RE:ZERO, EL MIEDO A LA SOLEDAD SOBRE LA VIOLENCIA
Re:Zero es una obra con la que siempre he conectado a niveles personales. Por supuesto, esa es, en gran parte, la idea prominente en su género. El convertir a su personaje en avatar, vestirle con las mejores galas y pretender que sirva como forma de escapar a la realidad. Pero la obra de Tappei Nagatsuki no sigue esos conceptos. Lo suyo es un giro retorcido y cruel que casi lo plantea antes en la idea del “anti-isekai”.
Conectar con Re:Zero supone conectar con ese avatar. Y, a su vez, conectar con ese avatar supone abrirse en canal y remover en la consciencia personal, sacando a relucir todo aquello que, con suerte, deberíamos haber dejado atrás. Más allá de la personalidad de Subaru y todo lo que ella refleja —de eso ya hemos hablado antes—, es la asfixia que supone reconocer esos ideales. La ansiedad, el miedo, la desesperación. Porque si la violencia forma parte del terror que acomete la obra, no es tanto la misma sino la representación de su miedo la que la identifica y caracteriza como algo único en el medio.
Miedo y soledad, el eje de su narrativa
La llegada de la segunda temporada de Re:Zero se entendía como una panacea. Su primera parte había destrozado a Subaru hasta el punto de romper su mente en pedazos. Hasta el punto de convertirlo en meme, de suponer una imagen terrible con la que nadie querría verse identificado. Todo para, poco después, llevarlo a su propia redención. Un entendimiento humano, que cala todavía más en ese factor identificativo que desprende Nagatsuki a lo largo de toda su narrativa. Nos quedaba mucho por ver.
Y es que el dolor de Subaru, sus propias aflicciones internas y su problemática personalidad tenían una razón de ser. El momento en el que el personaje dejaba de definirse como un meme, sino como un fragmento de espejo, marcaba la obra. La marcaba dejando tras de sí nuevas ideas y también nuevas convicciones. Porque Re:Zero hablaba, al final, de lo que significa sentirse amado. De lo que significa amar.
¿Y qué es lo más terrible que puede suceder cuando reconoces estos sentimientos? Privarte de ellos. Volver a la congoja, al miedo, al terror que supone la soledad. Y es ahí donde reside el núcleo de una vorágine de violencia y crueldad sobre la que ha girado la segunda temporada de Re:Zero. Una que expone la evolución de Subaru pero que la aplaca mostrando su lado más perverso. El verse solo, imponente, aislado emocionalmente.
Hay mucho de qué hablar y poco espacio para ello, pero bajo las líneas de Re:Zero se entiende cierto mensaje de Nagatsuki. El encuentro espiritual de Subaru con sus padres, el reconocimiento de toda esa desesperación que se había anclado en sí mismo y la puerta de escape que suponía su fraternidad es una de las escenas más importantes que he vivido a lo largo del anime. Por supuesto, la forma de llegar a cada persona varía, pero en mi caso arroja ciertas sombras. El miedo a volver a clase, las faltas, un mundo que cada día se hace más pequeño. ¿Y que llega con eso? La soledad, el miedo y la incapacidad última para relacionarse.
La forma en la que el autor juega con ello es doloroso. No creo que pretenda otra cosa. Ese es el juego de la obra, el dar un abrazo para luego golpearte en la cara. No pretende ser tierna, no pretende acogerte, simplemente mostrarte —como hace con Subaru— la realidad e impulsarte a superarla. Porque lo contrario, el quedar encerrado entre esas cuatro paredes, solo puede llevar a más y más soledad. Hasta que algún día no quede nada más.
No es una novedad y es que el autor tiene cierta predisposición a abocar a sus personajes al exilio emocional. Emilia, en The Frozen Bond, muestra su propio infierno. Beatrice lleva más de 400 años esperando a que alguien se apiade de ella, perdiendo la esperanza incluso de encontrar un final a su existencia. Rem crece bajo la sombra de Ram y los sentimientos que provocaron su pérdida. Incluso a lo largo de esta segunda temporada encontramos a Felix roto ante el olvido de Crusch .
En el caso de Subaru ese sentimiento se refleja en Rem. Porque si llegar a un mundo nuevo completamente solo es duro, lo es mucho más vivir en un mundo con el que ya estás familiarizado sabiendo que todo tu apoyo se ha perdido. Escapando entre tus manos, sin oportunidad para salvarlo. Ni siquiera a través de la tendencia suicida a la que nos había acostumbrado la obra. Una tendencia de la que tenía que deshacerse.
Buscando la salvación en la muerte
Si la soledad y el miedo son el eje de Re:Zero, la muerte es el hilo conductor. El principio y el fin, hasta el punto de convertirse en una mera herramienta. La serie llega hasta a un punto peligroso, casi de no retorno, en la que la muerte se convierte en un simple «Game Over». La desesperación llega a tal punto que la obra consigue resumirse en una vorágine de locura y muerte donde la violencia lo acapara todo y parece adueñarse del discurso.
