EL SECRETO DE MADOKA, UNA CARTA DE ACEPTACIÓN PERSONAL
El monólogo que abre El secreto de Madoka es todo cuanto se le puede pedir a la obra. La define y, en tan solo una página, ofrece un mensaje alentador; «mamá, papá y Haruka siempre dicen que soy la cosita más mona del mundo. Para un chico como yo, estas cosas son de lo más normales».
Un mensaje que, en su primera lectura, me devolvió un pensamiento negativo. Como si algo en esa afirmación no estuviera bien. La siguiente página daba la razón a ese instinto heredado, alicatado a fuerza en algún punto de mi mente; «eres un chico, tú no puedes decir esas cosas». Esa es la reacción que, por normal general, se impone y gobierna.
Esa es la reacción a la que el tiempo nos acostumbra. La que hace mella y presiona hasta que no queda otra. Porque es lo normal, ¿verdad? O, al menos, eso es lo que nos han enseñado. El secreto de Madoka ignora esa pretensión para construir la suya propia, una carta de aceptación personal que tiene espacio para todes en sus líneas.
Más allá de géneros y pretensiones
Cuando tenía la edad de Madoka, Digimon era una de las series del momento. A mi me encantaba Makino y soñaba con ser como ella. Era fuerte e imponente, pero también mostraba un lado tierno y capaz de conectar con quienes la rodeaban. Las Navidades de ese año encontré debajo del árbol un Digivice —o, por lo menos, su equivalente en forma de juguete. Pero no era el azul de Makino, sino el rojo de Takato, el protagonista de la obra. Seguramente tampoco lo habría sacado de casa; en ese momento no encajaba que que alguien cambiase su rol en busca de comodidad. Tenías que fingir.
Cuando Madoka vuelve de su primer día de clase su hermana le pregunta si realmente necesita fingir fuera de casa, a lo que él responde afirmativamente. «¡¡Porque he decidido que voy a convertirme en un chico de verdad!!», le responde. Muchas otras historias habrían virado aquí, estableciendo una serie de puntos sobre cómo ser un chico de verdad, pero Madoka no lo hace. Porque Madoka ya es un chico de verdad —a no ser que sentirse un chico no sea lo suficiente para ello—, y como tal acaba por visitar la casa de sus vecinos vestido con la ropa que su hermana confecciona para coincidir con Itsuki, una chica a la que el propio Madoka confunde de género por su aspecto.
Es fácil esperar que la relación entre ambes se convierta en el eje principal de la obra. En una dinámica que habla de la relación entre dos personas que no encajan en el mundo que les rodea. Y es así, Kingyobachi Deme traza el mismo arco que Kata Konayama en FukaBoku para mostrar, no un discurso, sino un simple reflejo de lo que suponen las vidas de Itsuki y Madoka. Un acercamiento en clave de slice of life que se encuentra escrito desde el más tierno cariño y que, si bien trata de abrir mentalidades, solo parece querer esforzarse en resultar lo más cálida posible. Y ese es un esfuerzo que, os adelanto, cala en cada página de su obra.
Un refugio inesperado
En uno de mis textos favoritos, Let Queer Characters Be Happy, Heather Alexandra habla de cómo los personajes no normativos nunca alcanzan la felicidad sin pagar un precio por ella. En lo personal, es un texto que identifico especialmente con Boy meets Maria, en cómo su evolución no deja de ser el eco de un trauma, que sirve las veces de detonante. Entiendo la necesidad, pero la simple realidad ya es lo suficiente afilada como para necesitar de recordatorios. Y en ese sentido, El secreto de Madoka rompe con esta dinámica para convertirse en refugio.
Deme establece una pauta azucarada y bañada en la positividad. Con la aceptación como eje emocional principal y sobre el que la obra gira constantemente, la negación y el rechazo siguen siendo una parte esencial del juego pero, lejos de desestabilizarla, su autora encuentra la forma de utilizarla a su favor y la convierte en parte de su fortaleza. Madoka es un chico sensible, débil y con un temperamento adulzado, mientras que Itsuki se muestra como una chica fuerte y madura. Una dualidad de personalidades que da forma a la obra y que construye sobre sus bases un mensaje de aceptación y amor propio. Porque, por mucho que tu personalidad salga fuera de lo establecido, tu identidad no deja de ser una parte importante de ti misme que debes aprender a querer y respetar.
Su mensaje queda claro desde un inicio, ¿qué importa que seas un chico o una chica? Seas Madoka o seas Itsuki, lo importante no es quien te consideras, sino quién eres tú realmente. Es una idea recurrente, que se cita varias veces a lo largo de la obra, casi como si fuesen las palabras mágicas de un hechizo. Uno más importante de lo que a veces consideramos. Uno que Itsuki aprende de Madoka y Madoka de Itsuki. Sus propios reflejos contrarios les muestran, desde un inicio, lo que son y deben ser. El coraje para, simplemente, ser quienes quieren ser.
No es un enfoque que se aplique únicamente a sus protagonistas. La obra cuenta con una visión coral en la que sus personajes secundarios cobran una importancia vital a la hora de transmitir este cálido mensaje. Cada vez que un pensamiento negativo o fuera de lugar aparece en escena siempre hay un estímulo, una respuesta. Un hecho que, en conjunción con el delicado estilo de la mangaka, toma forma tangible.
Es un estilo notable, que no pretende robar la esencia a ninguno de sus personajes. Madoka viste de chica, pero también le vemos como chico. Y sigue siendo Madoka, no hay diferencias. Una particularidad menos usual de lo que me gustaría admitir en el medio —que tiende a marcar una diferencia absoluta al trabajar con género en sus personajes, como ocurre por ejemplo en Kanojo ni Naru Hi o The boy who cried wolf tells a lie today also— y que respeta en todo momento una preciosa neutralidad que hace todas sus escenas únicas y vibrantes. El detallismo de la autora en su composición, en como ilustra los sentimientos y emociones en base a la decoración es también parte de su narrativa y es, además, una parte muy importante de la sensación de calma y cariño que ofrece en cada una de sus páginas.
El respeto de la autora por sus personajes y su mensaje es uno que se siente siempre constante. En la delicadeza de sus líneas, en la ternura de su desarrollo. Cada pedacito de sus relaciones denotan una pizca de su entrega y amor por lo que se representa en ellas y da como resultado un pequeño refugio extremadamente azucarado que, no obstante, nunca llega a sentirse como algo empalagoso. Si hay algo que se pueda esgrimir en su contra es que, quizás, termina demasiado pronto.
Obras como El secreto de Madoka siguen siendo una rara avis en el medio. Una obra que rompe con lo establecido. Que muestra otro camino a seguir. Pero, y aún más importante, que no lucha contra las barreras que se levantan a nuestro alrededor, sino que demuestra la inefectividad de las mismas. La inocencia y dulzura que esboza Kingyobachi Deme a través de su narrativa y estilo se elevan mucho más arriba y normalizan algo que miles y miles de personas vivimos día a día. Porque lo normal no es lo que viene por escrito, sino lo que cada persona siente para sí misma. Y, aunque todavía quede mucho camino por delante, son pequeños títulos como éste, los que hacen que caminarlo sea un poco más fácil.
«[…] Pues igual deberías empezar a hacerlo sin avergonzarte. Da igual que seas un chico o una chica».
Óscar Martínez