BOY MEETS MARIA: LA IMPORTANCIA DE LA IDENTIDAD PERSONAL
En 2011 comencé a cambiar. Cerca de cumplir dieciocho años, con el bachillerato ya a mis espaldas, tomé la primera decisión que considero únicamente mía. Me dejé crecer el pelo, me teñí de rojo, me agujeree las orejas, comencé a pintarme las uñas… ¿Sabéis esos pequeños actos de rebeldía? Así me gustaba etiquetarlo en aquel momento. Escapar del bullying, de la etapa estudiantil, de una familia con la que no encajaba. Si bien, era parte de mi intención, no era la única.
Boy meets Maria, la obra de Peyo, me ha devuelto a mi 2011 particular. No era, precisamente, un momento donde lo alternativo fuese nuevo. Pero es parte del problema de criarte en un barrio pequeño, entre círculos sociales con ciertas motivaciones y bajo el amparo de una familia controladora y obsesionada con la fortaleza e imagen masculina. Nada nuevo, imagino, pero es un peso considerable cuando lo cargas sobre tus hombros. El primer paso hacia mi cambio, en ese momento, fue liberador.
Esa rebeldía de la que hablo era la máscara de esa liberación. El tirar abajo todo que conocía y romper todos los lazos con lo que me había estado ahogando —ojalá fuese tan fácil— hasta el momento. Pero, en realidad, y no puedo evitar recordarlo a cada página que paso, lo verdaderamente liberador fue el sentir que, por primera vez, era quién yo quería ser. Una muestra de sinceridad.
La sinceridad ante todo
Hay algo en ese tono juvenil, tan alocado, sincero y divertido, que forma una parte intrínseca de Boy meets Maria. Por supuesto, esto es una nota subjetiva, pero me gusta pensar que es parte de la intención de la obra, el intensificar esos momentos. Taiga, su protagonista principal, busca ser un héroe. Casi como si de un protagonista del shonen más clásico que puedas imaginar se tratara. Pero su heroicidad no reside en sus logros, sino en su forma de ver el mundo.
Es, de nuevo, esa sinceridad la que corta la obra y la ejemplifica. Porque es una obra que se abre y que invita a hacerlo junto a ella. Es juvenil, desde luego, pero es consciente a su vez. Boy meets Maria habla de toda la mierda, con perdón, que hay en el mundo a través de las escenas más pequeñas. Y lo hace, siempre, hablando desde el corazón.
Lo hace con Taiga y su obsesión con Maria, una chica de la que se enamora a primera vista. Pero también lo hace con Yuu, una tormenta emocional incapaz de comprender del todo su propia identidad, rodeado de muros que limitan su condición y le obligan a tomar caminos predefinidos. Caminos que ignoran, olvidan y borran cualquier posibilidad de que sea su propia persona, y no el resto, quien decida quién quiere ser realmente.
Y es que, en su superficie, Boy meets Maria podría considerarse como una suerte de comedia romántica con un desarrollo —en cuanto a tiempos y en relación al descubrimiento personal se refiere— similar al que presenta Historias de Amor. Pero más allá de ello, resulta mucho más. Resulta fruto del miedo, de la confusión, de la sombra que proyectan ciertos muros y la forma tan normalizada con la que cruzamos siempre a su sombra, muchas de las veces sin llegar a preguntarnos siquiera la necesidad de esos muros.
Lo que hay tras las personas
Hace ya nueve años que di el primer paso. Nueve años y ha tenido que ser una obra del calibre de Boy meets Maria la que me empuje a volver a plantear ciertos dilemas. Y es que, bajo su superficie juvenil, la obra de Peyo ahonda en la identidad de género, en la absurda existencia de los roles que nos atan y limitan. De como no solo nuestro entorno, sino incluso nosotros mismos, nos obligamos a aceptar ciertas reglas, como si de una imposición divina se tratara.
Boy meets Maria ejemplifica esas reglas, las pone bajo contexto y nos invita a contemplar y a entender cómo sienta vestir esos absurdos disfraces tejidos a través de convicciones, de miedo e inconformidades que se celebran en la existencia de una normalidad concebida solo para la comodidad de tantos. Cómo es sentirse arrollado por una corriente que te supera, que se forma a través de tus círculos, de tus compañeros, de tu familia… Sin necesidad de ir más allá del romanticismo juvenil, Peyo habla de todos esos sentimientos arrinconados, de esos caminos que evitamos por miedo a las repercusiones. Pero también habla del coraje, de lo liberador que resulta ser, simplemente, une misme.
Al final, Taiga no es un héroe por sus actos, sino por su capacidad de comprensión. Por sentir y amar más allá de lo que suponen las concepciones generales. Yuu lo es al ser capaz de superarse a sí mismo, al sentirse capaz de perseguir sus propios ideales y su propia identidad. La propia idea de la obra parte de esa misma heroicidad, de empujarnos a seguir siendo quiénes somos. A ayudar a otros a comprender que no todo se define bajo sus mismas reglas.
Han pasado nueve años desde que di el primer paso. Aún siento angustia y la ansiedad siempre gusta tener su papel tras el telón. ¿Y quién soy ahora? No lo sé, ni pretendo serlo. Estoy a gusto siendo quien soy, atendiendo a mi propia naturaleza, olvidando pretensiones y las cadenas de los roles de género. Pero, incluso así, Boy meets Maria me ha recordado algo. Sobre la necesidad de intentar comprenderse a sí misme antes que intentarlo con el resto. Sobre la necesidad de pararse a escuchar y hacerse a la idea de que la identidad nunca podrá estar regida por un conjunto de reglas generales.
Peyo tiene mucho que decir en una obra tan breve y simple como esta. Una lección de sinceridad que, si bien se dibuja sobre su propio romanticismo, no se aleja de la realidad. Dar más detalles sobre su contenido y su desarrollo sería arruinar una experiencia necesaria pero, por muy genérico que pueda sonar este reclamo, necesitamos más obras como Boy meets Maria. Obras que nos recuerden que nunca hay que cerrarse puertas, ni a otras personas ni, mucho menos, a une misme.
Óscar Martínez