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EL ESQUELETO DE LA SEÑORA MORALES: HUMOR MACABRO

El esqueleto de la señora Morales goza de más popularidad en Estados Unidos que en España. Yo supe de su existencia leyendo el magnífico libro Películas que erizan la piel, de Vicente Muñoz Álvarez, una admirable guía de filmes raros, sombríos, a veces terroríficos y algunos muy difíciles de localizar; éste es el tercer título de su trilogía sobre el cine, que completan los dos primeros: Cult movies. Películas para llevarse al infierno y Cult movies. Películas para la penumbra. Pero tras su lectura, años atrás, no encontré ninguna copia del citado largometraje.

Un tiempo después leí TerrorVisión. Relatos que inspiraron el cine de horror moderno, una compilación preparada por Jesús Palacios para Valdemar que ningún fan de las historias de terror debería perderse: en esta antología Palacios incluyó el cuento escrito por Arthur Machen que sirve de base a esta película mexicana dirigida por Rogelio A. González en 1960: “El misterio de Islington”, a su vez inspirado en un crimen real. Del guión se encargó Luis Alcoriza, director, actor ocasional y guionista de ocho películas de Luis Buñuel: Él, Los olvidados y El ángel exterminador, entre otras.

Si mis informaciones son correctas, El esqueleto de la señora Morales apareció en enero de 2020 en blu ray, en una edición restaurada que nos permite disfrutar del blanco y negro de la película en toda su intensidad. Ya es más fácil localizarla, y también se encuentra disponible en FlixOlé.

Un entorno de velas, crucifijos, calaveras y estampitas

En apenas 85 minutos de metraje, sin ceder un segundo ni a los tiempos muertos ni a las escenas triviales, esta comedia negra y macabra nos cuenta la historia de un matrimonio en crisis, el de Pablo (Arturo de Córdova) y Gloria (Amparo Rivelles). El primero trabaja en casa como taxidermista, utilizando el sótano como almacén y laboratorio donde cobija sus herramientas, sus venenos, sus animales disecados, sus esqueletos y calaveras e incluso algunos animales vivos.

Al principio del filme vemos a Gloria, ama de casa con un fémur defectuoso y, por tanto, cojera perpetua, mientras confiesa a un sacerdote las maldades y escarnios a que la somete su marido. Nosotros, como espectadores, creeremos a Gloria porque es el primer personaje que aparece en la trama y nos conmueven su temor y sus hechuras de dama desvalida, y quizá porque también vivimos tiempos en los que concebimos que la parte villana de un matrimonio sólo puede proceder del hombre.

El anterior es el primer golpe de efecto del director, que ya nos ha contaminado gracias a la actuación de Amparo Rivelles: lo que estamos dispuestos a ver, a partir de entonces, es cómo Pablo ejerce la crueldad sobre su mujer. Pero cuando el taxidermista aparezca en escena, los espectadores iremos descubriendo, atónitos, que Pablo no es ese villano del que se decían ruindades. El giro es asombroso y pronto advertimos la inversión de papeles, pues el marido es sólo un pobre tipo, casi siempre infeliz y a ratos feliz, que disfruta comiendo filetes, disecando a sus animales y tomando algunas cañas en la taberna con los amigos… mientras la mujer es una especie de arpía, que tiene celos infundados de su sirvienta, que acusa a su marido de beodo, de infiel y de maltratador. Incluso cuando él la ve ligera de ropa y quiere ceder a su deseo, se olvida de las injurias y trata de seducirla, pero ella se niega. Quiere cortarle todo aquello que le hace feliz: el sexo conyugal, la carne asada, el cariño, los amigos, la cerveza… Como si fuese una dictadora doméstica obsesionada con impedir cualquier camino que conduzca al placer y a la felicidad.

Mitología y tensiones domésticas

Si nos ponemos mitológicos (es un decir), podríamos ver a Gloria como una Medusa: castradora, furiosa, víctima de una misión, que consiste en detener a su marido, convertirlo en piedra, petrificarlo. Y a Pablo como un Perseo venido a menos. Desde la primera imagen del filme (asociada al título, y en la que vemos a una familia nuclear de esqueletos), el espectador ya intuye cuál será el destino de esta diabólica mujer.  

Más allá de estas disputas domésticas, uno de los grandes aciertos de la película es combinar el humor negro con cierto toque tenebroso mediante la inclusión de planos donde predominan las tensiones, fruto de los asedios de Gloria en un escenario donde siempre vemos cruces y sombras, calaveras y despojos, cuernos y sierras. El plano de apertura es un prodigio de narrativa: nos enseña esos esqueletos, los animales disecados, el abono que vende el taxidermista y la placa donde figuran el oficio y el nombre del protagonista. Podríamos aventurar que aquí está resumido casi todo el largometraje porque cada elemento es esencial en la trama.

El segundo plano nos mostrará la iconografía religiosa a la que está sometida el otro personaje principal, Gloria: velas encendidas, crucifijos, vírgenes, estampitas… Y la confesión, donde compara a su marido con El Demonio, alguien que se burla de sus creencias y quiere emborracharla. El sacerdote, aunque indignado, le dice que debe sobrellevar esa cruz y ese sufrimiento con dignidad: ese papel de la mujer de antaño, destinada a sufrir sin quejarse, ha sido analizado en la reciente El último duelo, de Ridley Scott. Pero, donde en la película de éste la esposa es una víctima, en la de Alcoriza y González es una represora.

Poco antes de que se selle su destino, sabremos la procedencia de esa amargura de Gloria: proviene de su pierna defectuosa, cree que es un mal hereditario y por este motivo se negó a tener descendencia, dado que ella se ve a sí misma como una especie de monstruo, aunque no lo diga. Ella acepta lo que le toca: “El dolor lo da Dios, y sólo él lo quita”, afirma.

Todo ello va gestando una tensión doméstica como la que años después veremos en filmes como El extraño viaje o ¿Qué fue de Baby Jane? No olvidemos que El esqueleto de la señora Morales es anterior, por lo que podríamos considerarla precursora. Tres décadas más tarde, si nos fiamos de IMDb, Alcoriza reescribiría junto a Fernando Fernán Gómez una historia parecida que desembocó en el filme Siete mil días juntos.   

 

    

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