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CRÍTICA: DE CAPERUCITA A LOBA

ANTECEDENTES

No sucede todos los días que se convierta en película una historia que previamente fue obra de teatro, y antes de eso, libro. La creación de Marta González de Vega (guionista curtida en El club de la comedia) puede enorgullecerse de ser una de esas rara avis. Publicó en 2015 su primer libro en solitario, De Caperucita a loba en solo seis tíos, y un año más tarde se echaba sobre los hombros su adaptación teatral homónima, que se representa desde hace ya siete temporadas en el madrileño Teatro Fígaro. Recientemente, Marta ha escrito junto a Santiago Segura las taquilleras sagas de Padre no hay más que uno y A todo tren, además de participar en ellas como actriz. Pero es ahora su proyecto más personal y representativo el que llega a la gran pantalla. El 5 de abril De Caperucita a loba da el salto de las tablas a las salas de cine, con González de Vega como protagonista absoluta (como no podía ser de otra forma) y firmando el guion que dirige Chus Gutiérrez (Sin ti no puedo). 

LA PELÍCULA

De Caperucita a loba advierte, ya de entrada y en todos sus formatos, de lo que es y no es una loba en esta historia: no es una devora-hombres, si no alguien que ha aprendido a reírse de sí misma y de las cosas que le pasan (centrándose en el ámbito amoroso), por patéticas que sean. Una premisa aplicable a mujeres y a hombres por igual, aunque al estar narrada desde la perspectiva femenina, sin duda serán ellas las que más podrán llegar a empatizar con las situaciones que se plantean a lo largo de esta suerte de manual de supervivencia al chasco (y resurgimiento) que nos lega la protagonista que, claro está, se llama Marta y también es guionista como la artífice de libro, obra de teatro, y ahora también largometraje. 

Este último ha perdido la coletilla de «en solo seis tíos» de su título, pero todos ellos se mantienen en el contenido. Es más, se materializan para el espectador por vez primera, puesto que en formatos previos los conocíamos únicamente a partir del monólogo experiencial de Marta. Cada uno de ellos es un “hombre tipo” y encaja en una clasificación que, si bien da rienda suelta a los clichés y lugares comunes, sirve para esquematizar y avanzar en el viaje de nuestra protagonista, que no es otra cosa que un aprendizaje a base del aquí denominado sistema de ensayo-hostión. Sin embargo, no es hasta que Marta empieza a darle la vuelta a la tortilla y no dejar que las decepciones sentimentales le afecten o la hundan, cuando se genera un efecto rebote que hace a la cinta alcanzar sus cotas más divertidas y diferenciadoras. Pues si bien el mensaje que lanza es claro y empoderante, es difícil de acallar la sensación de que ya hemos visto un buen puñado de ficciones parecidas antes. 

En la risa está el poder, reza el eslogan de la película. Pero el verdadero poder de la misma reside en el desparpajo de Marta González de Vega para contar de una forma amena y ocurrente, algo tan cotidiano como manido. Al fin y al cabo, no en cualquier cinta se tiene El viaje al amor de Punset como libro de cabecera, ni te cortan la Gran Vía para llenártela de unicornios. De Caperucita a loba no viene a inventar nada nuevo, tan sólo quiere hacernos pasar un rato agradable y, si cabe, que empecemos a ver los desencantos de otro color. 

ELLOS Y ELLAS

Los hombres que pasan por la vida de Marta están interpretados por caras muy conocidas del panorama humorístico español. Berto Romero, David Guapo o José Mota son algunos de ellos, junto al actor peruano Marco Zunino, Santiago Segura en un pequeño papel, y algún que otro cameo que nos reservamos. Especialmente gusta ver a Romero, Guapo, Mota o Segura en una tesitura relativamente comedida, marcada por el humor de la película que no es ácido, ni tampoco descacharrante o estridente. Todos ellos cumplen y saben estar a tono con una vis cómica muy asequible a cualquier tipo de paladar.

Aparte de ellos, se suma a la película el entorno más cercano de Marta. Sus amigas, a las que dan vida Melania Urbina y Martita de Graná, destacando la segunda por su mayor participación y por ser la encargada de citar a Punset ante cualquier agobio; y sus padres, interpretados por un atinado Antonio Resines, y una siempre estupenda Elena Irureta.

Todos ellos conforman un buen acompañamiento, pero ni por un instante deja Marta de ser la dueña y señora de la función (el guion está inteligentemente diseñado y adaptado para ello), demostrando por qué ella sola se basta y se sobra para sostener un show como este sobre el escenario.

LA SORPRESA

En el visionado de De Caperucita a loba lo que nos encontramos es una traslación muy orgánica del teatro a la pantalla. Lo que en su medio originario era monólogo, hace aquí visibles y palpables los elementos que hasta entonces solo se recreaban en la imaginación del lector/espectador a través del relato de la protagonista. Sin embargo, valiéndose de recursos como la voz en off o la ruptura de la cuarta pared, la película ha sabido preservar la esencia de diálogo con la audiencia que, además de ser una de las claves de su éxito, aporta un toque original y dinámico a la propuesta. 

LA SECUENCIA / EL MOMENTO

Todos nos hemos visto alguna vez en la tesitura de que una amiga o amigo nos eche un cable respondiendo a los mensajes de un ligue, un ex, o la persona con la que estamos saliendo. Pero que el asesor sentimental sea nuestro padre es otro nivel. Antonio Resines junto a Marta, protagoniza uno de los momentos más simpáticos de la cinta y hace echar en falta más minutos suyos en pantalla.

TE GUSTARÁ SI…

Si disfrutas con las comedias (sin pretensiones de desternillarte) sobre amoríos y patetismo ajeno, puedes pasar una amena hora y media. Si eres fan del hit de Marta González de Vega, o si lo tenías pendiente pero aún no habías tenido ocasión de verlo o leerlo. 

LO MEJOR

  • Marta González de Vega.
  • Que el formato fílmico ayude a difundir la obra. 

LO PEOR

  • En un inicio puede costar ligeramente acostumbrarse a la narración constante.
  • Como tal, no cuenta nada que no hayamos visto antes.

Aitziber Polo

 

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Criminóloga con sueños de directora. Pisé el cine por primera vez a los dos años. Con siete vi cómo un cocodrilo gigante se zampaba una vaca entera de un bocado en Mandíbulas, y empecé a leer a Stephen King (y así me he quedado). Mi película perfecta tendría guión de los Coen, banda sonora de Zimmer + Horner y plotwist made in Shyamalan.