El Palomitrón

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EL EXTRAÑO VIAJE: “UNA HISTORIA DE TERROR ENTRE PALETOS”

Hay unas cuantas películas españolas con un denominador común: su naturaleza es extraña e inclasificable, contienen algún ingrediente anómalo o próximo al terror o al fantástico, más o menos pincharon en taquilla en el momento de su estreno, se convirtieron en malditas y, poco a poco, adquirieron el rango de culto. Títulos míticos que cualquier adicto al cine (no sólo al español, sino al cine en general) incorporaría a su canon de joyas. Entre esas rarezas, que uno puede revisar varias veces para descubrir sus múltiples capas y significados ocultos, podríamos citar Arrebato (Iván Zulueta, 1979), Morbo (Gonzalo Suárez, 1972), ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976), Amanece, que no es poco (José Luis Cuerda, 1989), Pánico en el Transiberiano (Eugenio Martín, 1972) o El extraño viaje (Fernando Fernán Gómez, 1964), por mencionar algunos ejemplos.

La primera vez

El pasado 22 de octubre se reestrenó en cines españoles la última de las citadas: El extraño viaje. Un filme que expertos, cineastas y cinéfilos se han ido recomendado durante años, y que unos han visto en salas, otros en cineclubs y filmotecas, algunos en proyecciones privadas y la mayoría en pases de televisión. Éste último fue mi caso. No recuerdo exactamente la fecha, pero sí sé que me deslumbró. Que no me la esperaba así. Como le sucedió a Luis Alegre: lo cuenta en el epílogo del “guión literario” escrito por Pedro Beltrán y publicado en 2011, del que me ocuparé más tarde.

Uno entra en ella por la puerta de la comedia rural y sale por la puerta de la tragedia criminal. Esto es asombroso, al menos en el cine ibérico de la época. Uno aborda El extraño viaje con ciertas expectativas, porque se lo han dicho o porque lo ha leído, y éstas, como en el caso de Arrebato, son superadas con creces a medida que transcurren los minutos y siente el gozo y la fascinación, la certidumbre de estar ante algo distinto.

No se trata sólo de la hábil mezcla de dos anécdotas criminales reales en una misma historia aderezada con toques cómicos, que Luis García Berlanga resolvió en la ficción (nos referimos al Crimen de Mazarrón y a otro caso en el que se involucraba una tinaja de vino), sino de los detalles sombríos e insólitos para los años 60 en España: las habitaciones de la casa de los tres hermanos, dignas de un cuento de Edgar Allan Poe; el tratamiento grotesco del filme, al que alude Daniel María en su libro sobre el rodaje; el rol de Tota Alba, que podríamos emparentar con la silueta represora del franquismo; la figura en sombras que será clave en la trama, pero que aquí no vamos a desvelar; el tono seco, sórdido, previo a las Historias para no dormir de Ibáñez Serrador; y la contraposición que ejercen los secundarios en esas tramas siniestras (los ancianos y sus mujeres, que conforman una especie de coro griego cuyo humor proviene en parte de las obras de Carlos Arniches o Enrique Jardiel Poncela).

En esta historia casi nadie es lo que parece. La mayoría de sus personajes nos revelan algo inesperado, sea una conducta, una mentira o un arrebato. Nos sorprenden y nos descolocan, y éste es uno de los aciertos del largometraje. Fernán Gómez lo definió como “una historia de terror entre paletos”.    

Equilibrio de contrastes

El extraño viaje nos muestra un pueblo característico de la España negra, repleto de discordancias, de mentiras y de dobles caras.

Por un lado los vecinos que vemos en las calles, pegando la hebra y observando el panorama con ojos que acechan y vigilan: los hombres viejos con boina y cacha que requiebran a las mozas y especulan sobre forasteros y misántropos; las señoras que miran con censura y repugnancia a Angelines (Sara Lezana), la joven que baila el twist con un toque erótico impropio en una aldea española de los 60; la dueña de la mercería (María Luisa Ponte) que se une a esas condenas y se escandaliza por cualquier conducta fuera de tono.

Por el otro los hermanos Vidal, que habitan una casona y apenas se relacionan con nadie, interpretados por Tota Alba, Jesús Franco y Rafaela Aparicio: la primera es una tirana que gobierna la vivienda con mano de hierro; los segundos encarnan a adultos infantilizados: no han sabido crecer, son incapaces de madurar.

En medio, la relación de uno de los músicos, Fernando (Carlos Larrañaga), con la dependienta de la mercería, Beatriz (Lina Canalejas): un noviazgo que, a priori, parece lo más saludable o normal de la película.

