A TRAVÉS DE RASCAL DOES NOT DREAM OF BUNNY GIRL: CONVIVIENDO CON MI SOMBRA
«Hello me, it’s the real me», citaba Dave Mustaine en la caótica Sweating Bullets que publicaba Megadeth en los inicios de la década de los ’90 con aquél mítico Countdown to Extinction. Aunque tardamos muchos años —más de una década de hecho— en poder ver al hombre frente a su propio alter ego en el videoclip del mismo tema, la imagen era tan reveladora como lo que muestra Kamoshida en el tercer arco argumental de Rascal Does Not Dream of Bunny Girl Senpai.
Night in the Woods también es un gran ejemplo. El como Mae, una chica que regresa a su antiguo pueblo tras verse incapaz de seguir con su vida estudiantil, se encuentra con que todo ha cambiado. Todo menos ella. Se mira en el espejo y ve un reflejo. Pero, ¿quién es?
Un paso más allá
La extensión de este nuevo arco narrativo sigue jugando sobre los mismos esquemas que el segundo, pero traza un giro para encarrilarlo por un nuevo camino. Entonces la idea no es tanto ese fruto de la ansiedad social por el que pasa Koga, que se siente atada a la necesidad de ser reconocida por sus compañeras. Tampoco volvemos a la invisibilidad de Mai al alejarse de la atmósfera reinante. No, esta vez nos encontramos con una estrategia que va más allá y toma parte de ambas entregas.
Que Kamoshida ponga su mirada en Futaba es un juego importante. Porque no es un personaje desconocido. Conseguimos conectar con Koga porque su caso era especialmente explícito y Kaede servía de precedente. Pero Futaba ha tenido su propio espacio a lo largo de toda la obra para desarrollar su personalidad. Por lo tanto tenemos claras varias cosas.
La primera es que Futaba es quien saca a Sakuta de todos sus líos — se entiende como una suerte de figura neutral en los conflictos. La segunda es que la chica está enamorada de Kunimi. Uno de sus dos únicos amigos y, además, el único con pareja. El triángulo es fácil de entender. Pero a lo largo de sus capítulos Futaba —a excepción de esa maravillosa escena en la que aparece Kunimi por sorpresa— se muestra siempre como una persona racional, fría y especialmente ordenada. Una fachada.
La teoría de la cárcel de cristal en este caso no es suficiente para investigar lo que el autor pretende escenificar ahora porque la chica no es reticente a mostrarse como tal al mundo. Sino que es incapaz de aceptarse a si misma. Una situación que se resume con las palabras de Adam Gontier en uno de los favoritos personales de Transit of Venus, «I am not alone. This misery loves my company».
Lo que no quieres ver
La primera imagen que tenemos de Futaba en su arco es especialmente particular. El sutil cambio que representa tiene cierta connotación. La chica deja de lado su bata y sus gafas par, además, recogerse el pelo en una coleta alta. Su voz también resulta más leve. Insegura. Es una breve declaración de intenciones. La idea de que esa chica no es la Futaba que se nos ha dado a conocer, sino una versión diferente de la misma.
El hecho de que cambie tan ligeramente su vestuario sirve para remarcar un detalle que ya se había mostrado —siempre entre líneas— a lo largo de la obra. El que la chica es atractiva. Un detalle especialmente subjetivo que, de nuevo, se intenta intuir a lo largo de los capítulos anteriores pero que se remarca ahora con un simple cambio de estilo. Como si Futaba hubiese decidido descubrir lo que guardaba en su anterior.
Y es ese exactamente el motivo. Una pequeña escena en la que CloverWorks decide mostrar su delicadeza. La cámara se mueve de un plano contra plano a pequeños vistazos de su alrededor. Y cuando vuelve a Futaba siempre se muestra nerviosa. Mueve los ojos, baja la vista; cuesta encontrar la mirada decisiva de la chica — tampoco usa nunca el adjetivo clásico de la misma, ‘rascal‘. Como si se avergonzase de lo que hace en una pequeña medida.
Aunque esta vez el apelativo personal se encuentra más diluido en sus líneas, Kamoshida vuelve a atender a los problemas sociales. La pregunta se repite. «¿Quién soy?». Pero la respuesta esta vez no llega como una obligatoriedad externa sino más bien como un lamento interior. «Eres quien no aparentas ser».
