LA EVOLUCIÓN PERSONAL EN RASCAL DOES NOT DREAM OF BUNNY GIRL SENPAI
El metajuego narrativo no es algo poco usual en el medio. Es arriesgado, valiente, a veces incluso presuntuoso; pero funciona si sabes utilizar tus cartas. Desconozco hasta que punto Rascal Does Not Dream of Bunny Girl Senpai fue anunciada con este ideal por bandera. Pero lo cierto es que la obra ha conseguido imponerse a todo un listado de grandes títulos gracias al boca a boca de sus seguidores y la sorpresa de quienes se han introducido en sus líneas esperando algo completamente diferente.
Un juego, insisto, que ha cambiado las tornas y la ha convertido en todo un referente de la temporada en la que se enmarca pero, apostando por valores personales, también del año en que ha sido lanzada. Porque Rascal Does Not Dream of Bunny Girl Senpai es más que un slice of life. También es más que una crítica. Incluso diré que es más que ambas cosas juntas. Es un enorme mensaje de apoyo y la idea de que la meta no siempre es solo el punto final.
La conexión tras los detalles
Hablar de Bunny Girl es también hablar de detalles. De pequeños incisos, de muestras de carácter, de personalidad. El juego de las metáforas de Darling in the FRANXX dio mucho que hablar en los inicios del año. Pero la obra de Hajime Kamoshida pretende cerrarlo con un trabajo que sigue las mismas pautas pero que hila mucho más fino. Sus referencias son constantes pero no les presta importancia, sino que nos deja en nuestras manos el ser consecuentes con lo que nos muestra y atar cabos poco a poco.
Lo hace por un motivo muy específico. No hay nada de especial en todos estos detalles. En Darling in the FRANXX eran representativos: el pájaro de Jian simbolizaba la unión de una pareja; una especie de ave que necesitaba de una contraparte para poder alzar el vuelo. Y otras como la araña atrapando al insecto servían a modo de representación de una relación tóxica mientras que espejos o juegos de luces y sombras eran incluso más notables a simple vista.
Rascal Does Not Dream of Bunny Girl Senpai, sin embargo, trata sus detalles con absoluta naturalidad. Pero, insisto, lo hace, porque son parte de su propia historia. De sus personajes. Incluso de nosotros. Si no los destaca es porque son acciones corrientes que muestran nuestra evolución. Pequeños gestos del día a día que dan forma a nuestras convicciones, temores, alegrías o cualquier cambio en nuestro estado de ánimo. Lo hace en su quinto capítulo, con la reacción de Futaba al encontrarse con Kunimi. Una forma de revelar, sin palabras, que la chica se encuentra enamorada de uno de sus dos únicos amigos quien, además —también mostrado entre líneas— tiene pareja.
Una muestra que da pie a su propio arco apenas dos episodios después. Uno centrado en el miedo a la soledad y en cómo la chica oculta su verdadero yo por miedo a perder el poco cariño que conserva en su vida. Pero no se queda ahí. Porque el arco de Futaba cierra en su octavo capítulo, pero los detalles siguen surgiendo más allá de esto. Las pequeñas apariciones de la chica en los siguientes capítulos la muestran más segura. En algunas ocasiones incluso con el pelo recogido, uno de los principales cambios de su alter.
Solo es un mínimo ejemplo. Y es que la obra se encuentra repleto de estos sutiles cambios. De cómo todos avanzan. Kaede experimenta cientos de ellos, desde su reacción al escuchar el teléfono hasta la primera vez que aparece vestida sin su particular kigurumi. Pero hay más. La playa como lugar de redención aparece en diversos episodios y la estación siempre representa el inicio del camino. Pero, a su vez, CloverWorks utiliza las veces el tren como espacio social o incluso para negar el avance de sus personajes cuando se estacan.
El reflejo personal
Y este es realmente el plano general. De nuevo, no es tanto una crítica como una introspección. Lugares como el tren o el instituto son recursivos en la obra porque sirven de espacio narrativo. Son escenarios sociales, donde resulta mucho más fácil desarrollar los temores y contradicciones de cada personaje. Entornos repletos de inseguridad, de presión; que provocan ansiedad y donde se construye un claro reflejo emocional con el espectador.
Pero lejos de quedarse en esta capa superficial, la obra siempre va más allá. Los explora, los define. Y cuando los ha comprendido, los resuelve. Así, Bunny Girl es una obra extremadamente positiva. Pero no apuesta por el romanticismo, sino que muestra ambas caras de la moneda. Hay solución, por supuesto, pero nunca llega sola; nunca lo consiguen solos. Sakuta siempre es parte de la ecuación. Ejerce de pilar emocional pero también de ayuda de soporte.
