El Palomitrón

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Z, LA CIUDAD PERDIDA

Charlie Hunnam y Tom Holland en Z, la ciudad perdida- El Palomitrón

No digas más: echas de menos el cine de aventuras, el de siempre, el de toda la vida, ese que nos hacía embarcarnos en apasionantes viajes a otros mundos, mundos verosímiles, nada de galaxias lejanas ni futuros distópicos, sino aquí, en la Tierra, que ya es bastante. Te da la impresión de que el género ha dado un giro (y varias piruetas) hacia el espectáculo pirotécnico, hacia el bombardeo constante de efectos especiales, y añoras los tiempos en los que el protagonista era un explorador, no un karateka, y su mayor arma era su brújula. Cómo te gustaban esos hombres y mujeres que eran como tú, personas con inquietudes, intrépidas, deseosas de adentrarse en lo desconocido porque sabían, como sabes tú, que el hogar da seguridad y la chimenea calor, pero para sentirse vivo a veces hay que remangarse, hundir las piernas en el barro y abrirse paso entre los matorrales, solo para llegar al destino y hallar lo insospechado, que a veces es uno mismo. Y justo cuando empiezas a lamentar que nadie vaya a llevarte ya de aventura alguien aparece, llamémosle James Gray, para cogerte de la mano y sacarte de paseo amazónico.

El director estadounidense recupera en Z, la ciudad perdida el estilo narrativo del cine de aventuras más clásico y lo dota de una estética agradablemente anticuada, conscientemente demodé. En ella cuenta la historia de Percy Fawcett, militar, arqueólogo y explorador británico que realizó numerosas expediciones al Amazonas para tratar de encontrar una civilización perdida y, de paso, demostrar que aquellos a quienes llamaban salvajes eran en realidad personas provenientes de una cultura tan antigua y rica como podía serlo la inglesa. La película se toma su tiempo para establecer las bases del relato antes de sumergirnos en la acción, presentando adecuadamente tanto a los personajes como el contexto político y social de la Inglaterra de principios del siglo XX. Los amantes del alboroto y la taquicardia se llevarán un buen susto y se preguntarán constantemente cuándo va ponerse la cosa emocionante. Para los demás, cada pequeño hallazgo del explorador, cada paso que se adentra en ese territorio inexplorado, cada fugaz encuentro con los indígenas les evocará un maravilloso sentimiento de descubrimiento.

Charlie Hunnam - El Palomitrón

Charlie Hunnam (Hijos de la Anarquía) y un barbudísimo Robert Pattinson encabezan la expedición, bien secundados por Sienna Miller y Tom Holland. Los cuatro forman el núcleo interpretativo de Z, la ciudad perdida y lo hacen bien aleccionados por el director para que su trabajo funcione acorde al aroma clásico del conjunto. Pero el gran protagonista aquí, el encargado de envolvernos con sus imágenes y meternos de lleno en la aventura, es el director de fotografía iraní Darius Khondji. Su nombre no acapara portadas ni resulta demasiado familiar para el cinéfilo común, pero la cosa cambia si recordamos que es el director de fotografía de películas como Seven (David Fincher), Evita (Alan Parker), My Blueberry Nights (Wong Kar Wai), Amor (Michael Haneke) o Medianoche en París (Woody Allen). El talento de Khondji dota a la película de la textura idónea y consigue situarnos en el centro de la acción, con el sol castigando cruelmente nuestros ojos y los bravos ríos amenazando nuestra estabilidad.

Paisaje Amazonas en Z, la ciudad perdida- El Palomitrón

Claro que no todo van a ser elogios. Porque, si bien el ritmo pausado de algunos pasajes de Z, la ciudad perdida está justificado por el deleite en cada instancia del viaje, la duración de 140 minutos acaba pesando al final del metraje. Da la impresión de que, en el tramo final, al director le haya picado algún insecto amazónico que lo ha hecho entrar en un cierto estado de somnolencia. Un pequeño lastre para una obra que, por lo demás, resulta francamente interesante y repleta de una genuina emoción de las que ya rara vez vemos. Una aventura de las de antes.

LO MEJOR:

  • El aroma clásico del relato, conscientemente anticuado.

LO PEOR:

  • La excesiva duración acaba pasando factura.

 

Alex Merino Aspiazu

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