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ATELIER OF THE WITCH HAT, UNA RETORCIDA BÚSQUEDA DE IDENTIDAD PERSONAL

La magia es uno de los factores más usuales de la fantasía. No el único, por supuesto, pero si uno de los originarios de su nacimiento —como explicación inequívoca de todo aquello que escapa a lo racional— y más portentosos dentro de su imagen. Una que, con el tiempo, ha visto miles de formas y estructuras pero que, por norma general, cuenta con una serie de normas que se repiten a lo largo de sus infinitas apariciones en el arte.

La primera y más importante suele ser su propio origen y uso. En resumen, el hecho de que no todo el mundo puede hacer magia. Quizás sea un don innato, o se extraiga de algún tipo de familiar mitológico. Puede que se deba a una transformación o, si nos rendimos al trasfondo clásico del isekai, una simple “recompensa” como particularidad del nuevo mundo. Atelier of Witch Hat rompe con esa ley no escrita y dibuja un mundo que, sin alejarse de muchos de los pretextos que acompañan al ya anunciado, se convierte en toda una muestra de esfuerzo y superación.

El arte de la magia

Al margen de como Kamome Shirahama demuestra grandes dotes al trazar su pluma como herramienta para edificar un worldbuilding delicado y preciso, su mayor particularidad —su magia, porque no decirlo— se encierra en una nota disonante que rompe con la mayoría de partituras que hablan sobre esta escena fantástica. En la idea de que la magia sea una herramienta de la que cualquier persona puede disponer, sin dones, poderes arcanos o necesidades etéreas con las que no pueda contar una persona corriente.

El aislamiento del mundo mágico se edifica, a su vez, como la barrera entre humanos y magos en una poética ironía que sirve, las tantas de las veces, como separación entre aquellos que conocen el secreto y los que no. La magia está solo al alcance de unos tantos, pero no tanto por la existencia de un poder innato, sino por una tradición arraigada en el origen y la evolución de las artes arcanas con la única intención de proteger un poder capaz de modificar las leyes del mundo.

Así Shirahama da una vuelta de trescientos sesenta grados a la fantasía que propone y teje una red que no pretende tanto identificarse con la épica de la fantasía, sino que se atreve a experimentar con otro tipo de géneros y tempos y, sin necesidad de casarse con uno u otro bando, consigue destilar un estilo único que nos lleva a hablar de algo más que magia. De algo más que fantasía. Del esfuerzo y la búsqueda constante de la identidad personal.

La idea del crecimiento

No es algo nuevo. Y de hecho es todo un exponente dentro del medio. Pero Shirahama resulta ser una autora capaz de atrapar al lector en la mística de su mundo para que, antes de que puedas darte cuenta, te sientas completamente identificada con sus actores y actrices. Porque, en su más mínimo exponente, Atelier of Witch Hat no deja de ser un estudio de personajes que se dibuja sobre un mundo mágico.

Coco es el ejemplo más notable. La idea más cercana a la existencia de un “avatar” que no busca sino definir el sino de aquellas personas que se acercan a la obra. Una chica que sueña con hacer magia y que encuentra, tras su resignación, el don de la misma. Sin embargo, la autora gusta de realizar ciertos giros macabros sobre estas ideas de tono clásico y nos presenta un desarrollo personal que no se ciñe a la idea de ser una gran maga o convertirse en el próximo referente de su mundo, sino a la imperiosa necesidad de encontrar la forma de salvar a su madre, convertida en piedra en manos de la propia Coco al experimentar, sin percatarse de ello, con la magia prohibida.

Así, las líneas de Atelier of Witch Hat se acomodan sobre la estructura de un dulce slice of life antes de teñirse con la idea de un horror propio que su autora es capaz de diluir en la fórmula sin romper con la mística que la define en su mundo de fantasía particular. Porque la magia se considera como un bien al alcance de pocos capaces de obrar milagros con ella para facilitar la vida del pueblo. Pero en sus confines, se conoce que dichos poderes albergan mucho más que dichas simplicidades. Es un tira y afloja en el que Shirahama siente la libertad de retorcer ligeramente todos sus componentes para lograr una simbiosis de luz y oscuridad que coexisten en un mismo espacio como muestra alterna del poder de la magia.

