persona será la calidad del sonido y para otra el tamaño de la pantalla. Si en mi casa de Torredelcampo tengo posibilidad de ver una película en una buena pantalla, con un sonido más que aceptable y en VOSE mientras que desde empresas e instituciones no se ha invertido para yo pueda disfrutar en una sala de cine de todo eso, ¿tienen que esperarse Disney o Warner tres meses para incorporarla en sus plataformas sabiendo que pueden cubrir mis «necesidades» cuando otros no lo han hecho? 

Nosotros no vamos a saber más que los sectores afectados (se pueden ver sus opiniones recogidas en este estupendo artículo para Infolibre de Clara Morales) ni debatimos si esos estrenos simultáneos debieran estar incluidos en el precio de la suscripción, o incluso si esto mataría a las salas. Nada nos gustaría menos. ¿Pero no es ponerle puertas al campo que en pleno 2021 se acceda a los estrenos a destiempo, según vivas en una población con cine o no, habiendo tecnología que permite que no suceda? A no ser que sigamos instalados en el debate sobre qué es cine y qué no según dónde lo veamos. O a no ser que ni hayamos pensado en toda la gente que NO puede ir al cine desde antes de que llegaran las plataformas.

La centralidad en la exhibición va en paralelo a la centralidad en la información. El acceso a pases de prensa de estrenos cinematográficos se limita en muchas ocasiones a salas de Madrid y Barcelona. La información y crítica cinematográfica, si tienes suerte de que tu medio local las cubra, suelen venir escritas desde las grandes ciudades. Y del mismo modo que ya hemos interiorizado que no es igual la mirada de una mujer o una persona LGTBIQ+ en la lectura de un film, tampoco lo es contada desde el rural o el pequeño municipio. ¿Se va a acercar igual un crítico de Zamora a Meseta, el estupendo documental de Juan Palacios sobre la España vaciada, que un pixapins nacido en Barcelona? ¿Cuántos zamoranos han podido ver Meseta en una sala de cine? ¿Cuántos podrán ver Wonder Woman 1984?

Fon López

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He crecido viendo a Pamela Anderson correr a cámara lenta por la arena de California, a una Carmen Maura transexual pidiendo que le rieguen en mitad de la calle, a Raquel Meroño haciendo de adolescente con 30 años, a Divine comiendo excrementos y a las gemelas Olsen como icono de adorabilidad. Mezcla este combo de referencias culturales en una coctelera y te harás una idea de por qué estoy aquí. O todo lo contrario.