Lo que no quieres ser
La revelación de la dualidad entre las dos Futaba sirve de a su vez como núcleo del arco pero también como una demostración de que en Rascal Does Not Dream of Bunny Girl Senpai se puede ir más allá de la crítica. Porque esta nueva entrega habla del miedo. No de uno social, sino del más personal. Y es que el terror de la chica se aplica, por supuesto, al contexto estudiantil en el que se desarrolla la obra. Pero su fuerza reside en la idea de temer ser uno mismo.
La obra lo muestra a lo largo de todo el arco utilizando los contrastes como juego narrativo. Tras ver a la «nueva Futaba» nos encontramos con la que consideramos real. Gafas, pelo suelto… pero el hecho de utilizar una camiseta básica casual sirve para destacar sus curvas de forma sutil y la consecuente escena en el baño hace las veces de demostrativo. Es así como se entiende que no hablamos de dos personas, sino de dos partes de la misma.
No hay una separación, porque aunque se usa el término de teleportación cuántica como excusa física, esta vez no hay interés tras el teorema Charles Bennett, porque nos encontramos ante un punto especialmente estrecho. Especialmente personal.
La idea general se puede resumir en una sola frase. «Me odio a mi misma». La revelación de Futaba cala enormemente a niveles personales. Es una alusión a esa imagen que somos incapaces de alcanzar. Presión social. Miedo. No importan los motivos, la separación de egos de la chica es solo una muestra visión de la dualidad personal. La lucha por ser lo que uno quiere ser, frente a lo que, por una u otra razón, se dicta que debe ser.
El miedo a perder
Pero la discusión interna, el ser o no ser, no se resume en quien somos, sino en que representa ello. Y en el caso de Futaba no es más que un miedo irracional a la soledad. Su separación se debe al enorme estrés al que somete su personalidad. A la necesidad de sentirse arropada, querida. ¿Y a que recurrimos cuando nos sentimos solos?
Una de las acciones más recurrentes es el hecho de llamar la atención. Y es aquí donde Kamoshida realiza el giro necesario para trazar su crítica. Una que se centra en cómo nos mostramos y cómo perdemos el miedo a mostrarnos a través de redes sociales. Es una cuestión mínima, porque el autor decide no centrar su enfoque en ello, pero sirve las veces para revelar la naturaleza oscura del ser humano al verse amparado por un muro anónimo. Ilustra levemente a quien abusa de ese poder y se aprovecha de las debilidades ajenas —en este caso la necesidad de Futaba para mostrarse incluso ante el miedo que siente al hacerlo— pero decide centrarse en otros temores.
En cómo la idea de la soledad nos nulifica. Nos rompe el miedo y nos aterra mostrarlo. Futaba se muestra a sí misma como una respuesta a ese rechazo invisible que cree ver en los ojos del resto. Es ella quien se aleja, buscando su propio espacio de seguridad, al sentirse amenazada ante un espacio hostil y en el que no se encuentra arropada.
«Creo que tengo miedo. Ahora mismo os tengo a los dos. Pero de alguna forma siento que mañana despertaré sola otra vez.»
Las líneas de Futaba hacia el final de su espacio hacen referencia a arcos anteriores. A la invisibilidad. La incapacidad de adaptarse en ese territorio extraño. Las inseguridades que se arrastran hasta convertirse en pánico social son el verdadero punto a comentar en su estructura. No es tanto el estar solo, sino el encontrarse al borde del abismo, observándolo día tras día. Amenazando con engullirte. El querer lanzarse hacia él y desaparecer.
«No estás sola»
Con todo, el grito de silencio de Rascal Does Not Dream of Bunny Girl Senpai se extiende, una vez más, por encima de lo que representan la crítica o los temores personales. El abismo sigue allí y posiblemente no llegue a desaparecer nunca. Pero su autor sabe como construir puentes, como cambiar escenas.
El hecho de que sea la «Futaba original» quien desaparezca al cerrar el arco es una metáfora de cómo ella aprende a convivir consigo misma. Del hecho de que no somos más que lo que realmente somos. Y mostrarnos de otra forma solo es un obstáculo. Un muro enorme que nos separa del resto de personas —un juego que tiene ciertas reminiscencias al escenario que plantea Princess Principal.
La última escena protagonizada por la chica es reveladora. Pelo recogido, sí. Pero lleva gafas. Una representación visual de cómo ambas personalidades, ambas partes de si misma, se han vuelto a abrazar para conformar lo que realmente es. El miedo es tan real como irracional. Y nos acompañará siempre. Pero seguir su camino solo nos llevará a observar ese abismo día tras día. Aceptarse es el primer paso para ir más allá. Solo hay que creer firmemente y empezar a caminar.
Óscar Martínez
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