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CINE DOSSIER CINE

EL DESTIERRO: LA GUERRA Y EL FRÍO

Cuando hace unos meses publicamos nuestra retrospectiva sobre el cine de la Guerra Civil incluimos, sólo faltaba, grandes títulos de grandes personajes. Acudieron a la cita Alfredo Landa, José Sacristán y Adriana Ozores entre tantos otros. Hubo ilustres de nuestro cine como Berlanga, Mercero, Saura o Medem, y contamos con presencia internacional de la talla de Ingrid Bergman y Gary Cooper. También estuvieron presentes, de una forma u otra, Fernando Fernán Gómez, Max Aub y Ernest Hemingway. Hubo, en fin, de casi todo. También hubo quien recordó (pese a la evidencia de que todas las películas no iban a caber) ausencias significativas: La lengua de las mariposas, Libertarias, Los girasoles ciegos, El espíritu de la colmena… La lista es larga (no puede no serlo) y quizá en algún momento toque poner en marcha una segunda parte. Pero de momento, precisamente por esto (o porque sí), hemos querido dedicarle unas líneas a una película que, sin duda, lo merece.

En 2007 se estrenaba Paseo, un cortometraje (nominado al Goya) de Arturo Ruiz Serrano, protagonizado por José Sacristán, Paco Tous y Carlos Santos, que no se deben perder y que trataba de servir de homenaje a las víctimas de la Guerra Civil. A todas, de hecho, pues no se distingue uniforme alguno ni se mencionan ideologías. Un poeta, un campesino y un soldado están esperando en un cerro, mientras el soldado llora porque nunca se ha declarado a una mujer. Esta mención es pertinente debido a que, poco después, en 2015, llegaba la primera película de este director: El destierro, un título que tuvo una fría acogida (pese a que presentó trece candidaturas a los Goya, que bien podrían haber valido alguna nominación) pero al que afortunadamente podemos volver gracias a Filmin.

Protagonizado por Joan Carles Suau, Eric Francés, Monika Kowalska (La rusa) y Chani Martín, cuenta la historia de cómo, durante la Guerra Civil, un joven religioso llega a un puesto de vigilancia en mitad de una montaña nevada. En mitad de ningún sitio, por tanto. Una pequeña cabaña que ejerce de fortín donde conoce a su compañero, con el que tendrá que aprender a convivir los próximos meses en esa zona que, se dice, vuelve locos a los hombres.

El destierro

El minimalista punto de partida nos lleva a esas historias en las que los personajes deben permanecer en un punto concreto, bien por necesidad, bien por deber. En este caso, la nieve es casi un personaje más, trayendo a la memoria películas como El gran silencio, Condenados a vivir, Las aventuras de Jeremiah Johnson o Los odiosos ocho. La fotografía, la música (maravillosa, de Iván Ruiz Serrano), la ambientación y el trasfondo son constantemente desoladores, haciendo juego con lo que está pasando en esa España y, muy especialmente, en el interior de la cabeza de esos personajes.

LA GUERRA QUE CAMBIA A LOS HOMBRES

No encontramos una separación maniquea entre el bien y el mal, sino que cada cual tiene sus ideales, fundados sobre algo más o menos razonable, pues a todos les ha afectado la experiencia de forma inevitable a la hora de percibir el mundo, y todos se rigen por unos principios que son como mínimo comprensibles. El soldado del llamado bando nacional que lo es simplemente porque le dieron el uniforme primero, pero que sigue con preocupación las noticias de los bombardeos sobre Madrid, donde se encuentra su familia; el franquista convencido al ver la suerte que habían corrido muchos de sus compañeros religiosos; el oficial al que la guerra ha arrancado su condición humana…

La acción se desarrolla en una pequeña y fría cabaña de piedra, de unos tres metros cuadrados. Ahí tiene lugar el encuentro entre el idealista inocente, culto y creyente que acaba de salir del seminario, y el hombre que ya ha visto el mundo, rudo, conocedor del medio que le rodea, y que no tiene tiempo para una épica que carezca de sentido práctico.

Hay muy poca esperanza en El destierro: la guerra, la muerte, las gélidas temperaturas, la soledad, las dificultades, la preocupación por la familia, la separación de hermanos entre bandos… Y la poca esperanza que se muestra (la amistad, pese a todo) también resulta dolorosa. Los personajes empiezan a entender que, lo que hizo a otros hombres mirar de reojo el fusil como quien mira una salida prematura, no fue sólo vivir entre el frío.

Pablo Núñez Noriega

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Walter Murch tiene la teoría de que la felicidad es dedicarse a lo que te gustaba con diez años, y yo tengo un problema porque en mi caso no recuerdo con exactitud de qué se trataba. Mientras tanto, hablo por la radio y escribo en sitios. No confirmo que fuera lo que me gustaba con diez años pero tampoco lo descarto.