KUBO Y LAS DOS CUERDAS MÁGICAS: EL MONOMITO Y LA LEYENDA
En Kubo y las dos cuerdas mágicas, cuarto largometraje del estudio Laika, se equilibran tanto la pasión por la aventura como el valor de la indagación auto-reflexiva a través de los diferentes mecanismos que conforman el relato mítico. Todo ello sumado al exquisito trabajo del stop-motion, al que el estudio ya nos tiene acostumbrados, y al de la tradición del origami el film expresa una asombrosa y frágil belleza que transforma el visionado en un viaje sin parangón.
El origami en Kubo y las dos cuerdas mágicas introduce el relato a través de los espectáculos callejeros que ofrece su protagonista: Kubo, un cuentacuentos de corta edad, representa un teatro de figuras de papel que, ineludiblemente, no culminará ninguna de sus representaciones. Sin embargo, la película no tardará en desvelar que esta historia inacabada, un samurái hechizado y una coraza mítica, no es más que las bases de un relato que tendrá que culminar el propio protagonista, descubriendo una trama familiar que se desarrolla entre lo divino y lo mortal.
Este film, apto para todos los públicos, tiene tres líneas narrativas en las que el espectador puede profundizar. Desde la más superficial donde se nos relata los problemas de una familia y de sus relaciones al cuidado de un hijo, relato propio para los niños que reafirman la unión familiar, hasta la importancia de la narrativa y de los cuenta-cuentos en su función de configurador de la realidad, pasando por un viaje iniciático hacia la madurez de su protagonista y del espectador.
Kubo y las dos cuerdas mágicas es, sobre todo, una historia sobre cómo contar historias y sobre los contadores de historias. Su propio esquema narrativo se basa en el viaje del héroe o “monomito”, tal y como lo describió Joseph Campbell en su libro “El héroe de las mil caras”. Se sirve de él para configurar un relato mítico perfecto.
El inicio es crucial, no solo para comenzar el relato como una suerte de trovador medieval, sino para derribar la cuarta pared con el espectador. La película comienza con un narrador que indica al espectador cómo debe aproximarse al relato que va a tener lugar a continuación (“Si van a parpadear, háganlo ahora”), para luego dejar que sea la historia la que tome el control narrativo hasta un final en el que se recupera esta voz en off que cierra el relato. Apela directamente a la atención del espectador, no sólo como gancho, sino como aventurero que emprende este misterioso viaje.
Durante la primera parte del film Kubo hace alarde de sus dotes para tocar el Shamisen y sus habilidades mágicas, heredadas de su madre, para dar vida a sus cuartillas de papel. En este momento se imbrican dos aspectos importantes del film que de por sí andan muy unidas, la literatura y la magia. Kubo comienza a relatar la historia propia de su familia que, además de interiorizar en nuestros personajes y magnetizar con su fuerza al espectador, sirve de pautas que luego él mismo tendrá que experimentar. Y es que esto es muy importante en el hecho de contar historias, la adquisición de experiencias a la hora de escucharla y de vivir situaciones parecidas. En el film, el hecho de contar historias y hacer que éstas cobren vida mediante sus poderes mágicos es el principal nexo de identificación que une a Kubo y a su madre. Por una parte, está la herencia biológica, los poderes que ambos poseen, pero por otro lado, también el acto de contar define la personalidad del protagonista, un rasgo que ha adquirido mediante el vínculo que tiene con su madre.
Kubo y las dos cuerdas mágicas se construye así como un relato mítico propio de eras anteriores donde un personaje arquetípico, héroe, sale de su status-quo y pasa por diferentes pruebas para regresar con aire renovado y transformado. Se sirve pues de la fuerza de todo este tipo de narraciones, como propias y necesarias del ser humano, para adquirir y aprender herramientas con las que vivir. Kubo es, además, un film que se entrega al amor por contar historias. Nuestro protagonista nos embelesa con su relato, un relato de familia que luego tendrá que vivirlo por segunda vez él donde, de nuevo, se interiorice y se experimente por segunda vez con el espectador. Al igual que el mundo que nos rodea está hecho de historias, nosotros mismos, cada individuo, está formado por la urdimbre de las historias que constituyen su pasado, en las que es igual de importante el acontecimiento que la perspectiva adoptada para narrarlo. Quizás uno de los puntos en los que esta concepción queda más en evidencia es, precisamente, el final, en el que la identidad perdida del abuelo es reconstruida por la sociedad en la que desde ese momento se inserta, con un punto de vista que condicione al abuelo a abrazar la bondad, hablando en términos absolutos.
Kubo lo hace de manera sublime y se acerca al modelo de Joseph Campbell variando en uno de sus puntos finales. Tenemos constancia de que al regresar el héroe a su status quo, él lo hace con un elixir o sustancia que permite mejorar la vida de los que los rodean. Se trata de una herramienta que no siempre es material y sirve, coloquialmente, para entender o aceptar la vida en el paso de la niñez. En este caso , la distinción llega con el aprendizaje final. La figura importante es el abuelo. El relato concluye con la figura de abuelo-humano, desvalido y sin memoria que no corresponde con lo representado hasta el momento. Aquí, el abuelo transforma el interior del personaje cuando Kubo comprende cuál era el motivo por el que quería sus ojos. El abuelo es el elemento más importante de la historia. Más aún cuando el mensaje final derriba todo muro divino afianzando el peso de la mortalidad y del amor. Kubo comprende que la necesidad imperiosa por robarle el ojo, era no más que el entendimiento por el que su hija le abandonó, el sentimiento irrefrenable del amor que sólo se expresa cuando la muerte es una realidad.
En este punto, la narrativa desemboca en dos vertientes. Por un lado, el relato mítico se cierra con una fuerza prometeica, heroica sobre el peso de Kubo al vencer al abuelo sin necesidad de ser un dios. Por otro lado, cuando el pueblo le hace creer al abuelo que ha sido la persona más bondadosa de la aldea, el relato vence a la realidad, mostrando así la verdadera fuerza de la obra poética y condicionando el comportamiento humano. Así, el abuelo se convierte en una doble suerte de elixir para Kubo y todos los espectadores.
El saber contar historias configura, de alguna manera, no sólo a la sociedad con la que entramos en contacto sino con las pulsiones propias de uno mismo. La fuerza de los relatos míticos reside en la capacidad de acción que crea en la persona que asume como propia esa historia. Promueve un viaje inicial.
El poeta se sirve del relato para llevarlo a la acción, utilizando esas herramientas, para crear situaciones parecidas a la vida real y cerrarlo el mismo con una nueva aventura. El arte de contar historias y la necesidad de crear historias, aquella necesidad de conocer el pasado de cada uno y de todos, hacen que Kubo sea un ensayo de amor por los cuenta-cuentos y de la fuerza que en ellos mismos podemos encontrar.
Alex TG