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BIBLIOTECA: YONA, PRINCESA DEL AMANECER #18

Mizuho Kusanagi ha evolucionado mucho a lo largo de su obra. Norma Editorial ha editado ya más de once tomos de la misma. Los cuales hemos leído y analizado hasta ahora, embarcandonos en la aventura de Yona y compañía. Descubriendo sus miedos y temores. Pero también sus sueños.

¡Sigue el viaje de Yona y sus compañeros junto a nosotros!

Mucho ha cambiado ya aquella pequeña princesa que vivía el exilio y el asesinato de su padre como el fin del mundo que la cubría. Pero también ha cambiado mucho para la mano que se encarga de mover los hilos. No solo es que Kusanagi haya logrado una notable mejora en la dirección de su arte —logrando ofrecer una nueva profundidad a ese estilo shojo que ya perfilaba en otras obras como Yoiko no Kokoroe o NG Life— sino que además consigue diseñar nuevos movimientos narrativos que hacen de Yona, Princesa del Amanecer una obra completamente única.

Reseña de Yona, princesa del amanecer #18


La fantasía de Mizuho Kusanagi ha mutado a lo largo del desarrollo de Yona, Princesa del Amanecer. Es un pretexto que, entre otras, daba apertura a la crítica del décimo séptimo tomo de la misma. Con todo, y frente al inconformismo que buscan nuestras palabras en estas entregas, podríamos aplicarlo a lo largo y ancho de la antología que la autora ha realizado hasta ahora. Y es que el tiempo no solo ha sido medida de cambio para su protagonista, sino para la misma autora. Lo que fue ya no es lo que es. Pues Yona, Princesa del Amanecer se encuentra ya tras los propios límites de su fantasía.

Así lo firma Kusanagi con una entrega que se desmarca por completo de lo que vimos en la anterior. En este cambio de escena que abrazaba lo político, que sumaba a la interferencia del usurpador, a la ignición de un reino que se encontraba estancado en una falsa paz que daba cobijo a lo inhumano; al trasfondo más oscuro que crecía en las sombras de un país derrotado por su propia política.

Un espectro social y político que nos llevaba, también, a la versión más cruda de su narrativa. A esas escenas que tomaban la violencia de la mano y formaban un macabro baile que, hasta ahora, no había atrevido a dar más allá de dos tímidos pasos en el plantel de una obra que se intuía, ante todo, romántica. Y es que sin dejar de lado ese factor, Yona, Princesa del Amanecer #18 toma todo lo visto en el volumen anterior y lo transforma en todo un exponente personal que da forma al futuro de la obra. Una catarsis emocional que se desarrolla a través de uno de los giros argumentales más fuertes de la obra.

«Podéis cortarme las veces que queráis. Yo soy el escudo que los protegerá a todos»

El despertar de Zeno no se convierte en el giro en sí mismo. Y es que la fuerza de Kusanagi para tejer una historia llena de contrastes y cambios sin caer en incoherencias argumentales no recae, necesariamente, en la habilidad para mantener sus intenciones en las sombras. Y la idea de el chico fuese uno de los cuatro dragones originales se encontraba ya latente en su misteriosa personalidad. Algo que, además, la obra pasa casi de puntillas, centrándose no tanto en su origen, sino en su camino.

Y es que el desarrollo de la batalla nos muestra la versión, insisto, más cruda de Kusanagi a la hora de esgrimir la pluma. Una violencia extrema que incluye el desmembramiento del chico, que cede su siempre radiante sonrisa a una expresión de pura frialdad que juega con la dualidad emocional de un guerrero que detesta la guerra. Un hecho que saca a relucir el portento de la autora al narrar, no tanto a través de su acción, sino a través de las expresiones en los cambios de Zeno o las miradas de miedo de Yona. Una técnica recursiva en la obra que evita en mayor medida los conflictos abiertos para narrar desde lo más profundo de su ser.

Y es que la batalla apenas se extiende a lo largo del primer capítulo del volumen. Una muestra más de como Yona, Princesa del Amanecer, masteriza su género y evoluciona sin necesidad de adaptarse a otros derroteros. Una preciosa muestra que se atreve a cerrar, no con el miedo y la desesperación que muestra a lo largo de su ruptura, sino con lágrimas, abrazos y risas. Un cierre espectacular de su primer centenar de capítulos que resume toda su esencia y se convierte, sin lugar a dudas, en un exponente de lo que ha realizado hasta ahora.

Pero, por supuesto, esto no es todo. Porque, si bien volvemos a la recursiva estructura de la calma tras la tormenta, Kusanagi decide poner toda la carne en el asador y nos vemos envueltos en medio de un huracán que se resume con esta catarsis emocional que tanta fuerza le da a un volumen que, a riesgo de repetirme, se atreve a ir más allá y suponerse como el más emocional y altivo de toda la serie.

