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SHINGEKI NO KYOJIN: EL GRITO SE HACE MÁS FUERTE

Shingeki no Kyojin cerraba con un grito. El grito de la libertad. El rugido del hombre y el poder de su independencia, de su gobierno. De su existencia. Un grito que capaz de sobrepasar los pensamientos, las religiones, los temores. Los muros. No solo los que guardan el destino de la humanidad, sino también los del tiempo y el espacio. Un grito que atrae consigo los ecos de aquellos que desafiaron al miedo y perdieron su voz en una empresa demasiado grande para el ser humano.

No son héroes. Solo son locos. Un puñado de dementes capaces de elevar sus voces sobre la sombra del miedo y la muerte. Sobre la represión de un destino tan cruel como incierto. Ahora son ellos y ellas. Implacables en su misión; indomables sus alas de libertad, quienes toman las riendas y declaran la guerra a quienes sujetan las cadenas. Vivan o mueran, el grito de la libertad jamás será acallado.

«Que gritaría la humanidad… ¿si recuperáramos el Muro María?»

El eco del cambio

Hay una ligera disonancia entre lo que vivimos al principio de esta nueva entrega y lo que vivimos ahora. Se entiende que ha pasado tiempo, que el mundo ha cambiado. Eren no es el mismo que aquél que, a principios de esta tercera temporada, observaba la belleza del mar en la distancia. La semilla del cambio ha brotado y el cambio de valores y registro ha forjado una nueva visión de la obra de Hajime Isayama capaz de entregarnos un nuevo mundo; una nueva esperanza. Desde la evolución de Historia, ahora reina en los muros, hasta el nuevo estatus del Escuadrón de Exploración, líderes de un grito que atenta contra los muros de una humanidad agónica.

Sin embargo, digo que es ligera, porque Shingeki no Kyojin ejerce su magia en unas líneas que no reniegan de su mística —algo que, pese a alejarse, tampoco lograban en su muestra anterior— sino que se abraza a su seña de identidad y realiza un arco capaz de conectar sus dos partes. El cambio de tempos; lo nuevos valores, junto a su fuerza innata. No lo hace de forma inmediata, no lo necesita. Su inicio es uno exponencial, conocedor de que el verdadero espectáculo es uno que se cocina a fuego lento, jugando con el misterio, la incertidumbre y la tensión.

El eco de un grito que se acalla en la noche, mientras sus actores y actrices cruzan las barreras del destino. El camino al Muro María. La innegable conexión con su origen. Con el principio de un fin; el fin del hombre y su encarnizada lucha. Lo demuestra The Path of Longing and Corpses junto al regreso de Linked Horizon en un pequeño tributo, repleto de referencias, a esos cinco años de sufrimiento. De sudor y sangre. La antesala a un escenario desconocido para el hombre, desconocido para el espectador.

Un regreso y un despertar

Cinco años que marcan un punto y aparte. Un camino que no solo sirve a la idea del regreso, sino a la del cambio. Al hecho de que a Eren le tiemblen las manos al acercarse a Shiganshina, a que Armin reconozca como el terror le paraliza. Ya no son aquellos críos que soñaban con lo que existe tras los muros, pero tampoco son los soldados que prometieron ser. Una evolución que les enmarca, que hace brillar las alas invisibles a sus espaldas y nos recuerda quienes realmente son. No solo es Eren demostrando sus habilidades como titán a la hora de cerrar el muro.

También es Mikasa, en los pequeños momentos. Su ternura, su acción maternal. La idea de que la chica no necesite demostrar una vez más su ferocidad y su amor. No más allá de tender su capa a Eren, de convertirse en el foco durante un breve flashback. También es Armin, sintiendo la presión en su pecho, liderando y cerrando su puño ante el temblor de un miedo tan irracional como titánico. Un chico corriente haciendo cosas extraordinarias. Un chico frágil demostrando, no solo al resto del plantel, sino a su propia narrativa, como existe un importante espacio más allá de las proezas de Wit Studio y su ejemplar trabajo.

La posición del chico como líder le eleva sin necesidad de sus inseguridades, de su papel. Es en el cómo se desarrolla donde se encuentra el summit de un episodio preparado para sentar la semilla de la tensión. De nuevo, una antesala a la batalla por la humanidad. Y cuando su papel desenmascara la intriga y la sospecha la obra da un giro lento y silencioso. Levi no tiene espacio para la introspección —lo cerraba en su anterior entrega—, sino que despliega toda su fuerza en una señal ineludible.

Porque mientras el silencio da paso a las composiciones de Hiroyuki Sawano y los coros de Mika Kobayashi la escena estalla y la tensión se hace pedazos, frágil, ante lo implacable. Ante la sorpresa de ver decenas de estallidos más en la lejanía, pese a saber a que el enemigo se ocultaba en ese mismo horizonte. Una composición, sin embargo, que nunca suena feroz. Sino temblorosa; anunciante. Incluso con tonos dementes cuando muestra al titán bestia. Es la idea del fin, la de una batalla que marcará la historia y su transcurso. La humanidad o los titanes. Solo un bando puede prevalecer.

El principio del fin

Hajime Isayama cumple un nuevo cometido con su narrativa en la obertura de la segunda parte de esta tercera temporada de Shingeki no Kyojin. Dos melodías tan distantes como son Guren no Yumiya y Red Swan se dan la mano en un baile de doble filo que amenaza con cambiar las riendas de todo lo que hemos conocido hasta ahora.

No es una sorpresa, solo el devenir lógico de los acontecimientos. Y sin embargo, tanto su narrativa como el trabajo de Wit Studio y la dirección de Tetsurou Araki consiguen dar la vuelta a un inicio que resulta imponente incluso rebajando sus niveles a los mínimos. Se hace notar la escena más humana de la obra; el cómo pone a sus personajes contras las cuerdas y les obliga a dar lo mejor de sí mismos ante la realidad más cruda posible. Pero también se entienden los compases originales, parte del alma que representa a Shingeki no Kyojin.

Es este punto en el que todo converge, en el regreso a Shiganshina. En el intento de recuperar el Muro María. Un estallido que, de nuevo, no lo deja todo a la aleatoriedad de una batalla sin precedentes, sino que trabaja la introspección y la intriga. Un juego mental que, ahora sí, va más allá del miedo a la traición; a los titanes con rostro de hombre o mujer. Se acerca el fin, de una manera u otra. Ajeno a las líneas de la obra original y a como Isayama desarrolla los acontecimientos venideros, siento la presión asfixiantes de los soldados. De aquellos que ponen en juego su vida en busca de un rayo de luz y esperanza sobre la sombra que lleva más de un siglo acaparando sus cielos. Ahora es cuando su grito se hace más fuerte que nunca.

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Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.