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crítica de Re:Zero The Frozen Bond
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RE:ZERO THE FROZEN BOND, EL NACIMIENTO DE UN PACTO IRROMPIBLE

El isekai tiende a ser tan político como racista. Son dos conceptos que, si bien no sé identifican de forma directa con el género, tienden a formar parte del mismo. No tanto porque sus obras planteen escenarios que les den cabida, sino por la facilidad de construir estos sistemas en un plano completamente diferente al nuestro, sin necesidad de mecanismos de cohesión que den forma a esa estructura.

Por ese motivo considero que Re:Zero es parte del buen isekai porque no consideraré a Nagatsuki mi escritor favorito, pero desde luego ha sido capaz de dar forma a un mundo complejo, donde la política y el racismo no es un simple adorno narrativo con la que dar forma al conjunto. Sin embargo, estas concesiones son ahora un apunte distante, mientras el autor japonés cambia de formato para hablarnos del nacimiento de una de las relaciones pilares de la obra.

Un trágico fragmento del pasado

Un cambio de formato que, lejos de sentarle mal, deja claro sus intenciones desde un primer momento. Y es que The Frozen Bond no es más que el resultado de la adaptación de un suplemento promocional que acompañaba el lanzamiento del blu-ray original de la serie. Firmado, sin embargo, por el propio Nagatsuki, se atreve a esgrimir una narrativa acorde a su obra y no se convierte en un producto vacuo con la simple intención de “acompañar”. Lejos de ser una promesa para el conjunto que forma el autor japonés, supone una introducción interesante al pasado de dos de sus personajes más característicos.

Porque, de nuevo, si hay un punto en el que la obra juega bien sus cartas es en su delicado trabajo de worldbuilding y como esto desemboca en una constante serie de ataques para Emilia, que no solo resulta ser una semielfa, sino que además tiene cierto parecido innegable a la Bruja de la Envidia. Así The Frozen Bond se supone como una mirada al pasado que sirve las veces como la primera base de uno de los puntos principales de la serie.

Esa es la primera imagen que The Frozen Bond nos da de una Emilia siete años más jóvenes que la protagonista de la entrega principal de la serie. Una chica abandonada, aislada en el corazón del viejo Bosque de Eilor. Una chica distanciada del mundo, temerosa del mismo, pero también de ella misma, de los poderes que conoce tener pero de los que desconoce todo su potencial. Una vida de reclusión y soledad que sirve las veces como contraste y origen del carácter de la protagonista durante sus acciones en la serie principal.

Un tono cercano, que juega con las principales ideas que mueven los engranajes de la obra de Nagatsuki y que presentan, también, la mirada detallista de White Fox, que no pierde de vista el día a día de Emilia en su reclusión helada. Planos tan simples como poderosos, que no necesitan de narración para dar fuerza a las palabras que se susurran entre esos momentos de silencio. De reflexión entre la soledad, la chica y las estatuas de hielo de sus congéneres, que la acompañan en su continuo letargo. Son pequeños momentos como estos, como la felicidad que irradia de Emilia al conseguir hablar con el comerciante del pueblo más cercano, los que dan vida a la escena de The Frozen Bond.

«Es un gran paso. Si continúo así quizás sea capaz de hablar del tiempo con él, incluso…»

El nacimiento de un vínculo irrompible

Con todo, el silencio y la calma son parte de la mística de esta nueva entrega, pero también se resumen con un simple recordatorio de la forma de la psique de su protagonista. Incluso así, cuando es menester acelerar el ritmo de la misma, destaca como la aparición de Puck y el desarrollo de su relación con Emilia se da en pequeños pasos, disfrutando de ese ritmo narrativo que tan bien funciona en el trabajo de Nagatsuki y que, por desgracia, también hace que el inicio del conflicto se sienta, quizás, algo fuera de lugar.

Una calamidad bien construida, jugando con estos ritmos, pero que se siente innecesaria en una obra que, en el fondo, se gusta de hablar de vínculos. De la ternura que une al espíritu y la semielfa. Porque la llegada de Malakera se entiende como el punto disruptivo necesario para hacer avanzar la trama y pese a que su aparición sirve como una carta perfecta para reivindicar el factor más oscuro de la fantasía de la obra —el rechazo constante a Emilia y su relación con la bruja— también acaba por resultar demasiado forzado.

Se extrae de ella, una vez más, la ternura y bondad de su protagonista. La desesperación en su voz al asegurar que ella no es más que Emilia al ser acusada de convertirse en un pecado para el mundo en sí mismo. Valores que, si bien podrían haberse logrado por otros caminos sin recurrir a una violencia innecesaria para adornar la entrega, se explotan con cierta gracia y culminan con una de las escenas más cálidas que nos ha ofrecido la obra hasta el momento.

La construcción de este contrato, de la relación entre Emilia y Puck, entre Puck y Emilia, no deja de ser parte de un producto promocional. Pero es innegable que también es producto del cariño. De sus personajes, por supuesto, pero también del autor por su obra. Porque The Frozen Bond es un batiburrillo de sentimientos algo desordenado, que ilustra el pasado de la protagonista en un amasijo de odio, irracionalidad, soledad, tortura emocional y, por supuesto, un amor fraternal que se superpone, al final, al resto de puntos. Una entrega breve que quizás no aporte mucho a su historia, ni a su mundo, pero que desde luego resulta más que un fragmento de ese trágico pasado. Es, al fin y al cabo, el nacimiento del amor más tierno y real que pueda existir. 

«Hay algo que nunca me he atrevido a decirte.
Te quiero; eres como un padre para mí.»

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Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.