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El valor de la vida en 86 Eighty-Six
ANIME / MANGA OPINIÓN REDACTORES

86 —EIGHTY SIX—, ATAÚDES DE METAL

Cuando me enfrenté por primera vez a un Fire Emblem no tenía ni idea de como funcioba. Apenas tendría once años y por supuesto que había tanteado con la muerte en un videojuego. Pero no iba más allá de “perder la partida”. Un reinicio y tenías una nueva oportunidad. Era así de fácil.

Supongo que me impactó porque aún recuerdo como perdí a Sain en un mapa imposible. Un sacrificio necesario para seguir adelante, sin tener en cuenta que en las reglas clásicas del título no hay vuelta atrás. Una unidad perdida no vuelve al tablero de juego. Con todas las implicaciones que tiene.

Una unidad perdida

Cuando sabes que una pérdida tiene un valor real sobre el desarrollo de un enfrentamiento el juego cambia y se tuerce. Se distorsiona y deja de hablar de estadísticas para hablar de sentimientos. ¿Recuerdas los nombres de quiénes han caído? ¿Recuerdas los sueños y metas que te habían hecho llegar? ¿Recuerdas, en última instancia, cuáles fueron sus últimas palabras?

Dentro de la ficción, pero sin ese control establecido en Fire Emblem, Eighty Six dibuja esa misma realidad en cada enfrentamiento. Mientras les soldades hacen las veces de unidades los handlers se sitúan sobre el tablero y disponen su estrategia a sabiendas que su seguridad está garantizada tras los muros que protegen la República. La muerte pierde todo su significado cuando es tan vacía y obtusa que se convierte, a lo sumo, en una cifra.

Pero, ¿qué ocurre cuando alguien rompe con esas reglas? Cuando alguien comprende el valor verdadero y reconoce esa posibilidad, esa pérdida. La meta se desdibuja cuando una persona gira la cabeza a la ficción y pone el punto de mira en la realidad. Una realidad que borra la idea del avatar y pone, en su posición, la de la persona.

Las fauces del fascismo

Eighty Six es, en primera instancia, una representación del fascismo. Una nación crecida sobre valores de unidad y honor, protegida por una institución abiertamente racista y con una idea de supremacía extendida de punta a punta de su extensión, que valora por encima de cualquier otro tipo de persona a aquellas que comparten unos rasgos concretos — como referencia, la piel y cabello claro.

Alimentada por sus propias mentiras, la estratocracia que dibuja la obra de Asato Asato pone por delante sus valores nacionalistas —siempre representados en forma de bandera o estatua— para justificar los actos inhumanos a los que responde su gobierno con la simple excusa de que aquellos que sirven en el servicio militar no pueden considerarse humanos.

Una distopía moral que sirve para enfrentar constantemente los dos lados que forman su dicotomía, la podredumbre de quien gobierna y la fuerza interior de quien se somete. Lejos de convertirlo en el núcleo de la obra, Eighty Six decide no romantizar al lado sometido, sino que utiliza sus diferencias para utilizar a Lena como intermediaria y dibujar una realidad paralela en la que son, precisamente, los deshumanizados, los que demuestran ser las verdaderas personas.

Una estrategia con la que la obra humaniza a su protagonista, quien no es siquiera capaz de preguntar por los nombres de aquellas personas a quienes va a enviar a la muerte. Un error que le ayuda a aprender y a crecer, dando la espalda a todos los valores que conlleva el fascismo que se ha apoderado de la República y marcando una nueva meta para una persona que camina al revés en un mundo donde la rectitud supone, simplemente, la forma establecida de vivir.

Una sentencia moral

Incluso así la obra de Asato Asato tiene menos de crítica que de relato personal. La forma en la que Lena se inmiscuye cada vez más en las actividades de sus subordinados y, en especial, en la vida de Shin es una muestra de cómo, de nuevo, ella evoluciona junto a elles. De como la dicotomía entre uno y otro lado se intesifica y aquello que su gobierno pretende deshumanizar y apartar cobra vida y fuerza.

A través de un sistema donde toda vida tiene un precio y las más baratas son enviadas a la muerte, la meta en la vida cobra un nuevo significado: sobrevivir hasta ganar la libertad. Otra mentira.

Y es por ese motivo que en su séptimo capítulo Eighty Six cae como una bomba. El momento en que el escuadrón revela su naturaleza, la idea de que son, simplemente, un grupo de personas arrojadas a la muerte es descorazonador. Nada nuevo, desde luego, pero el fuego que alimenta la idea que tanto se había esperado. Es, una vez más, Kaye negando la muerte, Rekka —a la que la serie bautiza tras su muerte en su afán por humanizar— suicidándose antes de entregar la vida al enemigo, Shin acabando con Daiya para acabar con su sufrimiento.

La distopía moral de la serie toca un fondo invisible con una realidad que supera incluso a la idea de que el enemigo, los autómatas, tomen la identidad y capacidad de los enemigos a los que abaten. La idea, por lo tanto, de que su guerra es, al fin y al cabo, contra elles mismes. Su sentencia, además, es una clara y firme.

Nada de lo que hagas cambiará nada.

Una carga compartida

Llegados a este punto la pregunta es clara. Si no hay nada por lo que vivir, ¿cuál es la meta? ¿Cuál es la fuerza que te empuja a vivir, a luchar? Cuando cada miembro del escuadrón responde a las palabras de Lena la serie da un giro total y volvemos a la idea de la pérdida. Ya no son soldades sin nombre, son personas. Personas con las que la misma Lena ha compartido momentos. Ha reído. Ha llorado. Personas a las que no puede entregar a las fauces del fascismo al que todavía sirve sin encontrar una solución a esa espiral de muerte e imposición.

Tras haber conseguido dibujar la idea de una carga compartida y haber dado un fruto de esperanza, Eighty Six explota llevándose de por medio todo cuanto quedaba. Un giro que, si bien no nos coge por sorpresa, tiene la fuerza suficiente como para hacer temblar las bases de la serie. El como continuará y cuál será el papel de Lena en ello es todavía parte de su sorpresa, pero llegados a este punto la fuerza de la obra es algo arrollador.

«¿También nos recordarás a nosotres, Mayor?»

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Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.