Pero, incluso así, él mismo cae en las mismas líneas. Su última entrega es un choque emocional tan fuerte que, por momentos, parece apuntar a la locura de Soul Eater. Su positividad se retuerce y se torna más oscura que nunca. Porque no hay una sin la otra. Y aunque la obra se esfuerza por revelarnos que siempre hay un camino a seguir nunca teme en mostrarnos que ese camino no es fácil. Mai consigue recuperar su vida, pero no sin antes aceptar que es incapaz de adaptarse a la atmósfera social que la rodea — Kuuki Yomenai.
Koga sigue atrapada en una cárcel social incluso tras acabar la obra, pero no deja de ser el espacio donde la chica se ve segura. Sin embargo, tiene que aprender a luchar por sus propias convicciones antes de seguir avanzando. Futaba va más allá y se ve enfrentada a si misma, a su alter y su miedo a perderlo todo; a desaparecer sin que nadie la recuerde. Y aunque el arco que dedican a Nodoka pierde parte de las connotaciones sociales para enfocarse en valores más personales es un gran ejemplo de cómo sentimos pánico al alejarnos de un camino predefinido y construir nuestro propio sendero.
Así, son Kaede y el propio Sakuta quienes ejecutan la parte más importante de la obra. La chica representa el peor de los males que Kamoshida esconde tras el Síndrome de la Pubertad. El bullying extremo, la ansiedad social y el pánico a ser pero no ser. Una idea recursiva que aquí toma forma para hablar de esa búsqueda de identidad. Del miedo a ser quiénes no quieren que seas o a convertirse en quien realmente no quieres ser. Es confuso, seguro, pero es una representación real de nuestra propia psique.
Sin embargo, los pequeños pasos que da la chica se suceden a lo largo de toda la obra. Poco a poco ella va avanzando bajo el faro moral de su hermano. El como el chico sirve de apoyo a otras personas se convierte en su propia luz y mientras vemos a todas las citadas avanzar, Kaede hace lo propio poco a poco. Hasta que lo consigue. Y es entonces cuando pierde — desaparece. Pero cuando la obra siente que ha perdido su mayor referente muestra sus verdaderas cartas. Porque no pretendía vernos reflejados tanto en ella, sino en él.
Porque es Sakuta quien cae en el peor de los pozos emocionales. Una jugada que sirve de contraste a todo lo anterior. A la apología de la estación, del camino a seguir. Y es entonces, también, cuando todo lo vivido se convierte en parte de ese camino. Las experiencias, las caídas, todo juega a favor cuando el dolor alcanza su pico máximo y levanta ese grito de silencio que había extendido a lo largo de la obra.
«Seas quién seas, tú puedes»
Un grito, más claro que nunca
Siento que esta crítica ha ido mucho más allá de lo que, quizás, debería. Queda mucho en el tintero, y es menester citar el gran trabajo de CloverWorks a través de su animación, de cómo han trabajado las expresiones faciales y han sabido gestionar su enfoque para centrarse en las personas y en estos pequeños detalles. Algo que se ve magnificado por Hidehiro Kawai, Ryo Kishimoto y Tsukasa Inoue, de fox capture plan, que logran identificar cada uno de los fragmentos emocionales que aparecen en la obra a través de una banda sonora con todo un abanico de tonos donde predominan los más fríos. Pero también los más melancólicos, logrando una conexión recíproca entre narrativa y muestra audiovisual.
No obstante, Rascal Does Not Dream of Bunny Girl Senpai es lo que es. Y siento que no hay una mejor forma de encararla que dedicar a este texto todo el valor sentimental que merece la obra. La narrativa de Hajime Kamoshida es solo una parte del todo, por supuesto, pero si es la más fácil de recordar.
Porque cada una de sus líneas traza un arco similar. Es una obra recursiva, pero no por ello menos eficiente. Y, con ello, logra un efecto inmersivo que va mucho más allá del metajuego que comentaba al abrir este texto. Y es que duele. Pero debe doler. Bunny Girl consigue hacer que sangre. Pequeñas punzadas que, no obstante, abren viejas heridas. Quizás el enfoque personal cierre banda a otra visión, pero quiero pensar que en estos casos es capaz de hacer ver esas heridas. Porque, al final del día, siento que ese es su mayor logro. Ver a quienes pasan por este dolor invisible, hacernos conscientes de ello y reconocerlo. Pero también hay un mensaje de esperanza en ello.
El «no estás solo/a», por supuesto, pero también la idea de que por muchas piedras que hayan en el camino siempre hay una meta esperando a quienes la buscan. Pero no por ello tiene que ser el final del camino.
Óscar Martínez
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