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EL HOMBRE QUE MATÓ A DON QUIJOTE

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LOS ANTECEDENTES

Podríamos escribir muchas y muy ricas líneas sobre cómo hemos llegado hasta aquí. ¡Vaya, si lo hemos hecho! El hombre que mató a don Quijote, la última película de Terry Gilliam y en la que haremos valor de polisemia, lleva consigo la pesada carga de lo tortuoso. Desde que el sátiro británico leyera la inmortal novela de Cervantes allá por 1989 hasta su estreno en el Festival de Cannes este mismo mes, han pasado más de 10 000 días. Con sus 10 000 noches de techo, almohada y hasta un documental sobre el tormentoso rodaje. Por él han pasado cuatro don Quijotes y 3 Sanchos, siete productores y hasta un proceso judicial que se extiende hasta nuestros días. Por ello, y por todo lo que rodea a las siempre difíciles adaptaciones literarias libres, podemos decir sin temor a equivocarnos que se trata de uno de los filmes más esperados que ha alumbrado la historia del cine. Bien sea por el mismo Gilliam, siempre a su manera, bien sea por Adam Driver como elemento principal del elenco, o aunque solo sea por el morbo. El hombre que mató a don Quijote es la confirmación misma de un ideal, y la cinefilia, siempre al quite, tenía ganas de comprobar si era una genialidad o la obra de un loco.

LA PELÍCULA

Una búsqueda rápida en nuestro motor de confianza nos dice que la ensalada perfecta tiene que comenzar con unos buenos ingredientes frescos. Mal empezamos. El hombre que mató a don Quijote cuenta con una de las caras más frescas del planeta cine como es Adam Driver, pero también con un guion caducado, un montaje en mal estado y hasta ciertos hongos de misoginia carcomiéndose la película aquí y allá. La nueva película de Terry Gilliam huele a encierro y al vago recuerdo de la brillantez, un aderezo agrio para ponerle regusto caótico a un proyecto maldito. La mezcla de sabores, texturas y estados de conservación, tan variopintos como difíciles al ojo, nos hablan de una película construida en tres actos bien diferenciados.

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Allá donde el guion original sugería una ensoñación, el resultado final es simple, es desastre narrativo y es las dos cosas juntas. Y con la narrativa de siempre, la de contar historias, la de los relatos simples y simplistas. Pues no hay manera. Es cierto que ningún filme de Gilliam ha hecho de la coherencia su estandarte (y ahí radica lo excelso de estos), y es precisamente ese el gran mal ahora. El preludio, tan tedioso como innecesario, nos dibuja personajes relativamente sólidos para luego hacerlos saltar por los aires en un caos absurdo. Es cierto que hay destellos de brillantez y las dos horas largas del filme no parecen tanto un ataque de director como una necesidad que explican dos décadas de mejoras, pero el plato es pobre. Y llega tarde. Y duele.

ELLOS Y ELLAS

No pillamos a nadie por sorpresa al afirmar que Adam Driver es uno de los actores en mejor forma del cine moderno. No solo aquí hace de director perdido en La Mancha y de Sancho malherido, sino que viene de ser Kylo Ren en Star Wars y rodar con directores tan prestigiosos como Jim Jarmusch o Spike Lee. Casi nada. En El hombre que mató a don Quijote, el desgarbado actor de pasado militar sostiene las ruinas con sus propios gestos de desesperación y es una de las pocas luces de la producción. Más allá de Driver, lo yermo. Quizás Olga Kurylenko cumple y entrega una buena interpretación, pero el tufo machista que la película le imprime a su personaje tira todo por la borda.

LA SORPRESA

Lo más sorprendente de El hombre que mató a don Quijote es su autoconciencia. Aunque a veces se olvide de ella y se empiece a tomar en serio con horrible resultado, la película de Terry Gilliam se sabe satírica y paródica, añadiendo un toque refrescante a la mezcla.

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LA SECUENCIA/EL MOMENTO

Sin revelarles nada crucial de la trama, quédense con lo primero que nos ofrece el filme. Terry Gilliam, más papista que el papa, avisa de que la película ha estado cinco lustros en producción. Y que, bueno, este es el resultado de la epopeya.

TE GUSTARÁ SI…

Puedes entender que el valor de la película trasciende su tortuosa llegada a buen puerto. Más allá de eso, la ensalada.

LO MEJOR

  • El tono autoparódico de ciertas escenas.
  • Adam Driver, firme en el rumbo interpretativo.

LO PEOR

  • La dirección y el montaje, caóticos
  • El tono misógino de ciertas escenas, en las que las mujeres son un maniquí.
  • Todo el primer acto.

Matías G. Rebolledo

 

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