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Crítica de Drifting Dragons
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DRIFTING DRAGONS: UN MOTIVO PARA SURCAR LOS CIELOS

El cielo es un denominador común en la fantasía. Territorio inexplorado, objetos de leyendas y creencias. Aquello que se encuentra por encima nuestro, nos vela y nos asusta a partes iguales. En general, el cielo es siempre objeto de los ojos del ser humano, del deseo, de los sueños y fruto e imagen del imaginario de quienes no tienen la oportunidad de compartir su espacio.

La imagen que plantea Taku Kuwabara es una de ellas, uno de esos sueños impensables donde el hombre explora los cielos en busca de criaturas ajenas a nuestra realidad. Un viaje sin origen ni fin que busca explorar mucho más que el cielo y sus habitantes. Una que nos llega ahora, a través de Polygon Pictures con la idea de adentrarnos en un mundo de fantasía sin igual.

Explorando los cielos

En esencia, Drifting Dragons no es más que otra obra que pretende mostrar, por un lado, el potencial del ser humano para superar sus propios límites pero, por otro, también la horrible tendencia que tiene nuestra especie a convertirse en cazadora y destructora de todo aquello cuanto toca. Una obra de dualidades que, lejos de centrarse en ello, tiende a hablar también tanto como puede de sus personajes. Y es que el trabajo de Kuwabara es mucho más que la definición explícita de su título y construye entre sus líneas un entramado de conexiones, relaciones y personales que moldean y pulen una obra repleta de matices.

Una que nos sube a bordo del Quin Zaza, una nave draconera que, como su propio nombre adelanta, habitan una suerte de piratas aéreos (por utilizar, como referencia, un término extendido en el género) que, lejos de dedicarse al pillaje, se centran en la caza de los verdaderos reyes del cielo: los dragones. Una idea particular, que no parece distar especialmente de otros tropos del género pero que consigue diferenciarse con extrema facilidad a través de su particular forma de hilar historias y efectos entre ellas.

No solo lo hace a través de su espectacular dinamismo y la forma en la que la obra juega con sus actores y actrices, sino que también se apoya en su sorprendente espacio gastronómico para matizarla con un toque tan inesperado y valiente como funcional y divertido, que hace de su combinación todo un espectáculo digno de ver en movimiento. Su excentricidad juega siempre a favor de una de las obras más sorprendentes de la temporada.

Rompiendo con los tropos

Una sorpresa, insisto, que llega por múltiples factores. Y es que el apartado argumental de Drifting Dragons es uno que sobreescribe conceptos clásicos de la fantasía pero que, de una forma u otra, consigue llevar a su propio territorio y transformar para ofrecer una nueva versión, tan propia como cuidada. Lo hace, notablemente, a través de la figura del draconero. Más que un pirata, pero tan temido como los mismos, los tripulantes de estos barcos no son más que parias para la sociedad. Navegantes de un cielo que los acoge ante la negación que encuentran en tierra.

Es algo que la obra nos muestra en su propio inicio. Los protagonistas de la obra son estigmatizados, tratados como poco más que mercenarios. Objetos necesarios para el progreso del comercio y la estabilidad de la sociedad que representa pero también desechables una vez han cumplido con su cometido. Fruto del complejo y del desconocimiento. A sus tripulantes se les trata como portadores de la desgracia, aludiendo a supersticiones como la idea de que sus barcos acercan la destrucción y atraen a los dragones. Temibles bestias mitológicas capaces de arrasar poblados en un instante, pero también codiciados, investigados y adorados por muchos.

A su vez, las relaciones entre los tripulantes y sus trasfondos resultan de una importancia vital para el desarrollo de la obra. Aunque sus primeros capítulos hacen poco más que una función meramente introductoria, es fácil identificar la valentía excéntrica de Mika —así como su pasión por la cocina, que escenifica la principal columna gastronómica de la obra—, la positividad de Takita, que comparte parte de la fuerza del elenco femenino junto a Vannie, un personaje que despierta tanto arrojo como fortaleza, o Jiro, que desde su inicio denota cierto arrepentimiento y la huella de un pasado trágico.

Todos ellos y ellas, toda persona a bordo del Quin Zaza, tiene una historia que contar y que se da la mano con las múltiples incursiones que representa la obra en combinación con su componente épico y la facilidad de la obra para adaptar el lado gastronómico y, por lo general, más cómico, que enfatiza el lado más amable de la misma y sirve para reducir las tensiones que marcan el epicentro de su narrativa.

Adoptando un estilo propio

Polygon Pictures vuelve a sorprender haciendo uso del 3DCGI para llevar a cabo la adaptación de Drifting Dragons. Un estilo que la productora ya ha demostrado antes con obras como Knights of Sidonia o la actual Levius y que, para sorpresa de todos, consigue adaptar a la perfección sobre las líneas de la obra de Taku Kuwabara. Un punto precedido por obras como Houseki no Kuni o Beastars que han roto las barreras del género y la animación 3D, abriendo las puertas a un nuevo esquema que, en términos generales, el medio siempre ha rechazado.

El escepticismo sobre su animación se topa con un imposible que redefine el estilo único de Kuwabara para ofrecer una versión que rebosa dinamismo y potencial junto al uso de una extensa paleta de colores capaz de dotar a su rico mundo de notables detalles. Algo que, además, refuerza especialmente las expresiones de sus personajes y aporta, en líneas generales, una destacable puesta en escena por parte de sus actores y actrices, potenciando su particular forma de observar al elenco de la serie. Sin embargo, su estilo juega en contra de su pasión gastronómica, que pierde parte de los detalles que ofrece el autor japonés en sus líneas — motivo de más para que os adentréis en la magia de su versión original, sino lo habéis hecho ya.

En líneas generales, Drifting Dragons se convierte en una de las grandes sorpresas de la temporada. Una obra que, sin resultar sobresaliente, destaca notablemente gracias a su excentricidad y la forma de cambiar las mecánicas clásicas que arrastra consigo el género. Un título que rebosa originalidad y se atreve a dar un paso por el cambio a través de una animación 3DCGI que resalta el potencial de un fantástico elenco donde Kuwabara pone especial énfasis en el protagonismo femenino. Una entrega que se cuece a fuego lento —aún queda mucho por ver— junto a un puñado de condimentos y matices que consiguen ofrecerle un sabor inigualable.

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Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.