La idea de que Zeno sea el primer —y único— Dragón Amarillo no deja de ser un cliché clásico del género. El guerrero milenario que vuelve en tiempos de necesidad. Pero Zeno no es ese guerrero. Zeno no es un guerrero. Y, de hecho, cuando la obra nos introduce en su propio arco, en el flashback introspectivo donde nos muestra su historia y la de los cuatro dragones originales, se nos descubre que el chico nunca llegó a serlo.

Un arco repleto de punzadas melancólicas que, sin llegar a jugar con el misterio, nos permite tirar poco a poco del hilo, consiguiendo así no solo empatizar con su protagonista, sino también con el resto de actores. Con la idea de que cuando todos se vayan, Zeno será el único que conserve su cuerpo y mente a través de los siglos. Una historia que va más allá de la redención y que, más pronto que tarde, también va más allá de los cuatro dragones. Nos muestra como es el chico quien forma el pilar básico del Reino de Koka, como el resto de sus compañeros se convierten, a su vez, en los precursores de las leyendas mientras sus vidas se apagan poco a poco.

Una catarsis emocional que nace antes de que Zeno se encuentre solo, sin un lugar al que volver, sin una sola persona a la que pertenecer. Vemos sus designios, su destierro personal en una búsqueda de su propia identidad que le lleva incluso a enamorarse antes de que el tiempo lo abandone a su suerte una vez más. Vemos su lado más oscuro, pero también su lado más claro. La aceptación de un destino tan frágil como cruel, que aboga por una salvación cuando, algún día, el rey Hiryuu vuelva a caminar sobre la tierra. La insistencia por un amor irracional que supera a la muerte y a la propia inmortalidad y que su narrativa utiliza como recurso para evitar los clichés clásicos del género, haciendo del actor algo que dista millas del clásico ser inmortal.

Con estas, Kusanagi aprovecha la situación y enmarca todo un viaje atemporal que no solo sirve para que tracemos la inevitable empatización con Zeno sino que además se atreve a introducir cierta dosis de fanservice, llevando al Dragón Amarillo a cruzarse, intencionadamente, con el resto de dragones actuales. Seguramente el acto más puramente emocional que ha marcado hasta ahora la obra que, además, se sustenta bajo la idea de ser el guía del resto. El escudo que los ha protegido desde un primer momento. Un testigo del mundo, que ya se encontraba tras la pista de Yona antes incluso de la ruptura política que da inicio a la aventura. Un giro que, insisto, si bien no rompe con toda la obra, sí que sirve par dar una vuelta de tuerca que repasa toda su historia y dispara una flecha cargada de nostalgia.

Ha sido una tradición, a lo largo de cada entrega que he comentado en estas líneas, el preguntarse cómo Kusanagi continuará el periplo de Yona, Hak y compañía. Sin embargo, y a las puertas de un conflicto abierto con el Imperio de Kai, la promesa de muerte por parte de Soo-Won y la revelación del origen de Zeno y el pasado de los dragones es difícil preguntar hacia donde virará la obra. Y es que la misma, tras casi una veintena de volúmenes publicados, se encuentra envuelta en un clímax argumental del que resulta difícil escapar. Yona, Princesa del Amanecer #18 se convierte en firma innegable del potencial de la obra. En declaración de su capacidad para convertirse en una de las entregas más firmes de su género.

Cómo es la edición de Yona, princesa del amanecer #18


El juego visual de Yona, Princesa del Amanecer es parte de su identidad. A lo largo de sus portadas hemos visto cómo la autora nos deja caer pequeñas pistas, pequeños avances de aquello que está por llegar. Sin embargo, la misma ha abrazado una importante simplicidad en las últimas entregas que, sin necesidad de resultar menos importantes, parecen acogerse a una menor complejidad para desatar toda su fuerza en el transcurso de sus páginas.

Así lo hace esta última entrega, que nos muestra a un Zeno radiante sobre un escaso fondo blanco. Un Zeno, que ya desde su propia portada nos revela ser mucho más que el Dragón Amarillo. El blasón de Hiryuu en su cuello y el tono de sus ropas, además de la inocencia de su mirada, nos revela la idea de que hablamos de los tiempos de la leyenda de los dragones. Una pequeña pista que nos deja, además, una de las portadas más apacibles de toda la serie hasta ahora.

Por último, nos encontramos de nuevo con una portada rústica con sobrecubierta clásica en un formato de 11,5 x 17,5cm y un total de 192 páginas divididas en un total de seis capítulos; de igual forma que en su anterior publicación. Añadir que, como en cada entrega, el volumen está perfectamente localizado a nuestro idioma cortesía de Sandra Nogués.

Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.