Hay un contraste entre el humor negro que se desprende de cuanto dicen los personajes secundarios del coro (hombres: en su mayoría zafios y babosos; y mujeres: cotillas y conservadoras) y el ambiente interior de la casona (tétrico, opresivo, casi siempre mostrado de noche, entre oscuridades y ruido de tormentas). Entre el personaje de Doña Ignacia (Tota Alba) por el día y por la noche, donde se suelta el pelo literalmente para dar rienda a sus instintos. Entre el músico que presta cara de seductor a su novia y de embustero a sus amigos. Entre Beatriz, que sólo quiere casarse y “otorgarse”, y Angelines, que anhela la libertad que podría conseguir si saliera de ese pueblo donde una falda o un baile atrevido suponen una provocación.

El filme equilibra de manera maestra esas oposiciones. Lo que empieza siendo una comedia de costumbres, con los señores de boina tomando chatos y comentando la jugada y los jóvenes echándose un baile al cuerpo, poco a poco va convirtiéndose en una cinta de suspense con leves toques de terror que deriva hacia el género criminal, muy trufada de expresiones del habla popular de entonces: “Tengo un comecome y un regomello…”, “¿Rompemos un cántaro?”, “¿Y tú de quién eres, guapo?”, etc.  

Otro de sus méritos es retratar la España franquista mediante dos conflictos: el ansia de libertad (representada aquí por el fetichismo, la sensualidad del twist, el travestismo y los instintos nocturnos) y el aire represor y enfermizo (simbolizado por los ancianos, la hermana mayor y el qué dirán). En ambos bandos juega Doña Ignacia, ya que de día es una dictadora vestida de negro que guarda los dulces y los licores en el armario y, de noche, fuma con una larga boquilla, se viste con lencería fina y da rienda suelta a sus perversiones. Doña Ignacia es una mezcla de loba y reprimida, de Bernarda Alba y Cruella De Vil, de Drácula y Lady Tremaine (la madrastra de Cenicienta). Un personaje inmenso que contrasta con la pareja de tontos de sus hermanos.     

Daniel María, Pedro Beltrán y La Página Ediciones

Hace exactamente 10 años, en La Página Ediciones publicaron dos libros que complementan la película: El extraño viaje, de Pedro Beltrán, es decir, el “guión literario”; y El caso de la película imposible: El extraño viaje, de Daniel María, un volumen que analiza la obra, el rodaje, los preparativos previos y otras circunstancias siempre interesantes y provechosas.

A mí me los enviaron los editores porque, en aquel tiempo, desde las editoriales me bombardeaban con un exceso de novedades a las que no pude atender como hubiera querido. El asunto es que aparqué las lecturas, las dejé “para otro día”. Y el reestreno del título mítico de Fernán Gómez, además de los fastos del centenario de su nacimiento, me han empujado a buscarlos en mi biblioteca y, por fin, leerlos: con ganas, ahora sí. Podría parecer que es tarde. Pero nunca es tarde si la lectura en cuestión nos satisface y podemos sacarle partido.

El libro de Pedro Beltrán, en edición de Daniel María, incluye tres textos esclarecedores escritos por Luis García Berlanga, Manuel Ruiz-Castillo y Luis Alegre. El guión original se novelizó para facilitarle el camino comercial, pero respetando diálogos y pautas. La idea fue propuesta por Berlanga durante una charla en el Café Gijón. Beltrán y Ruiz-Castillo escribieron juntos “el argumento cinematográfico original” (que se incluye completo en El caso de la película imposible), luego disolvieron la colaboración por discrepancias irreversibles y Beltrán escribió el guión en solitario. En sus páginas ya encontramos esos diálogos y esas réplicas maravillosas que se conservaron en el filme.

El libro de Daniel María incluye un material que es oro puro para los fans de El extraño viaje: su análisis es ejemplar, nos introduce en detalles y en anécdotas que se escapan en un primer visionado de la película, nos cuenta el origen, el rodaje y la repercusión posterior (el filme fue “secuestrado” o “silenciado” y tardaron cinco años en estrenarlo), sus influencias, el citado argumento original y unas cuantas entrevistas con parte del equipo: actores, actrices, técnicos.

Ambos volúmenes, hoy imposibles de encontrar en las librerías y en los rastreos de internet, deberían reeditarse ya mismo. Que haya caído sobre ellos cierto olvido, o cierto malditismo, es sólo otro episodio más en torno a una película que, pese al culto y a su fama, continúa siendo esquiva: que sólo se editara en DVD en una colección de kiosco del diario El País es un síntoma de cómo en España se maltratan algunos de nuestros mejores tesoros. Mientras escribo esto, no obstante, leo que en 2022 se comercializará, por fin, en formato Blu-ray.   

José Ángel Barrueco

 

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