Un hecho al que no se ata, sino que utiliza las tantas veces como contexto para narrar esa ansiedad personal que da forma a los característicos personajes que se dan cita en la obra. Y es que, incluso ante la dulce promesa de la obra, nadie se escapa de las horribles garras del miedo, la falta de confianza o la simple idea de crecer. Es, de nuevo, una fantasía que se ve corroída lentamente, y sin apenas rozar su aspecto, por su equivalente inverso en una búsqueda de identidad tanto por la obra como por sus propios personajes.

Coco es el más evidente, pero no el único. Qifrey demuestra, no solo sentir una ávida necesidad por enseñar, sino que además se muestra extremadamente protector con sus alumnas. Sin embargo, cuando los Sombreros de Ala aparecen en escena no teme en violar sus propias convicciones para lograr llegar hasta ellos. Agete será una de las mejores estudiantes de la escena, pero su obsesión por seguir los pasos de su familia se convierten en un ancla que la vuelve extremadamente elitista y áspera en términos sociales, tocando el límite entre la realidad y su plano existencial, delimitado por la necesidad de satisfacer los deseos de su familia. Y Riche se encuentra en el lado completamente opuesto, pero el miedo a aprender conceptos generales de la magia considerándolo como un método de pérdida de la identidad personal la convierte en una persona egoísta, que abraza el aislamiento por el mero hecho de sentir su alma diluirse en un mar existencial que solo existe en su propia mente.


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Con todo, la obra brilla al atreverse a ir un punto más allá. Al extrapolar este tipo de asperezas emocionales y llevarlas al plano de la obra sin necesidad de frenar en sus protagonistas. Y es que es en su cuarto volumen —el último publicado a la hora de escribir estas líneas— donde Shirahama parece poner toda la carne en el asador y se atreve a aplicar esa misma presión en mentes ajenas y mostrarnos la doble cara de la magia.

Corrompiendo la fantasía

La insistencia de la autora por explorar los vínculos emocionales entre sus personajes toca un nuevo punto en el desarrollo de este cuarto volumen. No solo nos presenta una nueva visión del vínculo que se forma entre alumno y profesor, sino que se atreve a exponerla sobre la magia y la utiliza como base para narrar los designios de un poder que va más allá del entendimiento original de la obra.

La introducción de Yuinii no solo sirve como contrapeso de lo visto hasta ahora —el aprendiz que no se ve arrastrado por su propia ancla, sino por la de un maestro que le detesta— sino que, además, se convierte en la llave que abre el arco de Riche y presenta su faceta más humana, al descubrir que la magia va más allá de lo que ella entiende como algo propio.

«No son garabatos. Es mi magia. No quiero deshacerme de mi propia identidad»

Es un pretexto que da rienda suelta al concepto de la anarquía sobre un sistema de límites difusos donde impera una ley de prohibiciones para evitar un caos mayor. Un pretexto que sirve de introducción al verdadero poder de la magia prohibida. Un arte perdida que Shirahama no entiende como un simple poder oscuro, sino como un summit de la reverberación de dicho poder. La capacidad de conseguir un cuerpo adulto en el caso de Agete, de mantener su forma para Riche o, simplemente, la de poder desvanecerse en las sombras, como propone para Yuinii, sin necesidad de vivir bajo la mirada ajena.

Así la magia prohibida se entiende como una tentación, no del clásico poder absoluto, sino de este contexto anárquico que no busca sino complacer al usuario mediante sus propias capacidades arcanas. Una idea que se olvida del supremacismo que muestra, por ejemplo, la clásica saga de J.K Rowling para abrazar un simple conformismo para uno mismo con la idea latente de ser capaz de provocar un caos irremediable — como muestra la obra a través de los desastres del pasado.

La otra cara de la magia en el mundo de Atelier of Witch Hat no reside sino en la identidad personal de la persona que sujeta la pluma. Una forma de corromper su fantasía desde lo más tierno en una búsqueda que, en esencia, no deja de ser una simple muestra de egoísmo y una inherente falta de capacidad para afrontar sus propios problemas. Una idea retorcida que se aleja de lo establecido y marca un punto y aparte en una obra que, insisto, no deja de hablar sobre algo tan simple y común como el esfuerzo y la búsqueda de nuestra propia identidad.

Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.