Un recurso, sin duda complejo, y que no pretende convertirse en protagonista, sino en compañero de ese terror psicológico que forma la mitad de la serie. Es a través de la muerte como Subaru consigue hacer un mapa de todas sus posibilidades: la mansión, el santuario, la prueba… todas y cada una de sus opciones le llevan a un nuevo final. Cada uno más sádico que el anterior. Un obsceno entramado que no contempla más que, como en el caso anterior, llevar la idea del avatar a un nuevo nivel que tan solo la fantasía puede permitirse.
La crueldad de Re:Zero es sumamente exponencial. La soledad de Subaru solo se rompe una vez en toda la segunda temporada. En una de esas secuencias descorazonadoras en las que la obra envuelve todo sentimiento, con Subaru repitiendo una y otra vez que puede regresar de la muerte ante Echidna. Un juego malévolo y perverso que consigue, al fin y al cabo, convertirla en la única posibilidad. Su salvadora. Incluso existe esa referencia al octavo capítulo de la primera emisión, en la que Emilia cuidaba de él. Todo, por supuesto, para llegar a un nuevo final. El del contrato.
Echidna se presenta como una sociópata, incapaz de comprender ni ser comprendida, mucho menos de forjar un pacto que vaya más allá de una transacción. Su forma de capitalizar las relaciones se convierte en el juego de la bruja que se extiende a lo largo de toda la obra y fomenta el aislamiento de Subaru. Incapaz de confiar en nadie, sabiendo que alguien debe traicionarlo. Viendo sombras en cada esquina y perdiendo todo cuanto tiene una y otra vez, la única ventana que se abre ante él resulta ser otro dead end. Uno, sin embargo, sincero. Uno que se presenta —con un espectacular monólogo de casi dos minutos firmado por Maaya Sakamoto— como la única solución a su camino.
Uno que se escribe a lo largo de todos y cada uno de los capítulos que presenta la serie. Se apoya en su dolor y lo hunde todavía más. Hasta el punto de entender, tanto en la vista de Subaru como la de Echidna, a la muerte como salvación. Hasta el punto de tocar la parte más oscura del ser humano. El punto de ser totalmente incapaz de valorar su propia vida. Así es como Nagatsuki —igual que otros autores, como Hideaki Anno o Kabi Nagata, cada uno a través de su particular estilo— habla y se enfoca en los confines más profundos de la depresión.
La determinación se esconde en la realidad
Es la reunión de las brujas la que desata el final de Re:Zero hasta ahora. Es el fin de un torrente de dolor que lleva a suponer líneas de tiempo alternativas para cada una de las muertes del protagonista. Un arma de doble filo que habla de otra de sus particularidades, de su capacidad de infligir daño al infligírselo a sí mismo. Una versión retorcida del dilema del erizo en la que es la propia insistencia de Subaru a encerrarse y esconderse la que clava las púas de ese mismo sentimiento —el dolor, la soledad, la pérdida— en la piel del resto.
Al final, el conflicto personal de Re:Zero no es sino una apología a la vida misma. Porque todos cargamos con nuestra propia carga. Esos demonios internos que nos arrastran y ahogan en un mar de tormentos personales. Unos que no siempre podemos mostrar, por mucho que nos devoren desde dentro. Una maldición auto impuesta que aplacamos dejando atrás ese miedo —aunque para algunos sea más difícil que para otros—, relacionándonos, abriendo fronteras y encontrando apoyo en otras personas. Es la idea de la existencia conjunta la que nos mantiene en pie.
Y es, también, uno de los valores que Nagatsuki tan claramente forja a través de su terror psicológico. Un terror innato y que, seguramente, todos hemos padecido. Es la revelación de Subaru al darse cuenta de que las personas a las que aprecia también le aprecian a él. No es el resultado de tirar abajo las paredes y salir victorioso, sino de abrir la puerta poco a poco y avanzar despacio, entendiendo que su salvación no está en la muerte o el aislamiento sino en otros conceptos mucho más simples.
«Fuiste tú quien me salvaste y solo deseo eso para ti. Que puedas ser salvado. […] No cargues con todo tú solo».
El juicio de las brujas es una parte intrínseca y especialmente importante, partícipe de ello. El como todas y cada una de las siete representantes de los pecados capitales deciden una acción en su ayuda, bien sea respetando su decisión de morir o mostrándole un camino alternativo. Es un juego que se extiende más allá de las brujas y que reside en el entramado que dibuja de Nagatsuki, formando a través de su narrativa un mensaje de apoyo y ayuda. Casi como la luz que atraviesa una tormenta. Al final, todo lo que Subaru necesita es una voz que le ayude a entender que hay valor en la vida. En amar y sentirse amado.
El final de la segunda temporada (es decir, de su primer fragmento) de Re:Zero parte de la más simple de las reacciones. La de echar la vista hacia atrás, a lo que proponía en su inicio y luego observar el final. Ver a Natsuki en el suelo, a Otto con el puño levantado y entenderlo todo. Entender algo tan simple y tan absurdo como eso. Y, con todo, dudo que haya escenas con mayor capacidad de sacar una sonrisa. Ese es el nivel de Re:Zero y todo lo que su camino ha marcado hasta ahora. El cómo seguirá es una apuesta del futuro pero, hoy por hoy, su mensaje es tan importante como esa sonrisa.
Óscar Martínez
Bravo