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crítica de la segunda temporada de Re:Zero
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RE:ZERO, TRAS LOS DESIGNIOS DE LA BRUJA

En 2012 comencé a faltar a clase. Al principio era tan solo un rato —aún recuerdo como me creí capaz de superar la clase de necropsias de los lunes a media mañana— pero poco a poco fue yendo a más. Los lunes dejaron de existir y luego vinieron los miércoles. Y cuando quise darme cuenta no me sentía capaz de salir de mi habitación. Ahora echo la vista atrás y siento pena, quizás podría haber dado más, pero aún recuerdo la asfixia, el abismo bajo mis pies, el miedo y la soledad.

La cuestión es que siempre he odiado a Subaru. Incluso tras un enamoramiento inicial con Re:Zero le tendí la espalda a la serie. Me dije, en ese yo sin convicción que considero enterrado, que era producto del pensamiento generalizado. Pero algo, cierto sabor amargo, me dice que lo que realmente odiaba era, precisamente, la forma en la que Tappei Nagatsuki volvía a mostrarme esa faceta que tanto trabajo había costado esconder.

Ahora no solo Nagatsuki, también Masaharu Watanabe y el notable trabajo del equipo de White Fox me miran a los ojos para devolverme esa parte olvidada. Pero, esta vez, ese sabor amargo tiene un tono de esperanza. Quizás, después de todo, no odie tanto a Subaru.

Dando forma al isekai

Con todo, odiar a Subaru forma parte de la premisa de Re:Zero. La forma en la que la obra entiende el género en el que se mueve consigue destilar su idea al completo —de ahí el “comenzar de cero en un nuevo mundo”— y hace de Subaru un avatar tan real como cruel. Un reflejo de la persona que entiende el isekai sin necesidad de recurrir al empoderamiento absurdo, al harem u otras mecánicas narrativas que se estilan en este estilo de obras. Subaru es, al fin y al cabo, mi yo de 2012, como posiblemente sea el de tantos otros.

Y es, precisamente, la imagen de ese avatar lo que consigue que tanto la obra como su protagonista crezcan de forma desmedida a lo largo de su trayectoria. Es su incapacidad, la habilidad única de enmendar sus errores a través del sufrimiento que representa con su muerte. Es la fría indiferencia de su autor ante un torrente que hace evolucionar a su personaje a través de un camino marcado por su propia autodestrucción.

Un camino que, si bien se entiende como elemento redentor y sirve las veces para que su protagonista alcance la madurez que, pese a su trasfondo, exigen las líneas de Nagatsuki en todo momento, también es un perfecto puente narrativo que unifica las dos partes de Re:Zero. La confusión y la inmadurez de Subaru con la adaptación y el levantamiento del mismo a través de una segunda entrega que se siente capaz de revolucionar su propuesta sin necesidad de tocar sus conceptos.

Abrazando a la muerte y volviendo a la vida

Y es que, al margen de lo que dicta el material original de la obra, esta segunda entrega de Re:Zero se siente tanto como una continuación como el inicio de un nuevo y —seguramente— extenso arco. Las ideas están claras: tras derrotar a la Pereza Subaru consigue alcanzar una meta personal; deshacerse de todo cuanto lo anclaba a su antiguo ser para abrazar una versión de sí mismo más estable y capaz, haciendo lo propio con el nuevo mundo en el que habita. Con todo, la forma en la que White Fox hila su historia no permite descansos, mucho menos deja sitio para que el propio personaje consiga asimilar este nuevo punto, sino que continúan en el mismo instante en el que dejaron su primera temporada.

Un concepto que, si bien, puede parecer contraproducente al evitar que el público vuelva a sumergirse en la historia, funciona especialmente bien en la forma en la que abre esta nueva temporada: con una explosión. Tanto en lo literal como en lo figurado, Re:Zero hace estallar su historia y en apenas unos minutos se nos presenta una premisa que otorga cada uno de los pecados capitales a una nueva bruja —dejando en el aire el porque únicamente una de ellas es recordada—, la pérdida de los recuerdos de Crusch y, por encima de ello, la desaparición espiritual de Rem, que es engullida por Gula en medio del combate. Como detonante, ese desesperado Subaru, capaz de dejar su vida en los restos de un filo con tal de regresar a un punto donde pueda cambiar el destino. 

Es un estallido. Un despliegue narrativo que se crece a cada escena y resulta imposible de parar. La simple imagen de Subaru rompiendo a llorar bajo el tierno abrazo de Emilia y como la obra vuelve a practicar la supresión de los roles de género es solo la antesala a una demostración de fuerza que supone la firma propia de la obra y que toca su máximo en un cuarto capítulo capaz de revolucionar, bajo las mismas intenciones, todo lo escrito hasta el momento

Un simple fragmento de un desarrollo que no teme a abrazar la política al resultar la amnesia de Crusch —y el emotivo momento que ello desencadena a través de Felis— en un posible desacuerdo en el pacto que mantenía con Emilia frente a la lucha de poder por ascender al trono de un reino azotado por la falta de liderazgo político. Junto a ello, por supuesto, no tardamos en encontrar las alusiones al racismo de las que tanto gusta hacer gala a su autor, presentado el Santuario como poco más que una ironía que hace referencia al lugar donde los semihumanos habitan, sin posibilidad de escapar o mejorar sus condiciones de vida.

Un regreso espectacular

Paso a paso, el regreso de Re:Zero ha conseguido brillar por encima de lo que, quizás podríamos esperar. El paso de los años y la espera no ha conseguido mermar la fuerza de la obra y con su vuelta a la acción se levanta incluso mucho más fuerte de lo que fue en su día. No solo consigue recuperar la acción en el mismo punto en que la dejaba, hilando su trama y haciendo estallar un nuevo arco, sino que además trabaja de forma espectacular en la evolución de Subaru y todo lo que ello representa.

La aparición de Echidna y, especialmente, la forma en la que la obra decide explorar el pasado de su protagonista y darle forma a través de algo mucho más presente que un simple flashback dice mucho de como Nagatsuki pretende jugar sus cartas y, más allá de ello, el como Watanabe y su equipo le rinden homenaje con una presentación que destaca tanto en lo visual como en lo sonoro.

Queda mucho por ver y, sinceramente, no parece que la obra pretenda bajar el nivel en este éxtasis que propone en su entrada. En solo cuatro capítulos Re:Zero ha conseguido tocar todos los puntos con los que se hacía un nombre en su estreno original para llevarlos más allá y presentar la redención más pura y efectiva que podría dar a su protagonista. Pequeñas pinceladas a las que resulta obligatorio dedicar un espacio más íntimo y extenso en futuros análisis de lo que presenta el título pero que, de momento y a modo de primeras impresiones, marcan un camino especialmente interesante de lo que está por llegar. Por el momento solo podemos esperar a ver como nos guían los designios de la bruja.

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Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.